Música
Así nació Ziggy Stardust
No suena en esta película ninguna canción de David Bowie, ya que sus herederos, tras verla, abominaron de ella
11 agosto, 2021 00:00Los interesados en saber qué hacía David Bowie antes de convertirse en un ídolo de masas harán bien, si están suscritos a Filmin, en ver la película Stardust, de Gabriel Range, ambientada en 1971, cuando nuestro hombre acababa de publicar The man who sold the world, un álbum que no había comprado nadie y con el que la crítica tampoco se había portado de una manera especialmente clemente: la opinión generalizada era que se trataba de un disco sobre la locura y que con semejante leit motiv era imposible llegar a ninguna parte en el mundo de la música pop. No estamos ante una biopic autorizada y con un presupuesto digno, como las que se han rodado recientemente sobre Freddie Mercury o Elton John, sino ante un episodio inicial de la carrera de Bowie (Johnny Flynn) en el que éste aparece como un tipo inseguro, balbuceante, que no sabe en qué dirección enfocar su carrera y que, no contento con eso, vive atormentado ante la posibilidad de volverse loco, como su hermano mayor esquizofrénico, Terry (Derek Moran), y las tres hermanas de su madre, también carne de psiquiátrico. Su mujer, Angie (Jena Malone) cree a ciegas en él, pero es mandona, pesada y un pelín histérica.
No suena en Stardust ni una sola canción de Bowie, ya que sus herederos, tras ver la película, abominaron de ella y se negaron a ceder los derechos de los temas del supuestamente homenajeado. La familia, evidentemente, no encontró ningún tipo de homenaje en el film, pero eso no significa que estemos ante un desastre de largometraje, aunque esa fue la opinión más extendida entre la crítica cuando se estrenó a finales del año pasado (no en España). De hecho, es más difícil presentar a Bowie como lo ha hecho el señor Range que mostrarlo en el pináculo de la fama. El cineasta ha preferido centrarse en una época triste y problemática del artista y mostrarnos a éste como un sujeto vulnerable, acomplejado y temeroso de la locura que acaba dándose cuenta de que, para sobrevivir y tal vez triunfar, necesita inventarse a un alter ego. Por eso la película termina con la primera actuación de Ziggy Stardust, el rockero andrógino y puede que extraterrestre con el que Bowie conquistó la fama en 1972 a través del espléndido álbum The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars.
En un tono involuntario de comedia, Stardust nos propone acompañar a Bowie durante una gira catastrófica por Estados Unidos puesta en marcha por Ron Oberman (Marc Maron), un publicista de Mercury Records muy fan del artista, pero de una torpeza inverosímil, que lo pasea por emisoras de radio en las que Bowie no sabe qué decir o le organiza un concierto acústico en una convención de vendedores de aspiradoras, donde los pocos asistentes que le prestan algo de atención lo consideran un marica inglés ataviado con un vestido de mujer (aunque el cantante insiste en que se trata de un man dress).
A falta del material original, el director ha tenido que echar mano de lo que ha podido (un par de canciones de Jacques Brel traducidas al inglés y poca cosa más), como ya le pasó a Todd Haynes en Velvet goldmine (1998), una fantasía homosexual protagonizada por unos sosias de Bowie e Iggy Pop (Jonathan Rhys-Meyers y Ewan McGregor, rebautizados como Brian Slade y Curt Wild) y en la que la pobre Angie (aquí Mandy, interpretada por Toni Collette) ya era presentada como un coñazo absoluto (hay que ver la mala prensa que tiene esta mujer). Velvet goldmine tenía más presupuesto, pero menos interés que Stardust, una rareza especialmente dedicada a los fans de Bowie que también puede ser entendida por quien no sepa de qué se le está hablando. Y es que Stardust es la historia de alguien que no sabe a dónde va y que, además, teme volverse loco por el camino. Es una lástima que ni el público, ni la crítica ni la viuda de Bowie le hayan visto la gracia a esta película porque, a su manera, la tiene. Puede que el largometraje que muchos quisieran ver empiece al final de éste, cuando Bowie acaba de inventarse a Ziggy Stardust y su suerte va a cambiar. Pero para eso habrá que esperar a la biopic autorizada que acabará llegando y que, probablemente, no tendrá ni la mitad de interés que esta película maldita de la que solo hemos disfrutado cuatro excéntricos.