Pete Doherty
Un pilar de la sociedad
Mi admirado Pete Doherty (Hexham, Reino Unido, 1979) acaba de contraer matrimonio con su novia de los últimos años, Katia de Vidas, y yo no puedo alegrarme más, pues le considero un músico con mucho talento y, francamente, llevaba un carrerón auto destructivo a lo Shane McGowan (añadiendo a la priva la heroína) que parecía augurarle una muerte prematura. He visto las fotos del enlace en la sección de celebrities del Daily Mail, a la que me suscribí siguiendo los sabios consejos de Isabel Coixet, y observo que, desde que vive en Normandía, se ha hecho mayor y que está francamente rollizo (es lo que tiene sustituir el jaco por el foie y las tostadas con queso fundido, que reconoce zamparse sin tasa), pero que se le ve contento, feliz y enamorado. Ya solo falta que se ponga a trabajar un poco y grabe otro disco con su grupo The Puta Madres (el batería es español, intuyo que de ahí sale el nombrecito), que el anterior estaba muy bien, pero ya han pasado unos cuantos años de su publicación.
Creo sinceramente que Pete Doherty es lo último bueno que le ha pasado al rock británico (lo penúltimo fue el gran Jarvis Cocker). Lo intuí cuando estaba al frente de The Libertines, que tanto me recordaban a una buena mezcla de los Kinks y los Stones, lo seguí pensando cuando comandaba a los Babyshambles y lo confirmé con su primer disco en solitario, trufado de hermosos temas acústicos. Como líder de los Puta Madres, se confirma como uno de los pocos artistas contemporáneos empecinados en salvar al rock del triste destino que se le adivina en esta época de divas, raperos y gañanes del reguetón.
Durante años, el bueno de Pete fue una parodia viviente del clásico bala perdida con tendencias autodestructivas: bebía como un cosaco, se metía toda clase de drogas, se cargaba sus propios conciertos por presentarse a ellos en un estado deplorable, la policía lo detenía cada dos por tres a causa de su espectacular y torpe politoxicomanía... Al mismo tiempo, nuestro hombre iba empalmando novias molonas (de Kate Moss a Amy Winehouse, ambas también muy dadas al morapio y el jolgorio químico), teniendo hijos (dos hasta el momento, ya adolescentes) y fabricándose una leyenda de chico malo y talentoso de esos que suelen acabar mal. En ese sentido, nos da una alegría a sus fans al haberse instalado en Etretat, encontrado una buena chica (a la que ayudó a superar un cáncer, por cierto) y concentrado en el queso y el buen vino, al que no hace ascos porque ya no es un instrumento para convertirse a diario en una piltrafa humana. Lo siento por quienes se realizan de manera vicaria a través de los vicios de sus ídolos, pero siempre pueden consolarse bromeando sobre lo gordo que está el chaval y lo reaccionaria que se les antoja su decisión de dejar de ejercer de derelicto humano y optar por intentar disfrutar de la vida, que no es fácil, pero siempre merece la pena intentarlo si, además, cuentas con una novia guapa, dinero y todo el queso fundido que te quepa.
La alternativa era, en el mejor de los casos, acabar como el Shane McGowan que aparece en el documental Crock of Gold: en silla de ruedas, idiotizado por el alcohol e incapaz de componer una maldita canción. Demos pues la bienvenida a este nuevo pilar de la sociedad que es Peter Doherty. Y confiemos que no tarde mucho en regresar al estudio de grabación.