Música
Peer Raben
El alemán Peer Raben, que no era su nombre real, compuso las bandas sonoras de las películas de Fassbinder
1 mayo, 2022 23:00Era alemán y se hacía llamar Peer Raben, pero su auténtico nombre era Wilhelm Rabenbauer (Viechtafell, 1940--Mitterfels, 2007). Nunca se le ha incluido en ninguna lista de los grandes compositores de música para el cine ni en las de autores de canciones, es como un secreto muy bien guardado, pero los que nos rendimos a sus piezas –que oscilaban entre lo sensible y sentimental y lo ominoso, pasando por lo siniestro y lo melancólico-- componemos una pequeña cofradía que sigue escuchando su música en disco y comprobando cómo nos sigue haciendo compañía en nuestros diferentes estados de ánimo y lo bien que funciona por sí sola, desprovista de su inevitable condición de apoyo a las imágenes cinematográficas.
Raben no se deja encasillar en ningún estilo concreto, ni es fácil detectar sus principales influencias musicales, es como una seta extraña en el panorama musical del siglo XX cuya principal habilidad consistió en establecer una complicidad sentimental con el oyente, que se sentía dentro de sus composiciones tremendamente a gusto y felizmente acompañado. Por no ser, Raben no fue ni tan siquiera alguien que quisiera dedicarse a la música desde la infancia. Llegó a ella tras fundar en Munich dos grupos de teatro, Action Teater (1966) y Antiteater (1968), y conocer al cineasta Rainer Werner Fassbinder --con el que compartió un apartamento, incluyendo brevemente la cama--, a quien le produjo su primera película –él mismo llegó a dirigir tres que casi nadie ha visto- y que le convenció para que se convirtiera en su compositor de cabecera.
Centrado en lo sentimental
De hecho, a Raben se le recuerda principalmente por haber compuesto la banda sonora de casi todas las películas del difunto Rainer Werner, y la simbiosis entre las historias narradas y la música de fondo es una de las más notables de toda la historia del cine: Raben convertía en música las situaciones y los estados de ánimo de las historias de Fassbinder, no en vano fue siempre un músico básicamente centrado en lo sentimental que, pese a ello, nunca incurrió en la cursilería. Puestos a detectar alguna influencia, uno citaría la música de la república de Weimar y la obra de compositores como Kurt Weill y Friedrich Hollander.
En paralelo a sus piezas instrumentales, Raben demostró ser también un formidable autor de canciones. Basta con escuchar el material que fabricó para Ingrid Caven (cantante y actriz que estuvo casada con Fassbinder brevemente, entre 1970 y 1972 y que ahora, ya octogenaria, vive medio retirada en París), o la música que aplicó al poema de Oscar Wilde Each man kill the thing he loves para que lo cantara Jeanne Moreau en el último largometraje de Fassbinder, Querelle, o la espléndida versión de Lili Marleen que construyó para Barbara Sukowa en la película homónima de su eterno camarada Rainer Werner (puede parecer un sacrilegio, pero a mí me parece mejor que la de la propia Marlene Dietrich), en la que incluso añadió compases que no estaban en el original, pero que, lejos de ser pegotes caprichosos, redondeaban el tema de una manera tan peculiar como eficaz.
La mujer flambeada, obra maestra
Peer Raben llegó a la música casi por casualidad a finales de los años 60 y se quedó en ella hasta su muerte. Aunque trabajó con otros directores –una larga lista que incluye a Barbet Schroeder, Daniel Schmid, Doris Dorrie, Werner Schroeter, Percy Adlon, Wong Kar Wai y el más aventajado discípulo de su querido Rainer Werner, Robert Van Ackeren, responsable de dos obras maestras olvidadas, La mujer flambeada y La trampa de Venus, que se eternizó en el difunto cine Alexis de Barcelona--, el nombre (falso) de Peer Raben ha quedado eternamente unido al de Fassbinder, de cuya fascinante corte de los milagros formó parte hasta el final de la vida del cineasta, cuando éste reventó a causa de sus excesos habiendo rodado más películas que años tenía (murió antes de los cuarenta).
Maestro de la melancolía y de la creación sonora de estados de ánimo, Peer Raben nos dejó hace quince años con la misma discreción que mantuvo en vida, acompañada por un cierto desinterés general por su obra, que tanta compañía nos ha hecho a algunos cuando ni las voces de Nick Drake o Alfredo Marceneiro nos bastaban para acceder al maravilloso estado mental del desespero agradable.