Música
Ángel Casas: periodismo 'trotadiscos' y vibraciones 'pop'
Fundador de la revista 'Vibraciones', columnista de 'Fotogramas' y presentador de 'Musical Express', el periodista catalán fue un pionero como cronista musical, en la televisión y en el 'talk show'
3 octubre, 2022 15:35Hace algunos años, pero no tantos, Diego Manrique nos espabiló a través de la SER para contarnos sus cuitas con Ángel Casas. Manrique y Gemma Nierga entrevistaron a Casas, jubilado con buena memoria, hasta el punto de recordar entre risas y admiración la entrevista que Carlos Tena y el mismo Casas le hicieron a Bob Marley, en Ibiza. Rememoraron el rompedor Popgrama televisivo y mencionaron el primer libro de Casas, 45 revoluciones en España, un logro del periodismo musical en el que Ángel contaba la trastienda de los Brincos y el follón de Serrat con aquel La, la, la. La canción acabó ganando en Eurovisión con la voz de Masiel, a mayor gloria de su abrigo de chinchilla.
Ayer mismo contó el Diario de Ibiza que Casas y Tena recibieron al maestro del reggae al pie de la escalinata del avión. Eran los años dulces de Antonio Escohotado en la isla a la que Salvador Pániker bautizó como “mi paraíso perdido”. Comunismo espiritual, drogas y rock and roll, un mundo abigarrado por confuso al que Casas entendía desde el lado del conocimiento y la partitura. Detrás de las confusiones lisérgicas, un hombre racional como Casas amó las bocanadas de libertad. Los que no conocieron el Sangrilá de las Pitiusas, cuando Formentera era la cantera amateur de Ibiza, no tendrían el conocimiento vernáculo de la música y el mar, pero podían escuchar el Trotadiscos –un programa hijo de la frecuencia modulada– liderado por el periodista; una inyección de optimismo, una emisión avanzada a su tiempo, presentado por Constantino Romero –la voz– y Rafael Turia. Los que querían ira mas lejos tenían a mano los papeles escritos en revistas y periódicos con firmas de la “tribu que el pasado sábado enmudeció”, en palabras de Cuní en El Periódico.
Narraba la música de su tiempo como nadie, con un dominio extraordinario de la nota y la palabra intercalada. Muchos años antes de que lo retirada su difícil enfermedad, Ángel Casas sacaba la cabeza en Vibraciones, la revista vinculada al Viejo Topo y paralelamente desplegaba su saber de columnista en Fotogramas, la Cahiers du Cinéma española por muy socorrida que resulte la comparación. Casas hablaba en la radio y escribía en casa, hasta el último día, que fue el pasado sábado, uno de septiembre, cuando alcanzó su corazón el afilado escalpelo que lo devoraba por dentro.
Casas ha sido un buen narrador de ficciones; una de sus novelas, Sidonie tiene más de un amante, es una melange deliciosa desde el punto de vista de la complejidad urbana y dura en su verdad profunda. Es una historia en la que Sidonie, la canción que cantó Brigitte Bardot en la película Vida privada de Louis Malle, define el despertar sexual de Max Morrison, hijo de un músico americano de jazz y de una prostituta del barrio de Sants –donde nació Casas– se convierte en un fotógrafo de gran fama.
El escandaloso secreto de su origen está bien protegido por su mentor, un fotógrafo de bodas y bautizos, durante los años grises de la dictadura. La verdad obsesiona a Max, hasta el punto de dedicar al barrio una exposición en pleno Fórum de las Culturas. Las imágenes del Sants abandonado y pobre son la viva imagen de una ciudad desigual, que luce un pasado modernista, pero que ha sido incapaz de mejorar las rentas de los desfavorecidos y sus vicios de supervivencia. Es una ficción-realidad, un Casas pegado a Sants, su marca indeleble.
