Memoria sonora
Vivimos una época en la que el rock ya no es lo que fue. Divas y reguetoneros ocupan ahora en el 'hit parade' el lugar que antaño ocuparon los Stones, Bowie o incluso Beck
8 febrero, 2021 00:00Después de dos años hablando de una Barcelona fantasma que ya no existe, con sus muertos y sus cosas y lugares desaparecidos, inicio una nueva serie de corte memorialístico que me va a dar para otro centenar de artículos semanales, englobados bajo el epígrafe de La edad de plástico.
Una de las pocas alegrías que me han acompañado a lo largo de esta vida ha sido la música pop, como atestiguan los (aproximadamente) ochocientos vinilos y más de mil cedés que acumulan polvo en mi apartamento del Ensanche barcelonés, que cada día se parece más a la residencia de una víctima del síndrome de Diógenes (sector cultural con pretensiones). Cada semana, según me dicte la inspiración o la necesidad, sacaré uno de esos discos, lo escucharé atentamente (si es de plástico, comprobaré de paso lo rayado que está, recordando seguramente las condiciones alteradas en que lo escuchaba y a lo que me dedicaba yo cuando me hice con él) y escribiré un texto sobre su responsable o responsables. Una colección particular se convertirá así en una historia personal de la música pop que no se regirá por un orden cronológico, sino por el impulso del momento. Eso sí: cada cantante o grupo --¡tengan ustedes la seguridad!-- habrá sido fundamental en mi biografía y espero que también en la de muchos (o algunos) de ustedes. Esa historia personal de la música pop será forzosamente fragmentaria, pero confío que al cabo de cien textos y dos años adquirirá la forma de un puzle más o menos coherente y susceptible de convertirse en uno de esos libritos que, si no otra cosa, sirven para hacer feliz al autor, pues con él ha escrito otro capítulo de su biografía cultural y sentimental.
Quien nunca haya sentido el más mínimo interés por el rock & roll y sus derivados podrá saltarse cada semana esta sección. Por ella pasarán personajes de todos conocidos junto a otros de los que no se acuerda ni su padre. Todos han sido importantes para mí, me han hecho compañía en determinados momentos y, sobre todo, representan ciertas etapas de la música popular que están más muertas que los bares, las tiendas y los seres humanos que poblaron esa Barcelona fantasma que concluyó la semana pasada. No habrá aquí divas ni reguetoneros, pero sí bandas de rock, solistas ilustres, excéntricos de mucho fuste y seres humanos peculiares. Mientras escribo estas líneas, no tengo ni idea de por quién voy a empezar, pues intento sorprenderme a mí mismo cada semana: a los que compartan conmigo el amor a la música pop les bastará con ver el nombre que encabeza el artículo para decidir si quieren leerlo o si prefieren ignorarlo. Eso sí, para bien o para mal, el personal se las traerá.
Vivimos una época en la que el rock ya no es lo que fue. Divas y reguetoneros ocupan ahora en el hit parade el lugar que antaño ocuparon los Stones, Bowie o incluso Beck. El reparto de esta serie pertenece a la edad de plástico, aunque algunos hayan llegado al cedé y a Spotify. Pertenece a una época ya pasada en la que el elepé era algo importante al que le había costado lo suyo imponerse al single en busca de una mayor ambición artística. De hecho, actualmente hemos vuelto al single: éste, simplemente, carece de forma física, pero las canciones se cuelgan de una a una en la red. Tras la consagración del álbum en los años dorados del rock, hemos regresado en cierta manera a la infancia de la industria musical, regreso que nada tiene que ver con una vuelta a los orígenes, sino con el asentamiento de unos nuevos gustos y unas nuevas tendencias contra los que uno, evidentemente, no tiene nada, pero tampoco se le puede exigir que se apunte entusiasmado a ellos.
El rock, tal como lo conocíamos, es un glorioso cadáver. Me gustaría que esta serie fuese un entierro a su altura. ¿Me acompañan a las exequias?