Una imagen de David Bowie en el documental 'Moonage daydream'

Una imagen de David Bowie en el documental 'Moonage daydream'

Música

Bowie no se acaba nunca

'Moonage daydream' es más que un documental sobre David Bowie, porque invita al espectador a una inmersión personal en el particular mundo del músico

1 noviembre, 2022 20:35

El documental de Brett Morgen sobre David Bowie, Moonage daydream, aún resiste en algunas pantallas de Barcelona, lo cual demuestra que, aunque sea desde la tumba, el señor Jones (Londres, 1947 – Nueva York, 2016) sigue interesando a un número considerable de seres humanos. Moonage daydream ha necesitado cinco años de trabajo (precedidos por un infarto del director) y ha dividido a sus espectadores en dos sectores irreconciliables: los que se lo han pasado pipa rememorando a su ídolo y los que consideran que el señor Morgen ha pretendido crear su propia obra maestra sobre una vida y una obra ajenas, produciendo un espectáculo bombástico, pero al que le falta información. Moonage daydream no es un documental al uso, sino más bien una inmersión personal en el universo de Bowie. Yo mismo me pasé lo primeros quince minutos de proyección arqueando metafóricamente la ceja y preguntándome si el señor Morgen no se habría pasado de listo con el objeto de su adoración, pero acabé rindiéndome a la fuerza de las imágenes (y a lo bien que sonaban las canciones) y disfrutando enormemente de lo que se proyectaba en la pantalla del Renoir (sesión de las seis de un martes, diez o doce espectadores). Tras las dudas iniciales, llegué a la conclusión de que el señor Morgen no se había subido encima de un muerto para parecer más alto, sino que había optado por ofrecer una visión muy personal del homenajeado, un poco en la línea del libro de Simon Crotchley Bowie, editado en España por Sexto Piso en el 2014, dos años antes de la muerte del músico a causa de un cáncer.

Se quejan los detractores de Moonage daydream de que falta información, pero me temo que Bowie es inabarcable, aunque se le dediquen, como es el caso, dos horas y cuarto de atención. Morgen ha optado por pintar su propio cuadro a partir de todos los que pintó, musical, social e intelectualmente, el glorioso difunto. Y el resultado es una obra tremendamente personal, a la par que respetuosa con el retratado. Sí, apenas sale su primera esposa, Angie, que tanto influyó en la creación de Ziggy Stardust; se pasa por alto la época de la cocaína, cuando Bowie se zumbó y le dio por querer ser el dictador que, según él, Inglaterra merecía; se echa de menos (o no) la aparición de muchos de sus colaboradores…Pero es que Moonage daydream no es esa clase de documental.

David Bowie, en un concierto en Washington el 11 de noviembre de 1974 / HUNTER DESPORTES (CREATIVE COMMONS)

David Bowie, en un concierto en Washington el 11 de noviembre de 1974 / HUNTER DESPORTES (CREATIVE COMMONS)

Quienes busquen algo más tradicional, pueden entrar en Netflix y ver David Bowie: the man who changed the world, escrita y dirigida por Sonia Anderson el mismo año de la muerte de la estrella y que sigue con mayor fidelidad la estructura habitual de un documental. El problema de este acercamiento al difunto es su tono inevitablemente cutre: no suenan sus canciones (los derechos debían salirse del magro presupuesto), no opina nadie realmente relevante (hay que conformarse con la primera novia de Bowie, la periodista Mary Finnigan, la actriz y cantante Dana Gillespie –un personaje de escaso interés-, algunos locutores de la BBC y una aparición de Angie para poner verde a su ex marido: ni rastro del fotógrafo Mick Rock, de Brian Eno, de algún superviviente de los Spiders from Mars o de Tony Visconti, productor y compañero de tantas aventuras de David Bowie). Eso sí, entre Moonage daydream y The man who changed the world puede uno hacerse una idea bastante aproximada de lo que significó Bowie para la evolución del rock & roll y de la cultura y el arte contemporáneos. Una idea y poco más, pues para abarcar todo lo que hizo y significó nuestro hombre haría falta, probablemente, una serie de diez o doce episodios.

¿Y una serie de televisión?

Hay un señor en Inglaterra, Simon Goddard, que ha iniciado literariamente tan titánica carrera abordando la vida y milagros de David Bowie a base de un libro por año. Ya ha publicado Bowie Odysey 70 y Bowie Odysey 71, y es de suponer que seguirá con su plan hasta 2016, cuando se quedará sin nada que añadir por motivos obvios. De momento, no han sido traducidos al español, pero los interesados/fascinados por David Bowie pueden recurrir a algunos títulos interesantes a él dedicados. Personalmente, me inclino por Bowie por Bowie, lo más parecido a una autobiografía, pues recoge un montón de entrevistas concedidas a lo largo de los años a diferentes publicaciones y seleccionadas hábilmente por Sean Egan (Libros Cúpula, 2020). También tiene su interés El club de lectura de David Bowie (Blackie Books, 2019), que recoge los cien libros favoritos de nuestro hombre y señala la influencia que pudieron tener en él y en su obra.

Colección de trajes que David Bowie utilizaba en sus conciertos / CG

Colección de trajes que David Bowie utilizaba en sus conciertos / CG

Por lo que respecta al audiovisual, se impone una serie de televisión en la que no falte nada, un equivalente de la obra total que, por escrito, ha acometido el señor Goddard (los que lean inglés, pueden leer también la excelente biografía de Dylan Jones David Bowie: a life). De momento, siempre desde mi punto de vista, Moonage daydream se impone claramente a The man who changed the world, aunque tragarse este documental tirando a barato tampoco le hará ningún daño al fan de Bowie. Ya puestos, recomiendo rescatar la película de Gabriel Range Stardust (2020), ambientada en 1971, la época en que Bowie aún no era Bowie y que contó con la extraña hostilidad de sus herederos, que no permitieron el uso de sus canciones. Pese a su modestia y su injusta irrelevancia, Stardust retrata muy bien a un artista en formación inseguro de sí mismo y de sus posibilidades y aterrado ante la perspectiva de seguir los pasos de su hermanastro esquizofrénico, Terry, que se acabaría suicidando en 1985 tras haber inoculado en su querido David el veneno de la música popular.