Música
Fontaines D.C., cabreo del bueno
'Skinty Fia', su recién publicado tercer disco, ratifica a la joven banda irlandesa como una de las más consistentes irrupciones de los últimos tiempos en el 'rock' surgido en la Isla Esmeralda
21 agosto, 2022 20:30Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, podría haber escrito un hipotético Dickens de marcado acento callejero, rodeado de amplificadores y guitarras eléctricas, cavilando sobre el presente del rock. Lo han dado por muerto tantas veces, al rock, que no tenemos otra alternativa que concluir que su fortaleza es colosal. Que ha perdido su papel antaño central en el imaginario colectivo es evidente, como lo es que la expresión musical hegemónica --en términos de músculo de mercado y el consiguiente seguidismo acrítico de los medios de comunicación-- tiene hoy la forma del ritmo sincopado del reguetón über alles como nuevo pop (desactivado y banalizado ya hasta la náusea el potencial revolucionario que dicha expresión tuvo hace años, demasiados) y de las producciones bombásticas, electrónicas y plastificadas del así llamado sonido urbano. Y sin embargo el rock no cesa en su emisión de señales de vida inteligente y rabiosa.
Puede que todo esté inventado desde hace décadas, pero el goteo de chavales inquietos que se reúnen en un local de ensayo para ventilar sus cabreos y desconciertos mientras conjugan desde su sensibilidad contemporánea unas cuantas referencias compartidas del pasado glorioso sigue dando grandes alegrías. Porque sería conveniente no intelectualizar más de lo preciso: el sintagma juventud airada contiene, y fue siempre así, dos combustibles principalísimos para los mejores incendios del rock, y nos estamos mordiendo la lengua para no afirmar que en la gran mayoría de los casos son, además, los dos únicos indispensables. Veamos, por ejemplo, el caso de Fontaines D.C. –las iniciales corresponden a Dublin City–, un grupo que irrumpió en 2019 con un extraordinario debut, Dogrel, se sacudió las siempre enojosas sospechas del hype con el sensacional A Hero's Death en 2020 y acaba de ratificar que lo suyo va en serio con el recién publicado Skinty Fia.
Formada en 2017 por cuatro veinteañeros que se conocieron en la universidad y fraguaron en primera instancia su amistad en torno a la pasión por la poesía –todos habían escrito o seguían escribiendo–, la banda irlandesa es ubicada por defecto dentro de la (gloriosa) tradición del post-punk de las Islas Británicas. Lo cual no falta a la verdad, y ahí están para dar fe esas guitarras de acordes abiertos y esos diálogos austeros y metronómicos de bajo y batería que remiten inequívocamente a la inagotable escuela erigida por Joy Division, la visionaria banda de Manchester que llevó a su mayor cima artística la revolución (casi más íntima que sonora) del post-punk, que alguien, con lucidez, sintetizó en el paso del jódete del viejo y rudo punk al mucho más sofisticado e incómodo estoy jodido de Ian Curtis y compañía.
Sería sin embargo injusto reducir la música que hasta la fecha han dado a conocer el cantante y letrista Grian Chatten, los guitarristas Conor Curley y Carlos O'Connell, el bajista Conor Deegan y el baterista Tom Coll a la categoría de mera apostilla contemporánea a esa ilustre corriente. En su aún breve recorrido, a Fontaines D.C. los hemos visto crecer, multiplicar sus matices y ensanchar sus recursos expresivos, y siempre es excitante asistir en tiempo real a estos procesos de construcción de una identidad propia sin tener que lamentar además, por ahora al menos, ningún paso forzado o en falso.
Son tantos los ecos que vibran en sus canciones, desde su primer trabajo hasta el lanzado hace poco, que ahondar en ellos podría abocar este texto a emular una entrada de Wikipedia, por lo que sólo señalaremos algunos al vuelo: los citados Joy Division, la angulosa urgencia arty de Wire, la atmósfera intensa y dramática de los The Cure de Disintegration o Pornography, las jeremiadas del tristemente desaparecido Mark E. Smith (The Fall), una concepción de la armonía de delicioso aroma Stone Roses, los acentos tabernarios y comunales de The Pogues, la huella de los años 90 en las bocanadas de shoegaze e incluso, algo más remotamente, del grunge, el sentido lúdico de unos Happy Mondays, un regusto vocal que conecta con una cadencia, con un feeling profundísimamente británico (no se me enfadan los hermanos irlandeses: estamos hablando de música, que afortunadamente pasa por encima de las fronteras porque ni siquiera repara en su existencia) que hace pensar en referencias tan alejadas entre sí como el primer Mike Skinner (The Streets) y la chulería de un Liam Gallagher...
