John Cale, en una imagen de archivo / WIKIMEDIA

John Cale, en una imagen de archivo / WIKIMEDIA

Músicas

John Cale

El músico fue uno de los fundadores de The Velvet Underground, uno de los grupos más influyentes (aunque ignorados) de la historia del rock

13 septiembre, 2021 00:00

John Cale (Gales, 1942) iba para músico y compositor contemporáneo cuando se cruzó en su camino el rock & roll, que tenía la cara de Lou Reed. El hombre estaba en Nueva York, colaborando con LaMonte Young y su Theatre of eternal music cuando Reed, con el que siempre se llevaría a matar, lo convenció para formar uno de los grupos más influyentes, aunque ignorados en su momento, de toda la historia de la música pop, The Velvet Underground.

Aunque era fan de los Kinks y de los Who, Cale, en principio, no tenía la más mínima intención de integrarse en la música popular: su ídolo era John Cage, del que solo le distinguía una letra, y su intención era poner su habilidad con la viola y el piano al servicio de la más radical vanguardia sónica, prestando especial atención a todo tipo de chirridos y disonancias que acabarían encontrando su lugar en la faceta más ruidosa (y a veces insoportable) de su carrera en solitario posterior a los Velvets, a los que abandonó tras solo dos discos (The Velvet Underground and Nico, 1967, y White light/White heat, 1968). Bueno, lo de que abandonó el grupo es un understatement: Lou Reed dijo que uno de los dos sobraba y la banda se sumó a su voluntad de deshacerse del chirriante galés, al que, según Lou, si seguían haciendo caso, jamás alcanzarían el más mínimo impacto popular. Tal vez tenía razón, pero The Velvet Underground sin Cale nunca volvió a sonar igual (la introducción en el pop de la viola eléctrica se había demostrado tan brillante como fundamental).

Adicto a los opiáceos desde la infancia, cuando una enfermedad de los bronquios llevó al médico de la familia a recetarle drogas para dormir, John Cale mantuvo una larga relación con la cocaína. Y, para acabarlo de arreglar, con el alcohol. Siempre he pensado que drogas y alcohol contribuían a empujarle por la senda del ruido y del chirrido, que a veces aportaba, todo hay que decirlo, grandes resultados (pienso en Fear, el álbum y la canción de 1974), pero lo mejor de su producción –por lo menos para mí- ha sido su parte más lírica y sentimental, ejemplificada a la perfección en el disco de 1973 Paris, 1919, obra breve e impecable compuesta por bellas y orquestales canciones (entre las que desentona mucho Macbeth, única concesión del álbum al ruidismo). Yo diría que a este hombre le pasa algo parecido que a su amigo Brian Eno: ambos aspiran a la vanguardia y a los nuevos sonidos (o nuevos ruidos), pero cuando más eficaces resultan es cuando escriben canciones a medio camino entre la lentitud y los medios tiempos.

John Cale no ha sido uno de esos autores de los que uno haya adquirido todos y cada uno de sus discos, sino más bien uno de esos músicos que –siempre desde una óptica personal- cuando aciertan, consiguen tocarte la fibra sensible y generarte una melancolía de lo más agradable, de las que hacen compañía en vez de deprimirte (quiero creer que a Cale se le pegó algo de Nick Drake cuando colaboró en su segundo disco, Bryter layter). Disfruté de esa sensación con 1919 y Fear. Y volví a hacerlo con Songs for Drella (1990), su colaboración con Reed en homenaje a Andy Warhol, Songs for the dying (1989), con una fuerte presencia de poemas de su compatriota Dylan Thomas, y Wrong way up (1990), disco a medias con Brian Eno en el que ambos hacían lo que mejor se les da: escribir preciosas canciones que nada suelen tener que ver con esos devaneos vanguardistas, ruidosos o extremadamente pausados que a veces salen bien y a veces sacan de quicio (Cale y Eno han tenido muy buen ojo como productores: solo al primero le debemos discos de los Stooges, Patti Smith o Nico).

Reconozco que no sé muy bien en qué anda John Cale actualmente, cuando se acerca a la condición de octogenario, pero tampoco me he molestado en averiguarlo. Sé que cuando le necesite puedo recurrir a esos cuatro álbumes recién citados (y a los dos primeros de los Velvets) para darme un chute de placentera melancolía. Y con eso me basta.