Virginia Woolf (1902) / GEORGE CHARLES BERESFORD

Virginia Woolf (1902) / GEORGE CHARLES BERESFORD

Letras

Virginia Woolf, memoria esencial

El novelista Gonzalo Torné selecciona una antología de los diarios de la escritora británica, donde se muestra brutalmente sincera sobre sus obsesiones y aspiraciones

4 abril, 2022 22:50

La imagen de Virginia Woolf dejándose morir en un río con los bolsillos llenos de piedras marcó a una de las autoras más avanzadas de la literatura feminista, arriesgada y valiente, y que sigue estando vigente a los cien años de su nacimiento. Junto con su defensa de un cuarto propio, tan eficaz a la hora de definir el espacio íntimo que necesita cualquier mujer, relegado por patriarcados y religiones, su muerte parece haber condicionado su obra. También influyó en su posteridad una fotografía en la que aparece bella –de una manera no convencional– y triste, con un aspecto poco romántico. Más cercana a los existencialistas que de las escritoras románticas británicas que le precedieron. Todo esto, tristeza, hastío, deseos de independencia, queda matizado en la extraordinaria antología de sus diarios que ha hecho el escritor Gonzalo Torné para la editorial Clave Intelectual.

Se trata de una recopilación –pulcramente ordenada– de los diarios de Woolf, de sus pensamientos íntimos y de sus dudas como autora, pero, con singular relevancia, también de aquello que anotó sobre otros escritores en cuadernos que un día pensó que podían ser un manual para lectores.  El material seleccionado por Torné ofrece una incisiva visión de la intimidad de la escritora. De sus ideas y juicios literarios y personales y de su propia vida. En ellos aparecen pensamientos sobre sus relaciones sentimentales, su matrimonio y el alivio que su marido suponía para su inestabilidad emocional, junto a sus angustias y sus estados de ánimo.

Virginia Woolf at Monk's House

Virginia Woolf at Monk's House

Habla Virginia Woolf de la depresión como una enfermedad que va combatiendo con tesón gracias a su vitalidad, un rasgo que no siempre es tenido en cuenta dada su imagen pública de intelectual inconsolablemente insatisfecha. No resulta muy complicado reconocer en sus sentimientos y pensamientos íntimos el magma de sus novelas. De hecho, en estos diarios habla de ellas con absoluta sinceridad, orgullosa de su trabajo, convencida de ser una autora excepcional y obsesionada por alcanzar la excelencia, la originalidad, la honestidad y el riesgo.

No deben sorprender al lector las confesiones sobre sus relaciones sentimentales, la necesidad física de su marido, que le ofrece seguridad y un espejo donde mirarse sin afeites. Menos aún su aversión a las vidas vacías, inanes, aburridas.  El tedio, la falta de curiosidad o de voluntad son sus demonios íntimos, que trascienden al juicio que tiene de los otros. Woolf llega a sentir deprecio por la falta de lucidez y ambición que ella, con una honestidad brutal, atribuye a las “clases bajas” que carecen de  herramientas para valorar la vida en su plenitud. Sus reflexiones sobre “el pueblo” están llenas de soberbia moral e intelectual, disculpable en gran medida por el reproche a sí misma que también expresa. A esta Virginia Woolf le importa poco lo que puedan opinar sobre ella, con la excepción de aquellos a los que amó o, el caso de escritores, a los que envidió y con los que se midió. 

Virginia Woolf

Es el primer capítulo donde la autora de Las Horas, Orlando o Noche y día habla de literatura y de escritores. Lo hace sobre autores vivos, algunos íntimos, y muertos, sobre todo de los clásicos y de aquellos que han tenido éxito y a los que desprecia. Este material fue meticulosamente guardando para un libro en el que quería recoger su propio canon, sin miramientos. Un ensayo sobre literatura que hubiera convertido el atrevido Manual de lectura para caníbales de Rafael Reig en un benévolo paseo. Woolf se muestra brutal, sin piedad a la hora de hablar de sus contemporáneos.

