Jarvis Cocker y el pop francés
Se descuelga con un disco de versiones de canciones de luminarias galas como Serge Gainsbourg, Jacques Dutronc, Brigitte Fontaine o Nino Ferrer
10 noviembre, 2021 00:00El pop francés nunca ha proporcionado grandes alegrías a nadie fuera del hexágono. Sobre su más célebre representante, Johnny Hallyday, corría una broma en su país según la cual era un cantante mundialmente conocido en Francia, comentario de un self deprecrating que parece más inglés que francés. La chanson ya es otra cosa: Brassens, Ferré o Brel (aunque fuese belga) han contado siempre con una notable base de fans en Europa. Y a los que no acabábamos de verle la gracia a la chanson porque habíamos caído en manos del rock anglosajón siempre nos quedaba Serge Gainsbourg, bicho raro y excelente compositor que goza de mucho prestigio en la pérfida Albión y que partió de la chanson para aterrizar en el funk, pasando por el rock, Chopin (recordemos el dueto con su hija Charlotte, cuando ésta era una niña, en Inceste de citron), el reggae (aquella versión de La marsellesa por la que un poco más y lo linchan unos legionarios) y todo lo que se le pusiera a tiro. Pero el (mejor) pop francés contaba con un firme defensor en la figura del único tipo interesante surgido en la Inglaterra del brit pop de los 90, el señor Jarvis Cocker (Sheffield, 1963), cuyo estupendo grupo ya disuelto, Pulp, se vio condenado en la época a un papel de glorioso segundón mientras arrasaban tristes remedos de los Beatles y los Kinks, respectivamente, como Oasis y Blur.
Jarvis Cocker es uno más en la larga lista de excéntricos que el Reino Unido lleva fabricando desde tiempo inmemorial (aún se recuerda el día en que, levemente cocido y durante una entrega de premios, la tomó con Michael Jackson por, según él, sus pretensiones divinas). Después de Pulp, el bueno de Jarvis publicó algunos discos en solitario, aunque nunca volvería a componer un himno tan imperecedero como Common people (que Manel versionaba en directo traducido al catalán). Su carrera en solitario ha sido tan errática como salpimentada de buenas canciones y mejores ideas. Para mí, su mejor elepé sin el grupo con el que se dio a conocer fue Room 29 (2017), obra conceptual sobre el mítico hotel de Los Ángeles Chateau Marmont, fabricado a medias con el pianista Chilly Gonzales.
El tipo más estimulante del pop británico
Ahora el amigo Jarvis, bajo el ridículo seudónimo de Tip--Top, se descuelga con Chansons d'ennui (Canciones del tedio, sea éste literal o moral), un disco de versiones de canciones de luminarias galas como Jacques Dutronc, Brigitte Fontaine, Nino Ferrer, Marie Laforet, Françoise Hardy o el recientemente fallecido Christophe, del que rescata su principal éxito, Aline, que lo fue también en la España de los años 60 y es el único tema, digamos, conocido del álbum, que no se ha centrado en las canciones más populares de los artistas seleccionados. Aunque su ex mujer, Camille Bidault --con la que vivió ocho años en París y con la que tuvo a su hijo Albert--, aseguraba que Jarvis no había conseguido aprender francés ni a tiros, nadie lo diría escuchando estas Chansons d'ennui, donde a nuestro hombre solo se le escapa un leve acento inglés muy de vez en cuando. En cualquier caso, el álbum es una exquisitez y una rareza que se escucha con sumo agrado, pero que no le va a llevar de vuelta a la lista de los superventas: un paso más en su errática (aunque interesante) carrera en solitario muy propia de alguien que no parece verse obligado a ganar dinero porque siguen entrando los royalties de Common people y los dos primeros discos de Pulp, los magníficos His and hers y Different class.
Tan adecuado para las mañanitas de domingo como para los atardeceres de los días de diario, Chansons d'ennui constituye una estimulante excentricidad más de nuestro héroe y rescata para un nuevo público una serie de canciones que merecían un poco más de atención fuera de Francia. Acompañado por unos músicos magníficos --a destacar la arpista Serafina Steer, que forma parte del último grupo patentado por Cocker y que atiende por Jarvis--, el señor Cocker mezcla equilibradamente respeto e ironía a la hora de abordar la música de unos personajes que en su país natal son prácticamente tesoros nacionales, aunque fuera de él se les haya olvidado o nunca se les haya tenido en cuenta. Impecable del primer corte al último, este solemne bromazo no creo que sirva para ampliar la base de fans de su responsable, pero a los devotos del primo Jarvis nos confirma en la teoría de que seguimos estando ante uno de los tíos más raros, personales y estimulantes del pop británico de todos los tiempos (y ahora, del pop francés, rebautizado como Tip--top).
El hecho de que Jarvis también sea del agrado de Wes Anderson, cineasta decorativo que no soporto y en cuya última película, The french dispatch, suena algún tema de este disco (según me han contado), lo considero únicamente un daño colateral.