Música
Deep Purple, medio siglo de 'Made in Japan'
El memorable disco en directo de la banda de 'hard-rock', grabado en Japón y considerado una de las cumbres de la historia por su gloria, belleza y perfección, cumple su cincuenta aniversario
30 agosto, 2022 19:15El 25 de marzo de 1972, y de eso hace ya más de medio siglo, fue editado en todos los mercados del mundo el mítico Machine Head de Deep Purple, uno de los ábumes más importantes en la historia del rock. Era el sexto disco grabado por la banda en estudio –o el tercero que salía de las manos de la segunda formación, o line up clásico del grupo, denominada Mark II– y en cuestión de semanas pulverizó todos los récords , consagrando a Ian Gillan (voz), Ritchie Blackmore (guitarra), Jon Lord (órgano y teclados), Ian Paice (batería) y Roger Glover (bajo) como estrellas del hard rock británico, a la altura de Led Zeppelin o The Who.
Machine Head era el disco con el que cualquier gran banda de rock puede soñar y nunca alcanzar, y aún menos superar, en el más quimérico de los sueños. El disco pertenece al ámbito en el que solo hallan cabida LP's clásicos que son arquetipos de perfección absoluta, como Who's Next, Led Zeppelin IV, Paranoid o Exile on Main Street; un trabajo asombroso que es paradigma de perfección, monumental , completo, virtuoso, sin espacio para la autoindulgencia. Los siete temas dejan sin aliento. Desde la incontenible avalancha sónica de Highway Star, hasta la icónica Smoke on the Water –que detenta todos los récords mundiales: mejor riff de guitarra de la historia (2008); mejor tema hard rock / heavy de todos los tiempos, según la revista Rolling Stone (2012); Guiness por haber sido tocada en vivo por 6.346 guitarristas al unísono, dirigidos por Steve Morse (2009)–, pasando por las impresionantes Space Truckin', Lazy o Never Before.
Pero los inmejorables resultados de Machine Head –segundo número uno consecutivo de Deep Purple en los charts del Reino Unido; discos de oro y de platino en USA y primera posición en los rankings de muchos países de Europa– por capricho del destino se verían ligados a unas actuaciones sorpresivas que el quinteto realizaría en Japón ese verano, dentro del tour promocional; concretamente dos actuaciones en Osaka, los días 15 y 16 de agosto, y una en Tokio, el día 17, en el célebre Budokan, ante una audiencia conformada por catorce mil fans entusiasmados.
Esos conciertos, que cien veces estuvieron en la cuerda floja, a punto de ser cancelados, y que poseen una historia que merece ser contada, amplificaron, en forma de doble álbum en directo, bautizado como Made in Japan, la aureola mítica de Deep Purple, haciéndoles ingresar en el Wallhalla del Rock, reservado solo a los dioses olímpicos, más allá del famoso Rock & Roll Hall of Fame. Deberemos retroceder en el tiempo para entender en su justa medida la importancia histórica de uno de los mejores –a mi juicio el mejor– disco en directo grabado jamás.
La primera formación de Deep Purple –denominada Mark I– echó a andar en 1968 de la mano de Jon Lord –uno de los más notables teclistas de la época, junto a Brian Auger y Steve Winwood; maestro a la hora de hacer cantar, llorar o susurrar a un órgano Hammond; músico de formidable bagaje en el terreno de la música clásica, el jazz y el rock– y Ritchie Blackmore –un guitarrista de rock ultra veloz, virtuoso, técnico, capaz de recorrer el diapasón a velocidad endiablada–. Compartían gustos musicales similares y admiraban el trabajo de grupos como Vainilla Fudge. Eran asiduos del célebre Club Speakeasy de Londres. El grupo quedaría completado al incorporar a Rod Evans, como vocalista, Ian Paice, a la batería, y Nick Simper, al bajo.
En sólo dos años editarían tres discos –Shades of Deep Purple, The Book of Taliesyn y Deep Purple–, que pese a su discreto resultado comercial les reportaron cierto prestigio en los circuitos del rock británico. Su sonido se nutría de elementos de rock psicodélico, blues, britpop, pop barroco y música clásica. El gran salto adelante llegaría tras una reestructuración de la formación y una nueva dirección musical, netamente orientada al hard rock. Ian Gillan, un cantante con una de las mejores voces de la historia, y Roger Glover, un bajista inventivo y con recursos, serían los sellos que faltaban en su pasaporte a la fama.
