Música
Tenemos que hablar de Bono
La monumental autobiografía del cantante de U2, escrita a los sesenta años, rebosante de vanidad y de confesiones sentimentales, revela los comienzos de la banda irlandesa en el 'show business'
21 mayo, 2023 20:00Noticias relacionadas
En el clásico contemporáneo Tenemos que hablar de Kevin la escritora estadounidense Lionel Shriver explicita las tensiones y desvelos de una madre seriamente preocupada por la deriva violenta, asesina y maníaca que ha tomado la vida de su hijo adolescente. Algo parecido –disculpen la hipérbole, pero tal vez sea la figura idónea para hablar de este tema-–, nos sucede a los fans de antaño –empezamos a escucharlos en la niñez-- de la banda irlandesa U2 con los desvaríos y megalomanías de Paul David Hewson, vocalista de la banda, abanderado de la lucha mediática contra el hambre y flipado cósmico, amigo peligroso de Clinton, Bush y Blair, filántropo y evasor de impuestos, mesías y payaso, querido y vilipendiado a partes iguales, más conocido por Bono. ¿Pero qué le pasa a este tipo?
Parte de las respuestas las hemos encontrado en Surrender, 40 songs, One story la mastodóntica autobiografía –¿pero autobiografía como la del príncipe Harry escrita por J.R Moehringer o autobiografía de verdad?– donde el artista ha decido, una vez cumplidos los sesenta, glosar y valorar su trayectoria vital y musical. La obra es una suerte de monólogo conversacional –divido en cuarenta interminables partes encabezadas por cuarenta canciones del repertorio de la banda irlandesa–, que combina los recuerdos y reflexiones musicales –lo mejor del libro– con anécdotas con sus colegas famosos, crónicas sobre sus acuerdos en filantropía internacional y confesiones sentimentales hacia su familia más cercana. A todo eso le debemos añadir la inclusión de horribles dibujillos perpetrados por él, fotografías vintage y toneladas de vanidad.
Pero, pese a lo que pudiera parecer a simple vista, es decir, nuestros prejuicios la obra no defraudará ni a fans ni a detractores. Si algo no se le puede reprochar al de Dublín es su esfuerzo artístico y su poca timidez y falta de remilgos. Parece que no se deja nada en armario. El libro, pese a las ayudas del equipo editorial que haya podido recibir, contiene su voz y sin duda, pese a los excesos o tal vez gracias a ellos, es una voz propia e interesante.
Bono consigue meternos de lleno en los primeros años de U2. Las clases de instituto Mount Temple Comprehensive School, las reuniones de cristianismo punk con los Shalom y las dudas y dificultades de The Edge y él mismo para combinar el compromiso católico con la música para multitudes. En los mejores momentos, nos sentamos a su lado en el estudio de grabación para ver la admiración del vocalista para con sus compañeros de banda o productores como Brian Eno y Daniel Lanois.
Es refrescante comprobar la pasión por la música popular contemporánea, algunos de sus mejores álbumes y giros de timón (Acthung Baby y Zooropa) se explicitan bien por la influencia de artistas contemporáneos y la música de Happy Mondays o Massive Atack y él lo explicita sin problemas. Hay que reconocer que el tipo tenía arrestos, como cuando en plena crisis en Irlanda le tiraban una bandera irlandesa y él se dedicaba a recortar las bandas naranja y verde para que solo luciera la blanca, en señal de paz.
En los peores momentos, el libro se convierte en una suerte de confesiones de padre de familia a la revista Hola, aunque la verdad es que esa parte también contiene alguna perla de gracia amarillista: como cuando confiesa que se queda frito en la Casa Blanca, o se desmaya y cree haberse meado a la vera de Frank Sinatra. Pero es justo reconocer, que son la minoría, y que algo de tijera le hubiera sentado de fábula. Otro punto negro es su estructura fragmentaria, cuando te tiene atado al comentario musical, el autor opta por contar otra cosa del pasado, o hace un ridículo juego de palabras con presunta moralina, digno del peor ripio de Mr.Wonderful o Paulo Coelho.
Lo más sorprendente de Surrender es el humor con el que Bono se toma su propia figura pública. A sus 62 años, entiende perfectamente la animadversión que puede crear y la abraza con pasión Esa autofiguración irlandesa le salva de la caricatura y, extrañamente, al reírse de sí mismo, nos acerca a la persona. Digamos que consigue rizar el rizo y caernos bien. Podemos imaginarlo perfectamente riéndose con los gags de los de Muchachada Nui. Conectando con el aspecto guiñolesco que explotó en su gira de Zoo TV.
Como católico, el autor también expía pecados del pasado, a saber: el asalto a los poseedores de algún aparato de Apple al introducir su disco en todos los dispositivos –si al menos hubiera sido un buen disco– y algunos excesos, siempre justificados. Su deriva en la política global la explica como una suerte de sacrificio en aras de la mejora de sus acciones filantrópicas. Y, estemos de acuerdo o no con su cometido, los hechos –los millones de euros recogidos y destinados a la lucha contra el hambre y el SIDA– son incuestionables.
A rebufo de libro y de la gira de presentación, la banda ha publicado un disco homónimo que, mal que nos pese, desmerece la inmejorable primera época de la banda y se queda en la mediocridad de los últimos años. El disco contiene 40 nuevas versiones de las 40 que encabezan los capítulos del libro y en su apuesta, lánguida y melancólica, con grandeza de coros pretendidamente bonitos, desprovee a alguno de esos clásicos de su antigua grandeza. La desnudez no sienta nada bien a las canciones, que refractarias a las ideas de sus excelentes productores, se quedan, por decirlo como Octavio Paz, en sombras de obras. No es que Bono cant mal o desafine.
No parecía una mala idea, una vez admitida la decrepitud para las nuevas canciones, echar la vista atrás y tratar de recolocar o actualizar ese legado en el presente. Pero el invento ha salido mal. La supuesta vuelta a las raíces ha consistido en mostrar que, tal vez, el rey está desnudo o la banda ya no existe ni existirá jamás. En fin, no sabemos si el futuro de U2 consiste en convertirse en una –floja– banda tributo de sí mismos. Da coraje lo que han hecho con canciones como One, Where the streets have no name o Who’s gonna ride your wild horses, convirtiendo antaño éxitos con tensión, músculo y misterio en una versión edulcorada y de karaoke. Quédense con el libro y pasen del disco nuevo.