Volver a los veinte
El miércoles tuve la suerte de volver a escuchar en directo a Brad Mehldau, uno de los mejores pianistas de jazz que hay en el mundo, según los entendidos. Yo descubrí a Brad Mehldau en 2003 o 2004, gracias a mi amigo Joan, un compañero de la 'uni' que siempre estaba a la última en temas de música. Insistió en que me comprase (o quizás me lo regaló, no me acuerdo) el disco Elegiac Cycle (1999) que incluye una de sus composiciones para piano más conocidas, el Lament for Linus.
Las melodías medio nostálgico-románticas de Mehldau enseguida me engancharon y empecé a escuchar el disco en bucle, como ocurre cada vez que descubro un nuevo grupo o canción que me gusta. Además, cuando lo escuchaba, me acordaba de Joan, de quien siempre había estado un poco enamorada durante la 'uni', porque hacía todo lo que consigue hacerme enamorar perdidamente: meterse conmigo, saber de música, ir despeinado.
El miércoles pasado, mientras Mehldau nos deleitaba con un magnífico concierto en el Palau de la Música, volví a acordarme de Joan (¿se habrá casado? ¿tendrá el pelo blanco? ¿seguirá fumando tantos porros y trabajando en publicidad?), pero sobre todo me acordé de la primera vez que escuché a Mehldau en directo. Fue en una sala de jazz del Lincoln Center, en Nueva York, en invierno de 2004, no mucho después de terminar la universidad y que Joan me regalase el disco.
Por aquel entonces vivía en Manhattan, haciendo prácticas en un museo, y alucinaba con la oferta cultural de la ciudad. Muchas veces me iba sola a inauguraciones de exposiciones, performances y proyecciones de películas raras y hacía amigos en la cola. Nueva York con 24 años era eso: hacer amigos y encontrar cultura y comida gratis en todas partes.
Pero lo del concierto de Mehldau era algo más serio. La entrada no era barata y no habría comida gratis. Recuerdo estar algo cohibida al entrar en el Dizzy club del Lincoln Center: el público era bastante más mayor que yo, así que corrí a sentarme en una de las mesitas de bar colocadas alrededor del piano de cola y me quedé embobada frente al espectáculo de los rascacielos iluminados que asomaba tras el enorme ventanal. "¿Cómo podía ser tan afortunada?", me debí preguntar, convencida de que recordaría ese momento y ese lugar toda mi vida. Y entonces apareció Brad Mehldau, que a sus 30 años no tenía aún ni una sola cana, y empezó a deleitarnos con su música, tocando de esa forma tan peculiar que lo caracteriza: la espalda encorvada, el rostro cada vez más amorrado al teclado, la mirada desviada del público, como si fuera tímido.
“Me pregunto cuánto dinero tendrá que gastarse este hombre en el quiropráctico”, me soltó mi acompañante el pasado miércoles, después de ver tocar a Mehldau durante casi dos horas. Dos horas que me pasaron volando, igual que en el primer concierto, hace casi veinte años. Al salir del concierto me entraron ganas de escribir un mail a Joan para darle las gracias por su descubrimiento, igual que hice al salir del Lincoln center, provocándole una envidia tremenda.
Llevo dos días escuchando a Mehldau en bucle: desde el Elegiac Cycle a las composiciones de su último disco, Suite: April 2020, una colección de melodías eclécticas escritas durante el confinamiento más duro, que él vivió en Holanda, junto a su esposa. “He tratado de plasmar en el piano algunas experiencias y sentimientos que son nuevos y comunes a muchos de nosotros”, explica Mehldau en su web. Una de las que más me gusta es Lullaby, dedicada a todos los que ahora tienen problemas para dormir.
El del miércoles no fue un concierto arriesgado. Tocó algunos temas suyos y después nos obsequió con varias revisiones propias de John Coltrane, Thelonius Monk, Radiohead, Paul Mc. Cartney ... que calaron hondo en un público totalmente entregado, que acabó en pie. La verdad es que se palpaba en en el ambiente una cierta felicidad postpandémica, sumada a la llegada del verano. Fuera, en la calle, decenas de veinteañeros llenaban las terrazas de Barcelona, cenando, bebiendo, haciendo bullicio, celebrando que por fin nos dejan salir. Se les perdona todo. Si hoy volviera a tener 24 años, estaría haciendo lo mismo.