El primer trabajo del nuevo quinteto fue la grabación en directo, el 24 de septiembre de 1969, de un álbum que fusiona la música clásica y el rock, en una partitura compuesta por el teclista Jon Lord bautizada como Concerto for Group and Orchestra. La suite, de tres movimientos, contó con el respaldo de la Orquesta Filarmónica Real, bajo la batuta de Malcolm Arnold, y es una de las primeras fusiones de rock y orquesta, muy en boga a partir de ese momento (Moody Blues, Procol Harum). El disco fue magníficamente acogido en Inglaterra, pero eso no hizo variar el objetivo que acariciaba Ritchie Blackmore de cara al futuro: cabalgar a lomos de un hard rock contundente y virtuoso, basado en la filigrana, la excelencia instrumental y las influencias del rock progresivo que empezaba a despuntar como género dominante.
Bajo estos parámetros dieron forma a dos formidables álbumes, comenzando con Deep Purple In Rock (1970), disco que recibió el aplauso unánime de la crítica inglesa y fue un auténtico éxito en ventas gracias a piezas como Speed King y el asombroso clásico de diez minutos Child in Time –tema plagiado, nota a nota, y así lo confesó el propio Ian Gillan en una extensa entrevista en los ochenta, del tema Bombay Calling de la banda psicodélica de San Francisco It's a Beautiful Day, y el single (no incluido en el LP) Black Night, que monopolizó las ondas de radio durante semanas. A In Rock seguiría Fireball (1971), que incluía composiciones –Strange Kind of Woman y The Mule– destinadas a alimentar el repertorio clásico de Deep Purple. Fireball funcionó de maravilla y, aunque llegó al número uno en Inglaterra, no dejó entre los miembros del grupo el mismo sabor de boca. Satisfizo las expectativas de Ian Gillan y John Lord, pero el resto siempre ha considerado que no llegaba a la altura alcanzada con In Rock.
Tras la retrospección, llegamos al momento histórico en que el creciente éxito de Deep Purple desborda todas las previsiones y asombra al mundo, con la grabación de Machine Head y del doble LP en directo Made in Japan, en 1972. A pesar del éxito del que ya gozaban, entre los miembros del grupo cundía la sensación de que en directo, sobre el escenario, sonaban incluso mejor que en estudio. Eso es algo difícil de creer para aquellos que no conozcan bien a Deep Purple. Pero es así.
Sobre el escenario la banda pulverizaba cualquiera marca anterior; eran una auténtica fuerza de la naturaleza, un vendaval incontenible, perfectos, arrolladores, hacían palidecer cada noche las versiones de estudio de sus temas. Ritchie Blackmore lo ha explicado en más de una ocasión, al confesar que él jamás repite –a excepción del incendiario solo de Highway Star, que memorizó nota a nota– ninguna de sus intervenciones como solista; siempre improvisa, creando un nuevo solo, sorprendente y fresco. Y similar fórmula seguía en esa época Jon Lord. De ahí que temas de cuatro o cinco minutos se alargaran en los shows y nunca hubiera dos actuaciones idénticas.
Para Machine Head Deep Purple buscaba esa atmósfera, acelerada, eléctrica, brillante, no encorsetada. Pensaron inicialmente en la posibilidad de grabar un LP doble, que incluyera un disco en estudio y otro en directo. Para hacer algo así el lugar idóneo era Montreux, en Suiza. Trabajar y grabar fuera de Inglaterra era en esos momentos una opción a la que se acogían muchas bandas a fin de evitar pagar los altos impuestos de la Agencia Tributaria Británica. Y el Gran Casino de Montreux era el marco ideal, amplio y tranquilo en el que trabajar; permanecía cerrado durante el invierno aunque seguía abriendo puertas a fin de albergar conciertos. Deep Purple ya había tocado allí, al igual que otros grupos de primera fila como Pink Floyd, Led Zeppelin o Black Sabbath.
Además estaban de suerte. El estudio móvil de los Rolling Stones estaba libre en esas fechas, y trasladarlo desde el sur de Francia a Suiza no supondría problema alguno. Lo que ocurrió en Montreux, a las pocas horas de aterrizar Deep Purple el 3 de diciembre de 1972, es una de las más célebres historias del rock, pero no por conocida debemos, en este punto, obviarla. Antes de que el quinteto y su equipo pudiera instalarse en el lugar estaba programada la actuación de Frank Zappa y The Mothers of Invention. El día 4 de diciembre el Gran Casino se llenó hasta la bandera de jóvenes dispuestos a disfrutar de la excepcional música de Zappa, en plena gira promocional de su álbum The Grand Wazoo.
