Jarvis Cocker, exlíder de Pulp / YOUTUBE

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Música

Jarvis Cocker

El exlíder de Pulp puso un poco de lucidez y dignidad en una de las épocas más tristes y ridículas del pop inglés

19 abril, 2021 00:00

Durante los años de Tony Blair y el (supuesto) New Labour, Inglaterra vivió un ridículo remake de la edad dorada del pop británico que incluía una nueva versión del swinging London de los 60 muy poco convincente. Mientras Londres, hasta entonces asequible y con un punto cutre muy agradable, se convertía en una de las ciudades más caras del planeta --si eso era el nuevo laborismo, mejor haberse quedado con el de siempre--, grupos de un interés tan dudoso como Oasis y Blur pretendían revivir la mítica pugna entre los Beatles y los Rolling Stones por el dominio de la escena pop.

Mirándoselo todo desde fuera, un tercer grupo, Pulp, conseguía sin pretenderlo interpretar el mismo papel que durante la década prodigiosa bordaron los Kinks: me consta la admiración de Damon Albarn, cantante de Blur, por Ray Davies, pero su talento no lo había heredado él, sino --aunque de manera más bien oblicua-- el alto y desgarbado líder de Pulp, Jarvis Cocker (Sheffield, 1963), un cronista social insuperable y un observador irónico de la realidad circundante. Mal vestido y peor peinado, el bueno de Jarvis redondeaba su pinta de friki con unas enormes gafas cuadradas que convertían a las de Buddy Holly en unas discretas antiparras.

Aunque Tony Blair los incluyera en el brit pop de la época, Jarvis y Pulp iban por libre, no participaban en batallitas ridículas y, sobre todo, no se creían que el Londres de los 90 guardase la más mínima relación con el de los 60. Lejos de la grandiosidad megalómana de los insufribles hermanos Gallagher y del seudo humor inglés del señor Albarn y sus secuaces, Pulp se convirtió en la última banda británica que me gustó de verdad: en una posible lista de mis canciones favoritas de todos los tiempos, Common people ocuparía un lugar destacado.

Pese a que nunca vendieron tanto como Oasis y Blur, Pulp colocaron muy bien sus dos primeros discos, His'n'hers (1994) y Different class (1995). Lo suyo era un pop clásico con unos deliciosos toques de extravagancia que lo mismo te podía poner a bailar como un oso que provocarte sesudas reflexiones sobre la existencia. Como Ray Davies, Jarvis Cocker contaba una historia en cada canción. Y cada álbum era como un libro de relatos o como las piezas de un puzle que solo funcionan cuando han compuesto una imagen entera. Donde no llegaba con la pluma, Jarvis lo hacía con la lengua (sus declaraciones, a menudo extemporáneas, eran obras maestras de la provocación ingeniosa) o montando algún numerito, como cuando, totalmente borracho, estuvo a punto de pegar a Michael Jackson en una fiesta por considerarlo un pedófilo muy desagradable.

Cuando el grupo se disolvió, el señor Cocker empezó una carrera en solitario un pelín errática, pero que ha producido algunas piezas de mérito (mi favorita, Room 29, el álbum que fabricó a medias con el pianista Chilly Gonzales en 2017). Cambiar Londres por París durante un montón de años (cherchez la femme, como suele decirse) fue también una manera de alejarse del brit pop y de la herencia envenenada de Tony Blair, el hombre que se suponía que estaba reinventando el partido laborista y que acabó pareciéndose a Margaret Thatcher con un traje de tres piezas.

Tras el ritmo frenético y agotador que marcó la existencia de Pulp, Jarvis Cocker optó por tomarse la vida y las cosas con mucha más calma y por no tener ninguna prisa en publicar discos. Uno más en una larga lista de excéntricos británicos, debe estar a punto de que sus compatriotas lo consideren un national treasure, pero tampoco es que lo pretenda. Yo diría que con explicarnos su visión del mundo a través de sus canciones ya tiene bastante. Personalmente, siempre le agradeceré haber puesto un poco de lucidez y dignidad en una de las épocas más tristes y ridículas del pop inglés. Lo que no es poco.