El escritor checo Ivan Klíma

El escritor checo Ivan Klíma RADIO PRAGUE INTERNATIONAL

Letras

Praga: amor, humor y amargura tras la muerte de Ivan Klíma

La Praga de las primeras décadas del siglo pasado libra la batalla titánica de hallar las nuevas expresiones del arte contemporáneo obviando la tierra baldía de las patrias y los ideales

Monika Zgustova: "Milena es la última centroeuropea, producto de la mezcla cultural, como Zweig"

Publicada

Tras la muerte de Ivan Klíma, queda Praga. Deja la vida un escritor único, que quiso vivir en su país, pese a todos los inconvenientes, cuando otros escritores, como explicó en Letra Global Ignacio Vidal-Folch, se exiliaron para poder seguir sus carreras literarias. 

Praga. Un día se cayeron las cariátides barrocas y sobre ellas se posaron el estilo secesión y al art nouveau. Así nació Praga. Pocas cosas impactan como el Teatro Nacional a orillas del Moldava, joya del neorrenacentismo checo; Max Brod quiso acercar a Kafka al templo de la música en movimiento, pero el gran escritor solo consignó en sus Diarios un encuentro casual con la gran Eduardova, bailando en un tranvía acompañada de dos violinistas, que no pasaron el platillo al final de la actuación.

Kafka naturalizó la música y el balé con este guiño de complicidad cómica; años más tarde, el escritor alemán Hermann Hesse interpretó el humor kafkiano en clave de búsqueda: escapó del seminario alemán de Calw para ser “poeta o nada”.

La idea de que ni el arte puede salvarnos de las desgracias porque estas anidan en la rabia de las gentes -compartida por Karl Kraus, Robert Walser, Peter Altenberg, Alfred Döblin, Isadora Dunkan, Theodor Fontane o Joseph Roth, entre otros- se confirma en la Casa Diamante de Praga, donde el escultor David Cerny colgó una figura de Sigmund Freud.

Revolucionar la mirada

En la escultura, el padre del psicoanálisis aparece con una mano agarrada a una barra que sale del techo del edificio y la otra mano en el bolsillo. Es la doble cara de la ciencia: indiferencia y dolor, pero con gotas siempre de sarcasmo fugaz.

En los adoquines que alfombran la plaza de la Ciudad Vieja, los antiguos del lugar rememoran su iniciación en las paredes del Palacio Kinsky, cuyas esquinas rococó albergaron cuchillerías y tiendas de botones reconocibles en el barrio judío. En el interior de una esfera que resume todas las vidas de la Praga intensa sobrevive hoy la ventana sobre la calle Parizska ante la que Kafka escribió sus Cartas a Felice, con vistas a la iglesia de San Nicolás y a la Torre del Reloj.

El puente de Carlos, en Praga

El puente de Carlos, en Praga WIKIPEDIA

Allí se levantó en 1915 el grupo escultórico de Jan Hus, rescatando la memoria del mártir protestante condenado por el Vaticano a la hoguera, en la ciudad alemana de Constanza. El espacio simbólico que ensombrece la ciudad causó la destrucción de la Columna Mariana, un lugar de cita frecuentado por Kafka y su amigo y editor, Max Brod.

Pese a la brevedad de sus ciudadanos, la Praga de las primeras décadas del siglo pasado libra la batalla titánica de hallar las nuevas expresiones del arte contemporáneo obviando la tierra baldía de las patrias y los ideales. En el destruido Café Arco resuenan las voces del Círculo de Praga -los Oskar Baum, Hugo Bergman o el mismo Brod, entre otros- unidas a las voces de Kafka y sus amigos, a quienes les resultó imposible vivir como uno más, cuando supieron que su tarea consistía en revolucionar la mirada humana de la creación, como lo hacía Albert Einstein en el campo cenital de la física cuántica.

Einstein fue durante un tiempo asiduo al salón literario de Berta Fanta, frecuentado por Kafka, en la Casa del Unicornio o la Casa del Cordero de Piedra (dice hoy en una placa junto a la entrada), que también recuerda con inscripción rotulada al compositor Beadrich Smetana, padre de la ópera checa.

La indeterminación de Kafka frente a la música es su indeterminación ante la vida. Decenas de veces se preparó para unirse en matrimonio a Felice Bauer y otras tantas para comprometerse con Milena Jesenská; no lo consiguió, dejando a la intemperie su falta de acción. Fue un hombre confinado a la introspección. Trató de destruir todo lo que le concernía e incluso dejó por escrito a sus albaceas la orden de destruir su obra literaria después de muerto, como es bien conocido.

La música en Praga es un misterio que se hace más difícil de comprender cuando uno ve el ascético Teatro Estatal junto a la Universidad, pegado a una estatua lúgubre en honor del Don Giovani de Mozart.