Una vez iniciado el concierto un espectador disparó una bengala con una pistola de señales contra la bóveda de la sala, recubierta por un entramado de caña de bambú. Nadie se dio cuenta, hasta una hora más tarde, de que las llamas estaban extendiéndose por la techumbre del edificio de manera incontrolada. El grupo dejó de tocar ante la evidencia de humo en el ambiente. Zappa llamó a todos a mantener la calma y pidió que el lugar fue evacuado de forma ordenada. No hubo víctimas. Pero el inmenso Casino y toda su historia quedaron reducidos a escombros en cuestión de horas. Se reconstruiría en 1975 y es marco en la actualidad del mundialmente célebre Montreux Jazz Festival.
El grupo y todo su equipo tuvieron que buscar un nuevo lugar en el que grabar Machine Head, y lo hallaron a los pocos días en el Gran Hotel de Montreux situado a las afueras, próximo a la estación, junto al lago. En la actualidad es el Gran Hotel Suisse Majestic y forma parte de la geografía sagrada del rock. Acondicionar el lugar supuso un complejísimo trabajo técnico para Martin Birch, el responsable habitual de los discos de Deep Purple. La unidad móvil de los Stones debía permanecer estacionada fuera y eso supuso desplegar un complejo sistema de cableado, un circuito cerrado de televisión, y el tener que ir de un lado a otro a todas horas, usando incluso los balcones cada vez que se quería escuchar el resultado de una toma.
En esas condiciones un tanto precarias, nació Machine Head y, por supuesto, el tema más célebre del álbum, de toda su discografía y de toda la historia del rock, Smoke on the Water. Fue Roger Glover, el bajista, el que una mañana dijo haberse despertado con el título en los labios y las imágenes del impresionante incendio en la retina. Y ni corto ni perezoso, al oír eso, Ian Gillan empezó a tararear e improvisar los primeros versos del tema...
"We all came out to Montreux / On the Lake Geneva shoreline / To make records with a mobile, yeah / We didn't have much time now… / Frank Zappa and the Mothers / Were at the best place around / But some stupid with a flare gun / Burned the place to the ground… / Smoke on the water, a fire in the sky / Smoke on the water, you guys are great".
Nada más ser editado Machine Head se aupó al número uno de las listas inglesas y triunfó en todos los mercados. En palabras de Tom Graves, autor del libro The All-Music Guide to Rock, es "el disco de heavy metal definitivo de los 70, en el que cada tema parece un bombardeo de la Tercera Guerra Mundial".
Tras el lanzamiento Deep Purple volvió a su hábitat natural, los escenarios, embarcándose en una interminable gira por Estados Unidos y UK con sold out de taquilla en cada puerto. Fue entonces cuando llegó la propuesta. Una llamada desde la delegación japonesa de su sello discográfico, Warner Records, proponía reservar unas fechas en verano para presentar el disco en Osaka y Tokio y de paso aprovechar su primera visita al país para grabar un álbum en directo.
La oferta suscitó absoluta divergencia entre los miembros de Deep Purple, managers y equipo técnico y no pocas desavenencias. Existían razones para aceptar la propuesta. En Montreux, debido a los contratiempos y a la complejidad de las sesiones, sus planes de grabar un álbum adicional en directo no se habían podido llevar a cabo; además sus discos batían récords de ventas en Japón, y ya en aquella época no existía afición ni público más entregado que el nipón. En los siguientes años muchos grandes grupos y artistas peregrinaron al país del sol naciente, convertido en santuario del rock, a fin de grabar sus directos. Recuerden el triple álbum Lotus de Santana, o el excelente At the Budokan de Bob Dylan.
Pero los argumentos en contra pesaban más y eran muchos. A comienzos de los setenta los discos en directo se entendían como lanzamientos que suponían poco valor añadido en la carrera de un grupo, se editaban en series económicas, a bajo precio; eran un recurso utilizado por los grupos a fin de tomarse un descanso cuando se quedaban sin ideas y no tenían nada nuevo que ofrecer en estudio. Grabarlos conllevaba un inmenso trabajo técnico, tremendamente complejo, que muchas veces no cumplía con las expectativas de los músicos. Muchas bandas célebres se estrellaban en sus directos, dependiendo de su nivel de exigencia. Es célebre la anécdota que relata cómo Pete Townshend de The Who ordenó quemar –literalmente quemar, gasolina y cerilla– cientos de horas de grabaciones de la gira de Tommy. Se dice que el responsable de cumplir su orden lloraba ante las llamas. Sumen a lo dicho que el mercado negro estaba saturado de los llamados bootlegs o discos piratas, robados a golpe de magnetofón o con la connivencia de los responsables de la mesa de mezclas. En Londres los bootlegs se vendían hasta en las esquinas, desde Portobello a Camdem. La razón final para desechar la propuesta era que en esa época todo cuanto llevaba impreso el sello Made in Japan era considerado por el público producto de peor calidad, copia, baratija.
