Ray Davies, líder de los Kinks, en una actuación en Toronto en 1977 / JEAN LUC OURLIN (WIKIMEDIA COMMONS)

Ray Davies, líder de los Kinks, en una actuación en Toronto en 1977 / JEAN LUC OURLIN (WIKIMEDIA COMMONS)

Música

Ray Davies

Los Kinks fueron la tercera banda en discordia de los 60, esa década prodigiosa marcada por los Beatles y los Rolling Stones

12 abril, 2021 00:00

Puede que los años 60 fuesen una competición entre los Beatles y los Rolling Stones, pero hubo quien se salió por la tangente y nada más escuchar el himno proto punk You really got me juró amor eterno a los Kinks, la banda del gran Ray Davies (Londres, 1944), que siempre fueron el tercero en discordia en esa década marcada por esas dos parejas de gigantes del pop que son Lennon y McCartney y Jagger y Richards. Confieso que los descubrí tarde, a principios de los 70, y en una fase de la que abominan los más puristas de la banda, cuando al tío Ray, ese agudo observador de la vida británica con un pie en el rock y otro en el vaudeville y las canciones de taberna, le dio por fabricar unas formidables operetas pop como Preservation (un disco para el acto uno y dos para el acto dos), Soap Opera o Schoolboys in disgrace. En ellas me inspiré para escribir las letras de un musical que nunca llegó a representarse como tal -yo no tenía ni 20 años-, pero algunas de sus canciones fueron musicadas por el peculiar líder del grupo Melodrama, el incomprendido Dionís Olivé, e incluidas en su repertorio. Me gustaban mucho más que las oficiales y respetadas, como las de los Who (Tommy y Quadrophenia), y me despertaron la curiosidad por ese grupo eternamente segundón, pero tan definitorio de los swinging sixties como los Beatles y los Stones.

A diferencia de sus gloriosos colegas, los Kinks fueron el grupo de un solo líder y compositor, el inigualable Raymond Douglas Davies, quien, a sus 76 años, sigue jugando con la posibilidad de reformar el grupo -en barbecho desde hace unos años-, aunque eso signifique volver a discutir en público y en privado con el guitarrista de la banda, su hermano Dave, coprotagonista de unas trifulcas legendarias que, años más tarde, trataron de reproducir los patéticos hermanos Gallagher, del grupo de brit pop de los años de Tony Blair Oasis.

En los años 70 no se encontraban en España muchos discos de los Kinks. En viajes a París y Londres me fui haciendo con todo el material que encontré de la época anterior a las operetas y descubriendo un montón de canciones que me siguen acompañando a día de hoy: Wonder boy, Where have all the good times gone, Waterloo Sunset, Phenomenal cat, Lola, Celluloid heroes…Y álbumes como The village green preservation society, Something else, Lola vs. Powerman and the moneygoround. Salvo algunas canciones del hermanito Dave, todo estaba escrito y compuesto (y cantado con una voz que podía ser feroz o adoptar el tono de una dulce abuelita a la hora del té) por Ray Davies. En cuanto me familiaricé un poco con la lengua inglesa, pude comprobar que el tío Ray era un magnífico observador irónico de la sociedad británica (a destacar en ese campo la opereta Arthur or the decline and fall of the british empire) y un hombre dado a reflexionar sobre la época que le había tocado vivir. Si hay un cronista social en el pop británico de los 60, es él, y yo creo que, si imprimimos seguidas las letras de sus canciones de esa década y la siguiente encontraremos un relato, disperso pero muy completito, de lo que significaba ser joven e inglés en tiempos de grandes cambios en la sociedad.

Como me ha sucedido con Nick Drake o la Incredible String Band, encontrar fans de los Kinks ha tenido para mí un efecto euforizante. Según la edad, esos fans arrancaban de la época de You really got me, Waterloo sunset o Lola. Yo era el único que se había enganchado a los Kinks con las operetas lírico-humorístico-nostálgico-históricas de los 70, pero los veteranos siempre tuvieron el detalle de acogerme como a un igual. Los fans de los Kinks, no lo negaré, tenemos un punto de secta, de pandilla de enterados a los que les gusta haberse salido un poco por la tangente sobre la banda sonora de los años 60. Por mucho que queramos a los Beatles y a los Stones, los Kinks son nuestro grupo, el que nos distingue del resto de afectados sonoramente por la década prodigiosa, y yo diría que somos los mismos que, en los 90, adoramos a Pulp y nos desinteresamos de Oasis y Blur, cuyo intento de reproducir la pugna de Beatles y Stones por la supremacía del momento solo nos inspiraba un despectivo arqueo de cejas.

Lo último que ha grabado el gran Ray Davies son las dos entregas de Americana, a medias con los Jayhawks, en las que reflexiona sobre su relación personal y musical con los Estados Unidos. Tras una serie de discos que piadosamente tildaré de prescindibles, Americana I y II mostraban a un Davies que se reinventaba musicalmente y perfeccionaba en las letras el tono autobiográfico de toda su obra. Ese canto de amor a América -el país donde le pegaron un tiro cuando intentaba impedir que le robaran el bolso a su novia, Chrissie Hynde, líder de los Pretenders- es de una calidad insólita para un tipo que va para octogenario y se ha ganado el derecho a no dar golpe en lo que le queda de vida. Con admirable candidez, el tío Ray ha reconocido sentir una sana envidia por la gira permanente de los Stones y no descarta reunir a la banda para echarse de nuevo a la carretera, algo que agradeceremos los que aún recordamos con sumo placer el concierto de los Kinks en la Barcelona de principios de los 80. Aunque eso signifique volver a liarse a sopapos con su maldito hermano Dave, algo que ya forma parte del folklore pop y que muchos nos morimos de ganas de volver a presenciar.