Música
Todd Haynes & The Velvet Underground
El documental sobre la banda de Lou Reed y John Cale podría ser la película definitiva, pero cuenta una historia ya conocida e insiste en ver homosexuales por todas partes
3 noviembre, 2021 00:00Antes de su estreno en unas pocas salas y en la plataforma de streaming Apple TV, The Velvet Underground, el documental de Todd Haynes (Los Ángeles, 1961) sobre la mítica banda de Lou Reed y John Cale, había hecho salivar de emoción a los fans del grupo (entre los que me cuento). Después de verlo, los devotos de los Velvets se han dividido en dos grandes bandos: los que se han quedado satisfechos con el resultado y los que han experimentado una profunda decepción (yo formo parte de este segundo contingente). Lo que prometía ser la película definitiva sobre el grupo al que nadie hizo caso en su momento, pero luego se convirtió en un fenómeno seminal de la historia del rock, dura dos horas, pero te deja más o menos donde estabas antes de verla. Pese al meritorio material de archivo, que es lo más interesante de la propuesta, el devoto del grupo que apadrinó Andy Warhol desde su célebre Factory de la neoyorquina Union Square no descubre nada que no supiera previamente. Sí, Lou Reed era un neurótico con muy malas pulgas que iba de artista y, al mismo tiempo, ansiaba convertirse en una estrella popular; sí, John Cale era un galés algo siniestro que pasó de la música contemporánea al rock & roll sin apenas despeinarse; Nico era una belleza melancólica que había venido a este mundo a sufrir; Warhol era un autista funcional con un ojo permanente enfocado a la taquilla: muchas gracias, señor Haynes, pero todo eso ya lo sabíamos. Y las entrevistas a los gloriosos supervivientes (Cale, la baterista Maureen Tucker, la viuda del guitarrista Sterling Morrison, el músico conceptual LaMonte Young o el cineasta alternativo Jonas Mekas, en un involuntario papel de Abuelo Cebolleta) no aportan nada que arroje una nueva luz sobre el grupo. Los primeros veinte minutos del documental (sobre la Nueva York de principios de los 60 que se encontró Cale tras cruzar el charco) resultan ligeramente soporíferos y cuestan de atravesar. La insistencia del director en la homosexualidad de Reed, que nunca fue relevante para sus canciones, desenfoca la historia, pero no sorprende: Haynes es un militante de la causa gay y la aborda hasta cuando no viene a cuento en casi todas sus películas.
La relación de Haynes con esa música pop que, supuestamente, adora ha arrojado hasta ahora resultados catastróficos: Velvet goldmine (1998) era un delirio gay sobre un supuesto romance entre David Bowie e Iggy Pop (rebautizados como Brian Slade y Curt Wild e interpretados, respectivamente, por Jonathan Rhys-Meyers y Ewan McGregor); en I´m not there (2007), la víctima era Bob Dylan, interpretado por diferentes actores y actrices, y el resultado oscilaba entre los críptico y lo incomprensible (a día de hoy, sigo sin saber a donde quería ir a parar el señor Haynes con su supuesto homenaje al bardo de Minnesota). De la misma manera que Julia Ducourneau vio las mejores películas de David Cronenberg y demostró haberlas entendido al revés con su Titane, creo que Haynes nunca les pilló el punto ni a Bowie ni a Dylan, por mucho que haya podido disfrutarlos.
¿Homosexuales por todas partes?
Solo encuentro una película magistral en toda la carrera del señor Haynes, Safe (1994), una oda a la hipocondría con Julianne Moore en el papel de una mujer alérgica al siglo XX (según su propia definición). Lejos del cielo (2002) era un bonito homenaje visual a Douglas Sirk sobre las desgracias de un homosexual de armario (Dennis Quaid) que se acababa quedando en un brillante ejercicio de estilo y poco más. Cuando adaptó a Patricia Highsmith, Haynes eligió su peor novela y rodó Carol (2015), una muestra de cursilería sáfica impropia de la mujer que escribió Extraños en un tren o la saga del sociópata Tom Ripley.
Los mismos errores de bulto aplicados en la ficción a Bowie y a Dylan pueden detectarse en el documental sobre The Velvet Underground que me tragué hace un par de noches en Apple TV y que no me ha aportado nada que no supiera ya sobre el grupo. Sorprende también que se pueda hacer algo tan aburrido con una pandilla de frikis tan estimulantes como los que aparecen en pantalla. El propio Haynes ha dicho públicamente que los Velvets fueron una clara muestra de arte queer, afirmación francamente discutible, pero lógica en un cineasta que ve homosexuales por todas partes y es incapaz de darse cuenta de que su militancia lastra todo lo que toca.
Yo diría que la cosa no funciona ni para quienes descubran al grupo con este documental, pues intuyo que se aburrirán como setas con el ritmo, la realización y el montaje y que no les bastará con los fragmentos de canciones que se escuchan para hacerse una idea de lo que representó The Velvet Underground en unos años 60 dominados por los Beatles y los hippies y la influencia que ejercería sobre estrellas de los 70 como David Bowie, Bryan Ferry, Brian Eno o David Byrne. Si me aburrí yo, siendo fan de los Velvets, solo puedo imaginar a los posibles adolescentes rockeros quedándose fritos durante la primera media hora de proyección. Como Joe Biden en la cumbre climática de Glasgow, pero a lo bestia.