Música
Bryan Ferry
Ferry, a diferencia de Bowie, nunca se creyó que podía ser una estrella del rock y eso explica su menor impacto en la cultura popular
28 junio, 2021 00:00Acercándose a la nada envidiable condición de octogenario, con un hilillo de voz y aparentemente perdida la inspiración, Bryan Ferry, el hombre que reinventó el rock & roll en 1972 con el primer álbum de su grupo, Roxy Music, cada día se parece más a un fantasma de sí mismo. Solo y deprimido --como me comentó el guitarrista de Roxy, Phil Manzanera, durante un agradable almuerzo en Barcelona propiciado por una amiga común, y me confirmó Gay Mercader, que había hablado recientemente con él por teléfono--, el hombre que, junto a David Bowie, me alegró la adolescencia y tanto contribuyó a convertir la música pop en una faceta más del arte contemporáneo, da la impresión de vivir un ocaso particularmente melancólico. Su ex mujer, Lucy, se suicidó hace unos pocos años. Sus cuatro hijos son unos tarugos que no sirven para gran cosa, pero van por ahí como si formaran parte de la realeza, olvidando que el abuelo era minero en un pueblo cercano a Newcastle y que la abuela intercambiaba bocadillos por entradas gratis con el proyeccionista del cine local para que el pequeño Bryan se pudiera dar sus baños de glamur y soñara con un mundo diferente a aquél en el que le había tocado nacer.
Bryan Ferry iba para artista y fue alumno del gran Richard Hamilton, pero acabó siendo una estrella del rock sin acabar nunca de creérselo del todo. Ahí radica su principal diferencia con Bowie y su menor impacto en la cultura popular. Bowie se creyó todos y cada uno de los papeles que interpretó a lo largo de su vida. Ferry mantuvo siempre una distancia irónica con el esteta del glam rock de sus comienzos, con el baladista melancólico en que se convirtió después y hasta con el dandy que fue en todas sus encarnaciones. En cuanto se quitó de encima a Brian Eno --presencia fundamental en los dos primeros discos de Roxy Music a la hora de fabricar ese fascinante sonido retro futurista--, el hombre abandonó el maquillaje, el glitter, las botas de plataforma y las chaquetas con estampado de leopardo, se puso el esmoquin y ya no se lo quitó en lo que le quedaba de vida.
Roxy Music tuvo dos etapas: la primera arrojó cinco álbumes espléndidos --a partir del tercero, eso sí, el retro futurismo a lo Eno pasa a mejor vida-- y la segunda, tras unos años de separación, tres no tan brillantes, aunque indudablemente dignos (Manifesto, Flesh & blood y Avalon, el primero que vendió algo en Estados Unidos, donde la propuesta de Roxy nunca fue entendida del todo. Durante esa primera etapa (Roxy Music, For your pleasure, Stranded, Country life y Siren), Ferry se destapó también como un glorioso intérprete de canciones ajenas (These foolish things y Another time, another place): su revisión del clásico de Bob Dylan A hard rain´s a gonna fall, que parecía interpretada por un Elvis aún más majareta de lo que ya estaba, es impresionante y uno no sabe si Ferry homenajea al bardo de Duluth o si se cachondea cariñosamente de él.
Un esteta melancólico
Después vinieron unos cuantos discos en solitario más bien decepcionantes --con la excepción de los dos primeros, In your mind y The bride stripped bare--, y Avonmore, su último disco de material original --tras el dignísimo Olympia-- apenas contenía un par de canciones mínimamente disfrutables. Desde 2014 solo ha publicado tres discos con los que intenta vivir de rentas: dos en directo en el Royal Albert Hall londinense (un concierto de 1974 y otro de justo antes de que la pandemia del coronavirus acabara con la música en directo) y uno en el que repasa su repertorio con arreglos a lo Kurt Weill y el sonido típico de la república de Weimar y que, sorprendentemente, resulta de gratísima escucha.
Aunque nunca he cruzado una palabra con este hombre, siempre he sentido que era algo así como un amigo de la familia o un pariente lejano, pues, a su manera y desde lejos, me ha hecho más feliz que muchas personas de carne y hueso con las que me he cruzado a lo largo de mi vida. Por eso se me partía el corazón cuando Manzanera me contaba que algunos fines de semana, él y su mujer se acercaban a la mansión campestre de su antiguo jefe para comer con él y tratar de animarlo un poco, aunque sin mucho éxito. Ya sé que con todo lo que hizo en los setenta, el señor Ferry puede morirse tranquilo, pero lo mismo puede decirse de Mick Jagger en los sesenta y ahí sigue el hombre, preparando un nuevo disco con su compadre Keith Richards y deseando volver a la carretera. Supongo que esa es la diferencia entre una genuina estrella del rock y un esteta melancólico que nunca acabó de creerse el personaje que interpretaba, algo ideal para gente como yo, pero no especialmente recomendable para nadie que quiera llegar a viejo dando gracias al Señor por cada nuevo día en la tierra.