Y a la vez todo en los discos de Fontaines D.C. suena a Fontaines D.C., del mismo modo que nosotros no dejamos de ser nosotros por incorporar premeditadamente o no a nuestra forma de expresarnos dejes, giros y coletillas que usan los amigos estrechos. Un elemento clave en la tremenda personalidad del grupo es, claro, la voz de Grian Chatten, ese muchacho carismático y de aire esquivo que a menudo, más que cantar, declama o medio-habla, en algún punto intermedio entre la desgana y la insolencia, capaz de sonar, a la vez, poético, apesadumbrado, romántico y macarra.
Si en Dogrel, el debut, el grupo se permitía algunos estallidos no diremos de luminosidad, pero sí más enérgicos o movidos; en A Hero's Death, lejos de dejarse llevar por la tentación de acomodarse en una fórmula, sutilmente pero con firmeza y criterio, redobla su apuesta por un rock de groove oscuro y ascético, de gran potencia atmosférica, una música de espíritu instrospectivo pero también encrespada, que va arrastrando al oyente más y más a su interior y que no renuncia, en todo caso, a una gran pegada que en sus directos, ya con fama de experiencias catárticas, se despliega con toda su rotundidad. Ahora, en Skinty Fia (una expresión tradicional de la lengua gaélica que significa literalmente la maldición del ciervo, pero que se usa coloquialmente en el mismo sentido que me cago en todo, o para referirse a una decepción profunda), Fontaines D.C. entregan el que probablemente sea su disco más down tempo.
Entiéndase esto en un sentido muy elástico, más pop–véanse el formidable primer sencillo, Jackie Down the Line, o la deliciosamente envolvente Roman Holiday–, a la vez que el más experimental y ecléctico hasta la fecha, recorriendo con la mayor naturalidad el trecho que va de las raíces del terruño hasta los matices electrónicos de la producción en la canción que da título al álbum, donde con un tratamiento sonoro que evoca los días dorados de la escena Madchester se retrata una relación sentimental arruinada por el alcohol, las drogas y la alienación de las vidas precarias y desdibujadas en la era del turbocapitalismo nihilista.
Sigue, por lo demás, muy presente un aspecto central en la obra de la banda: el enorme peso de la identidad irlandesa, asumido según el momento y el estado de ánimo con desafiante orgullo o como una herencia no solicitada de fatalismo. No es casual que esta presencia permanente de las raíces y el sentido de pertenencia sea más explícita que nunca, pues este tercer disco llega con los miembros de la banda afincados ahora en Londres, como emisarios conjurados de esos embates de amor-odio que siempre han golpeado las costas de las islas de Irlanda e Inglaterra.
Abriendo el disco, como declaración de intenciones sin ambages, la canción In ár gcroíthe go deo: fueron las palabras que la Iglesia inglesa no dejó grabar en la lápida de Margaret Keane en el cementerio de Exhall, alegando que esas palabras en gaélico (para siempre en nuestros corazones) podían ser interpretadas como una declaración política e incluso como un taimado apoyo al IRA; los familiares de la mujer finalmente ganaron la batalla legal y, para celebrarlo, el grupo al completo fue al cementerio junto a ellos para presentar sus respetos.
Pero hay más: desde Bloomsday, un aparente homenaje a James Joyce que es en realidad una carta de despedida a Dublín; The Couple Across the Way, una balada tradicional, con acordeón y voz, que parece hecha para ser cantada de noche en una taberna de maderas robustas y oscuras mucho antes que frente a las multitudes de Glastonbury; o I love you, una feroz y desencantada andanada contra el derechismo irlandés, el encanallado clima político del presente y algunas horrores del pasado de su país, como la historia de los bebés enterrados durante décadas en un convento de Galway destinado a madres solteras, todo lo cual se presenta agazapado bajo el molde formal de una arrebatada declaración de amor. Cosa seria, este grupo. Tenemos ganas ya, muchas, de escuchar su cuarto disco. Mientras llega, afortunadamente tenemos los tres anteriores: ninguno de ellos tiene desperdicio.