Pero tanto insistieron desde Japón que el grupo acabó cediendo, aunque con algunas condiciones: el disco en directo sería solo editado en el mercado japonés, para consumo interno; no habría injerencia alguna: Martin Birch, controlando una mesa de 8 pistas, y el equipo de técnicos de sonido de Deep Purple lo supervisarían todo –es absolutamente falso, como afirman algunos medios, que se desentendieron por completo en este punto–, y serían los responsables últimos de la grabación, por encima de los técnicos japoneses; y, finalmente, que el resultado de los shows vería la luz sin excesivo maquillaje y postproducción. What you hear is what you get... Understand that?. Ian Paice y Roger Glover, la sección rítmica del grupo, se encargaría junto a Birch, de regreso en Londres, de la mezcla final del master.
Me contaba maravillado Ian Gillan que la recepción con que los jóvenes japoneses les recibieron fue inenarrable. Llegaron una semana antes de los tres shows programados en Osaka y Tokio. No quedaba ni una entrada por vender. Les recibieron con flores y regalos. Desde el coche en que se movían veían pancartas colgadas por todas partes y la gente les reconocían así pisaban la calle. En ese ambiente excitado, los cinco músicos tomaron al asalto el escenario de Osaka, las noches del 15 y 16 de agosto, y el del Budokan, el día 17. El resto es historia. Pulsen el botón play, o dejen que la aguja se pose sobre los surcos del vinilo. Escucharán un discreto redoble de batería de Ian Paice, que es una llamada a filas –ready, steady, go!– a la que responde Jon Lord con una miríada de notas de órgano como preludio de la monumental avalancha sonora que arrasará el lugar; aulla el público; comienza el bajo de Roger Glover a imponer un tempo frenético y se lanzan todos a la carrera; Ian Gillan anuncia que lo que va a tumbarlos de espaldas se llama Highway Star, y Ritchie Blackmore lo rubrica todo con cinco amplios y sostenidos acordes que suenan como las trompetas del juicio final y abren de par en par las puertas del delirio.
En Made in Japan Deep Purple ofrece la totalidad de Machine Head, a excepción del tema Maybe I'm a Leo –el signo zodiacal de Ian Gillan– que la banda solo interpretó en una ocasión en sus actuaciones de 1972, más algunos clásicos del pasado que se usaron como encore o bis en los shows. Zambullirse en esos conciertos es el nirvana para cualquier amante del rock. Ahí está en su máximo esplendor una banda que en directo supera todo cuanto ofrece en estudio; escucharán a Ian Gillan romper la bóveda del cielo con sus agudos en Child in Time, arropado por miles de voces coreando la letra, y los duelos vocales, nota a nota, que mantiene con la guitarra de Blackmore; las conversaciones fascinantes que entablan el órgano y la guitarra; la fuerza demoledora de la batería de Paice y la nervadura de acero de Glover al bajo.
Acertaba Lord al decir: "Como grupo estábamos en la cima. Ese álbum fue el epítome de lo que representábamos en aquellos días". El doble LP se publicó en UK y muchos otros países en diciembre de 1972. En USA se lanzó en 1973, porque optaron por adelantar la edición del que sería el siguiente disco de estudio, Who Do We Think We Are?. Al escuchar la extraordinaria calidad de lo grabado en Japón a nadie le quedó la más mínima duda de que era digno de ser publicado a nivel mundial. A lo largo de los últimos cincuenta años Made in Japan ha sido reeditado en diversas ocasiones, en todos los formatos, remasterizado, con temas extra, en ediciones conmemorativas, como pieza de colección y culto. Es un clásico eterno, incombustible, que cerraría una época, pues los problemas en el seno de Deep Purple no tardaron en aflorar, involucrando a Blackmore, Gillan y Glover y en poner fin al Mark II de la banda. Pero esa es otra historia que deberá ser contada en otro momento.
Muchos son los discos en directo que se disputan el honor de ser álbumes icónicos del rock, obras maestras insuperables. Elijan el suyo: At Fillmore East de The Allman Brothers; Live at Leeds de The Who; Live at Woodstock de Jimi Hendrix; The Song Remains the Same de Led Zeppelin; Live Rust de Neil Young; Get Yer Ya-Ya's Out! de The Rolling Stones; The Last Waltz de The Band; Comes Alive de Peter Frampton... Y sí, todos, y unos cuantos más, son memorables, dignos de ser preservados en una cápsula del tiempo a salvo de cualquier apocalipsis. Pero a juicio de quien los ha escuchado todos durante medio siglo ninguno sintetiza en toda su gloria, belleza, perfección y furia, el espíritu del rock clásico como Made in Japan. Ninguno. Esa joya es un non plus ultra del rock. Y se hizo en Japón.