Nada que ver con el neobarroco palaciego del Rudolfinum, dotado de una sala de exposiciones y un soberano auditorio, conocido como la Sala Dvorak en honor al gran compositor. En la galería de músicas que coronan el edificio -Bach, Mozart, Beethoven, etc..- destaca Félix Mendelssohn objeto de una sátira de Jeri Weil -Mendelssohn en el tejado- en la que se narra la retirada de la estatua del compositor de ascendencia judía por orden del lugarteniente de Hitler, Reinhard Heydrich, el conocido carnicero de Praga.

La casa del callejón de oro

Al no haber ninguna inscripción los encargados de cumplir la orden  tratan de reconocer a Mendelssohn por sus rasgos faciales. “Identifican la estatua y la destruyen, pero resulta ser la de Richard Wagner, el músico favorito de Hitler”, escribe Alberto Gil en Un paseo por la Praga de Kafka (Reino de Cordelia), un texto de rigor indiscutible, capaz de ofrecer la mejor cara del humor resiliente del pueblo checo.

Es la risa mordaz de un checo iluminado por su sacrificio, como Ivan KlÍma -autor de El espíritu de Praga (Acantilado)-  recientemente fallecido en la capital de la Bohemia, a los 94 años. “Con Klima desaparece el último gran testigo checo de un episodio político y moral de la historia europea reciente: la historia de los intelectuales disidentes en los países en régimen comunista”, ha escrito Ignacio Vidal-Folch en estas mismas páginas de Letra Global.

La casa de Kafka, en Praga

La casa de Kafka, en Praga WIKIPEDIA

Kafka necesitaba huir de su ambiente familiar para poder concentrarse en la literatura. Y con esa intención, se muda primero a la casa de su hermana Valerie, y más tarde a la de su otra hermana Gabrielle, y de esta a una habitación alquilada en la calle Bilková.  Finalmente, su hermana Otta le ofrece una pequeña casa que ha alquilado, a escondidas del padre, en el número 22 del callejón de oro, en las inmediaciones del castillo de Praga. En la actualidad, la casita de Otta se puede visitar, recorrer el callejón y bajar por escaleras hasta la torre Dallvorka, la antigua mazmorra del castillo.

En su mejor momento creativo, Kafka cruza a diario el puente de Carlos y sube para encerrarse en este estudio a escribir. Allí, desvela finalmente el futuro de Joseph K. el personaje de El proceso (novela entonces ya entregada) y concibe a K. protagonista de El castillo, inspirado en la fortaleza renacentista de Friedland. El primero, profanada su intimidad, es acusado, sentenciado y masacrado, tras haber cometido un crimen inventado, mientras que K., el agrimensor, llega a una ciudad en busca del reconocimiento que obtiene luchando contra el engaño (Klamm).

Contrariamente a una creencia extendida, Kafka admira el deporte y el culto al cuerpo; se siente fascinado por las máquinas cuando llega a Brescia (Italia) junto a Brod, reconoce a Gabrielle d’Annunzio junto a los pilotos y descubre la nariz “propia de un bebedor” de Giacomo Puccini, sentado en la tribuna de invitados (Los aeroplanos de Brescia).

El escritor Ivan Klima

El escritor Ivan Klima

Después del segundo milenio, Praga llora e implora a su hijo predilecto y en 2005 inaugura su museo, donde se concentra hasta el más mínimo detalle; primeras ediciones, cartas, diarios, manuscritos, dibujos originales y exposiciones. Es un regreso a la semilla: se ocultan las miserias y se vanaglorian las grandezas de una vida anodina, aparentemente conformista y antiheroica.

Narración íntima

Praga vuelve a ser interactiva; al museo se llega tras un breve recorrido a pie desde el puente de Carlos, en el barrio de Malá Strana, muy cerca de uno de los antiguos domicilios del escritor, un judío que no practica su religión; un checo que no habla su lengua materna y detesta su trabajo como agente de seguros, el oficio que paradójicamente le salva la vida al no ser llamado a filas durante la Gran Guerra.

En los primeros años del novecientos, la inteligencia de Praga evita el Zeitgest, el espíritu de los tiempos, en pleno auge de las vías revolucionarias; esta vanguardia silenciosa de los Bohumil Hrabal, Jaroslav Seifert, Harald Salfellner o Vitezslav Nezval- se empapa de decadentes, parnasianos y simbolistas.

Son los supuestos perdedores al margen de la vanguardia y de la Academia. En sus mejores versiones recurren a un formato de narración íntima, muy visible en los Diarios de Kafka, una confesión virtualmente paralela a la de otros grandes talentos europeos marcados por el mismo refugio de la intimidad, como Rilke en Los cuadernos de Malte o Pessoa en Libro del desasosiego.