Churros en la Ciutadella
Antes de su despedida, Casas había legado su archivo del mundo de la música del siglo XX, que está en buen recaudo en la Corporación de RTVE. Ha sido un histórico de la casa grande, allí donde, cada día y cada noche, se apagan los forillos urbanos y los neones para ahorrar energía. Él ha vivido dentro de un estudio. Fue socio fundacional de TV3, la cadena inventada por el denso Alfons Quintà, la oscura anomalía, la oveja negra de Pujol. El super periodista introdujo el género del talk show con el Àngel Casas Show, cuyas emisiones se alargaron hasta 1988.
Gracias a este espacio, ganó el Premio Antena de Oro de Televisión en 1984 y otro Premio Ondas en 1986. Más tarde, presentaría su propio programa, Musical Express, dedicado a la difusión de corrientes sonoras alejadas del gusto común, desde el jazz hasta el heavy metal. Ramón de España amigo de Casas y colega de gustos musicales, lo despidió anteayer en CG, recordando con un deje melancólico que aquel formato, que se mantuvo en la parrilla hasta 1983, fue altavoz de grupos como Barón Rojo. En su libro Barcelona fantasma, el mismo Ramón evoca la intervención de Casas en el Canet Rock de 1978; escribe que el caos organizado por Pau Riba fue tal que, ante la resistencia de Foxx y los suyos a salir al escenario, Ángel Casas tuvo que intervenir: “Micrófono en ristre, nos dio a elegir entre Tequila y Ultravox…”. La jornada acabaría a media mañana, desayunando churros en la Ciutadella.
En los 90, el presentador y director volvió a Televisión Española con el fin de capitanear Un día es un día, Tal cual, Los unos y los otros y Esto es lo que hay. El primer programa, Un día es un día, consistía en una sesión de entrevistas semanales concluidas con un striptease frente a la cámara, un pase que modificaba conductas en los comedores familiares y acababa aportando benefactoras carcajadas. El humor en clave sardónica pero inofensiva fue una de las señas de identidad de Casas y de su entorno íntimo y familiar. Cuando fue consciente de la gravedad de su enfermedad, se entregó al juego de la metonimia: “Soy un riñón”. Solía decir que lo mejor de su cuerpo era el riñón de Olga, su mujer: “ella se quitó uno suyo para dármelo a mí".
El humor, siempre
Es cierto cuando se dice que, gracias al empeño de Casas, Barcelona se convirtió durante unos años en la parada obligada de las míticas estrellas del Hollywood dorado gracias a sus programas Àngel Casas Show (TV3) y Un día es un día (TVE). Asombró la noche en que Rock Hudson confesó en la pantalla que tenía sida; alegró a su parroquia con Shelley WInters, Peter O'Toole, Tippi Hedren y Joan Collins y recibió a la generación perdida, pero brillante, de los Rob Lowe, Don Johnson o Christopher Reeve. En los últimos años de profesión, Ángel Casas vivió un segundo periplo en la cadena autonómica, con Totes aquelles cançons, y fichó por TVE regional de Cataluña, para liderar otro proyecto de entrevistas, Senyores i senyors. Fueron sus candilejas, desde septiembre de 2008 a diciembre de 2014, momento en el que anunció su jubilación.
Cuando dejó la vida pública, su rara enfermedad, la calciofilaxis, le corroía; le trasplantaron el riñón de Olga y se quedó en silla de ruedas, pero defendió a los suyos como un templo custodiado por su pareja y el asombroso sentido del humor que ambos llevaban dentro y que levantaron para no sucumbir ante el dolor de una patología traidora. Vivió rodeado de mujeres: sus hijas Gisela, Carlota y Andrea, y sus maravillosas nietas, Álex, Sol y Carlota.
En sus últimos años, el gran comunicador adquirió la conciencia de que sufría una cardiopatía, era diabético y había tenido un fallo renal. Llegó a decir que tenía domesticada a la muerte, que no la temía y utilizó en varias ocasiones la ocurrencia con la que Vittorio Gassman tituló sus memorias: “Tengo un gran futuro a la espalda”. Acordarse de El final de la escapada ante la cercanía del fin revela una forma de entender el mundo propia de gladiadores amables. Por qué será que el barrio de Sants nunca deja de sorprendernos.