Música
Jaume Sisa
El cantautor catalán ha innovado en la música en varias ocasiones, con idas y venidas, y ahora como jubilado y amigo de sus amigos
4 septiembre, 2022 20:24A principios de la década de los setenta, en mi ciudad se publicaban discos insólitos en el panorama musical español y yo diría que hasta europeo. Pau Riba editaba en dos entregas su mítico Dioptría; Jaume Sisa (Barcelona, 1948) grababa su primer álbum en solitario, Orgía (1971), que sigue siendo a día de hoy una rareza fascinante; un tipo de Madrid llamado José Manuel Brabo y apodado Cachas montaba un grupo efímero llamado Música Dispersa junto al Sisa, Albert Batiste y Selene, que produjo un único disco raro no, lo siguiente, que se internaba por caminos sonoros que ni The Incredible String Band se había atrevido a recorrer.
Aunque hoy día casi nadie se acuerde de ellos, el grupo de Robin Williamson y Mike Heron estuvo muy presente en las mentes de las figuras más representativas del underground barcelonés anterior a la muerte de Franco. Todos los discos citados –que me prestó un buen amigo de los Escolapios, dado que mi semanada paterna no daba para muchas alegrías-- me marcaron profundamente y sigo escuchándolos de vez en cuando en la actualidad. Pau dio lo mejor de sí mismo en su primera juventud. El Cachas se retiró a Menorca y acabaría muriendo de cáncer en un hospital barcelonés en 2004. Sisa sigue vivo, aunque voluntariamente jubilado porque considera que ya ha hecho todo lo que tenía que hacer y ha dicho todo lo que tenía que decir. Su último disco, Malalts del cel (2016), fue una despedida a lo grande, el mejor de su segunda vida como Jaume Sisa tras haber intentado, sin mucho éxito, reinventar la canción española bajo el alias de Ricardo Solfa. A mí me ganó para siempre con Orgía, y no le quité la vista y el oído de encima desde aquel ya lejano curso de 1971.
Si la Nova Cançó te resultaba plomiza y afrancesada, Pau Riba parecía ir perdiendo la inspiración a medida que se hacía mayor y te resultaba difícil seguir a Serrat tras su disco dedicado a Miguel Hernández (el último que me gustó de verdad), Sisa era tu hombre. Aunque se hiciera esperar: pasaron cuatro años entre su primer álbum y el segundo, Qualsevol nit pot sortir el sol (1975), pero a partir de ahí vino una racha gloriosa: Galeta galáctica (1976), el doble La catedral (1977), La magia de l´estudiant (1979), Sisa i Melodrama (1980)…Aunque la eficacia y el talento mostrados en La magia de l´estudiant se vieron amenazados por unos arreglos a los Serrat del maestro Bardagí que a mí me pusieron los pelos de punta en su momento, la presentación en directo del material resultó maravillosa: saliéndose por la tangente, Sisa recurrió a un grupo de rock como acompañamiento y su sonido cambió de la noche a la mañana en una reinvención colosal (por no hablar de que el bajista de Melodrama, Toni Olivé, era el amigo de los Escolapios que me había prestado Orgía casi una década antes). La etapa previa a Melodrama, indudablemente, fue muy interesante en directo, gracias en parte al uso del violín, clara herencia de la Incredible String Band, pero la unión del cantautor galáctico con un grupo pop que nunca tuvo mucha suerte por su cuenta resultó una muy feliz combinación.
En 1984, Sisa se cansó de ser Sisa y se despidió de su público con Transcantautor: última noticia. Luego se fue a Madrid (en parte, para dar esquinazo al pujolismo, que le sacaba de quicio), adoptó el nombre de Ricardo Solfa, se inventó al misterioso compositor Armando Llamado, cambió del catalán al castellano y trató de reinventar la canción española con tres discos soberbios que casi nadie entendió: Carta a la novia (1987), Cuando tú seas mayor (1989) y Ropa fina en las ruinas (1992), grabados por cortesía del gran Mario Pacheco, que en gloria esté, un madrileño con pinta de sueco que ya tocaba los bongos en Jo, la donya y el gripau, el disco que grabó Pau Riba en Formentera de manera asaz rupestre y que para mí es su última gran obra. A modo de epílogo, Sisa se convirtió en El Viajante para un libro disco que le publicó Borja Casani en 1996.
Huir de la nostalgia
A Ricardo Solfa le vimos la gracia cuatro gatos y Sisa tuvo que volver a ser Sisa, iniciando una segunda etapa de su carrera que, sin estar nada mal, adolecía del entusiasmo de la primera y del brillante arrebato conceptual de los años de Ricardo Solfa. Venturosamente, le puso final con un disco soberbio, Malalts del cel, resumen de su carrera y de sus influencias que, a mí, aunque suene a delirio, me recuerda un poco a la obra póstuma de David Bowie, Blackstar, en el sentido de que es como un compendio de todo lo escrito y compuesto hasta entonces.
No hace falta concluir que Jaume Sisa es mi cantautor español preferido, pues creo que ha quedado meridianamente claro. Pero así me lo parece y no he encontrado a ningún otro que me llegara al alma como él ha sabido hacerlo. Lamento que queden un montón de canciones de Armando Llamado por grabar, y que el Proyecto Solfa fuese tomado por una broma sin mucha gracia, pero el artista parece haberlo dejado todo atrás y optado por tratar de disfrutar de los últimos años que le quedan en su vida de autoproclamado jubilado. Esa es la impresión que saco cada vez que quedo a comer con él, frecuentemente junto a su archivero mayor, Ignasi Duarte, y hablamos de esto y aquello con humor fatalista y, en su caso, algo muy parecido a una serenidad que me provoca una sana envidia. El excéntrico vanguardista que alumbró Orgía hace más de cincuenta años es ahora un señor mayor y sabio que ha sobrevivido a dos infartos (uno de ellos, mientras cantaba el viejo éxito de Machín Corazón loco), es plenamente consciente de que no hay más cera que la que arde, huye de la nostalgia como de la peste y, tal vez sin ser consciente de ello, alegra la vida de sus amigos. No se le puede pedir más a nadie.