Ray se lo guisa, Ray se lo come
Ray Lamontagne es un outsider de la música popular con canciones intemporales que se pueden degustar ahora en 'Monovision'
7 octubre, 2020 00:00El hirsuto y misantrópico trovador norteamericano Ray Lamontagne (Nashua, New Hampshire, 1973) cuenta en España con un número reducido de fans; reducido, pero suficiente para que sus discos lleguen a la FNAC, algo que hoy en día es prácticamente un milagro de la industria musical. Ahí me hice hace unos días con su nuevo álbum (el octavo), Monovision, que constituye una vuelta a sus orígenes y un back to basics en toda regla: en él, Lamontagne compone todas las canciones, toca todos los instrumentos, canta y ejerce de productor y de ingeniero de sonido. Un yo me lo guiso, yo me lo como de manual. Y el resultado es espléndido: diez temas de una mezcla muy peculiar de folk, country y melancolía sonora que funcionan a la perfección y, en cierta manera, remiten a sus dos primeros discos, Trouble (2005) y Till the sun turns black (2006), con los que uno descubrió a este extraño híbrido de Nick Drake y Van Morrison que asegura haber decidido dedicarse a la música tras la epifanía experimentada una mañana en que el despertador se arrancó con una canción de Stephen Stills.
Trouble fue toda una sorpresa porque era muy difícil adscribir a su autor a un género concreto: a veces sonaba demasiado negro para ser folk, y otras, demasiado blanco para ser soul. Pero la mezcla estaba ahí, funcionaba y sonaba a algo absolutamente nuevo. Para sorpresa del autor, Trouble fue un éxito de público y de crítica, todo lo contrario que Till the sun turns black, que todos encontraron de una tristeza deprimente, aunque a mí me encantó, me hizo mucha compañía en circunstancias adversas y me pareció una obra maestra. Eso sí, al pobre Ray casi lo hunde.
Un folkie de la era hippy
Algo más animado (tras superar la catástrofe conyugal que dio origen a Till the sun turns black), nuestro hombre volvió a la carga con el folk más vibrante de Gossip in the grain (2008) y God willin & the creek don´t rise (2010), para el que incluso reclutó una banda más o menos fija llamada The Pariah Dogs. De ahí pasó a un peculiar pop con sintetizadores que se manifestó en los discos Supernova (2014, un exitazo producido por Dan Auerbach, de los Black Keys) y Ouroboros (2016, producido por el líder de My Morning Jacket, Jim James), en los que, sin dejar de ser él mismo, Lamontagne consiguió ampliar su base de fans y también perder a unos cuantos de la primera hornada, que pueden volver al redil ahora con Monovision (2020). Antes publicó un álbum, Part of the light (2018), del que nada puedo contar porque me he enterado de su existencia al ponerme a escribir este artículo: o solo se distribuyó en la red o los dependientes de la FNAC lo escondieron muy bien cuando lo recibieron.
Para quien nada sepa de Ray Lamontagne, Monovision es una excelente carta de presentación que, por el mismo precio, lo entronca con sus orígenes de cantautor sensible, época que alcanzó su cima con el sobrecogedor Till the sun turns black, patito feo de su discografía que a mí se me antoja sensacional (de la misma manera que mi disco favorito de Springsteen es el austero Nebraska, grabado a voz y guitarra pelada). De su faceta, digamos, alegre (aunque la alegría no es el sentimiento más definitorio de este señor que no concede entrevistas y vive en una granja de Massachusets con su mujer, la poetisa Sarah Sousa, y sus dos hijos), me quedo con Supernova; y de la fase entre la melancolía inicial y el sorprendente tono casi chispeante de Ouroboros, su álbum con los Pariah Boys ofrece grandes momentos. Si hay algo que permanece invariable en toda su obra es la voz: sensible, sentimental, cascada, aparentando sorpresa cuando se muestra alegre, recordando ahora a Drake, luego a Morrison, después un poquito a Johnny Cash (pero muy poquito).
En cualquier caso, estamos ante un muy interesante outsider de la música popular cuyas canciones resultan, básicamente, intemporales. Monovision podría ser el disco perdido de algún folkie de la era hippy y haber sido grabado en 1969, en aquel verano del amor que acabó como el rosario de la aurora con el asesinato de Sharon Tate a manos de la banda de Charles Manson.