Hank Williams
El mítico cantante de música country tuvo una vida trágica que se reflejó en sus composiciones, su prematuro fallecimiento truncó una trayectoria que apuntaba muy alto
22 marzo, 2021 00:00La primera canción que escuché de Hank Williams (Mount Olive, Alabama, 1923 – Oak Hill, West Virginia, 1953) fue Why don´t you love like you used to do? en la version que Elvis Costello incluyó en su álbum de tributo a la música country Almost blue (pocas expresiones definen tan bien como Casi triste lo que se experimenta con el buen country: el malo da náuseas). En un disco de versiones respetuosas con el original, el tema de Williams sufrió un genuino tratamiento de choque que ofreció un resultado acelerado y casi punk. Lo cual no impidió que me interesara por el autor de aquella canción en la que un tipo le pregunta a su exnovia por qué ya no le quiere como antes.
Hay muchas maneras de sufrir a gusto con la música, de sentirte acompañado y confortado en la tristeza, pero Hank Williams es, probablemente, el tipo que más compañía me ha hecho cuando necesitaba hacer como que sufría, cuando me sentía casi triste. Aunque el hombre tiene algunos temas moviditos, sus pieces de resistance son las canciones protagonizadas por un desesperado que ha vivido tiempos mejores que preferiría olvidar, pero no puede. Algunas componen ciclos de desdicha consecutivos: cuando escuchamos Wedding bells (Campanas de boda) --sobre un infeliz que escucha las campanas de la iglesia mientras su exnovia se casa con otro--, lo normal es escuchar justo después My son calls another man daddy (Mi hijo llama papá a otro hombre), en la que es fácil percibir la angustia de alguien cuyo hijo se cree que el nuevo marido de su madre es su padre. La habilidad del señor Williams para narrar la desgracia sentimental --que muchas veces ha conjurado el quejica de turno por sus vicios y malas costumbres-- es notable y lo aleja del contingente más patriotero y simplón del género: Hank cuenta desdichas como lo hacía Gardel con el tango y Alfredo Marceneiro con el fado. Y con la vida que llevó, es fácil deducir de donde sacaba la inspiración para sus miserias hechas canción.
Nacido con espina bífida oculta, una dolencia de la columna dorsal, Hiram Williams (en arte, Hank) se pasó toda su existencia con unos terribles dolores de espalda que lo convirtieron en adicto a los analgésicos. El alcohol fue, supongo, una decisión personal, pero unido a las pastillas le causó abundantes problemas laborales que, todo hay que decirlo, no afectaron a su valoración popular. Hank le gustaba a la gente, pero entre el establishment de Nashville tenía mala fama: pese a publicar 70 canciones repartidas en 35 singles a lo largo de su corta carrera, en el Grand Ole Opry --escenario que consagra a los artistas de música country-- siempre tuvo la entrada prohibida por borracho, broncas y poco fiable.
La mezcla letal de alcohol y analgésicos condujo a Hank hasta una tumba prematura el 1 de enero de 1953, cuando reventó en el asiento trasero del coche que lo llevaba a un concierto en un pueblo de Virginia Occidental. Tenía 29 años (aunque aparentaba bastantes más) y nos dejó a muchos con ganas de saber cómo habría evolucionado su música con el nacimiento del rock&roll: tengo la impresión de que, siendo cualquier cosa menos un purista o un fundamentalista de la música campestre, nos podría haber proporcionado agradables sorpresas en los años 60 y 70. No pudo ser. Lo intentaron, eso sí, su hijo, Hank Williams Jr.--músico normalito, tirando a escasamente interesante-- y su nieto, Hank Williams III --cuya improbable mezcla de punk y country puede encontrarse en unos pocos álbumes, pero que me aspen si sé qué ha sido de él--.
La influencia del difunto Hank puede detectarse en artistas tan variopintos como Roy Orbison --otro que tuvo una existencia muy achuchada--, Don McLean, Beck o el mismo Keith Richards, cuya versión de You win again (Has vuelto a ganar) pone los pelos de punta en el mejor sentido del término. Cuando se juntan las ganas de sufrir y de escuchar el mejor country, no hay como recurrir a Hank Williams. O a Patsy Cline. Pero esa ya es otra historia.