Virginia y Leonard Wolf fueron los fundadores de un sello editorial –del que vivían con estrecheces que la autora recuerda una y otra vez– en el que publicaron éxitos como las novelas de Catherine Mansfield, T.S. Eliot o Sigmund Freud. Ella escribía reseñas por encargo, aunque, para prevenir posibles heridas, evitaba las de los libros de los amigos más queridos, tal era su implacable capacidad de diseccionar las obras más reconocidas. Ningún crítico literario, ni entonces ni ahora, ha llegado al nivel de análisis de ella, arriesgando en muchos casos amistades y cosechando frecuentes antipatías. 

No estoy dotada para amar al prójimo... que no sea Shakespeare escribirá. Y, efectivamente, solamente con el bardo se deja emocionar Virginia Woolf de manera fiel. Sus relaciones de amor y celos, literarios y/o carnales, con Catherine Mansfield o Lytton Strachey, son relatadas en un capítulo que se titula 'La vida de mis amigos'. Reconoce sentir envidia de la popularidad de De Mansfield, a la que considera una escritora, si no banal, carente de ambición literaria. Con Lytton, al que sí admira, compite bravamente y  le aplica la misma exigencia que se pide a sí misma. Algunos de los libros de su amigo le parecen que no están a la altura de su capacidad.

Gonzalo Torné / LENA PRIETO

Gonzalo Torné / LENA PRIETO

Strachey se había hecho muy conocido por libros de carácter histórico –es el referente ineludible de vidas como las de la Reina Victoria– y por su relación, muchas veces objeto de sus obras, con la pintora surrealista Dora Carrington, a la que Woolf, entre algún amable comentario, dedica alguno de sus juicios más severos. Sin zaherirla, la trata con cierta conmiseración. Con Mansfield y Lytton mantuvo Woolf una intensa amistad, de carácter intensamente amoroso en ocasiones, sin que en ninguno de los dos casos su estabilidad matrimonial llegara a ser amenazada. Sus amigos-amates no son los únicos que pasan por la lupa puntillosa de la escritora. En estos diarios aparecen otros miembros del grupo de Bloomsbury –ese Parnaso que ella contribuyó a formar en el corazón de Londres– bien como parte de sus recuerdos y pensamientos, bien para juzgar su obra. Entre todos destaca el poeta T.S. Eliot, publicado y querido por los Woolf, al que la autora de los diarios baja de una peana que ella había contribuido a levantar.  

El lector ve desfilar por los diarios una pasarela de la mejor literatura del siglo XX: figuras como Joyce (que no le gustaba nada, tampoco como escritor y aún menos su famosa novela Ulises, a la que considera enrevesada y vulgar), Aldous Huxley, D.H. Lawrence (tampoco de su agrado ni personal ni literariamente), Bertrand Russell, Joseph Conrad (al que estima pero cree sobrevalorado hasta el punto de considerar a sus lectores como un rebaño de ovejas sin criterio), Henry James, John Milton o Cervantes. La vitalidad, la sinceridad y el ritmo de esos apuntes sobre escritores, artistas y amigos es de tal fuerza que el lector del siglo XXI apenas percibe que fueron escritos hace más de cien años, dada la rotundidad de su estilo y, especialmente, la eficacia de sus comentarios más mordaces.

Virginia Woolf Diaries1

Gracias a estos diarios los lectores entienden el tipo de vida, las ambiciones o el propósito del matrimonio Woolf. También conoce a esa élite intelectual, de la que formaban parte. Su lectura resulta tan conmovedora como hilarante, tan instructiva como entretenida. A pesar de su lucha contra la enfermedad mental, con episodios de euforia y tristeza infinitas– en este libro se muestra una mujer que amaba la vida y sus placeres – espirituales y mundanos–. Una escritora que amaba intensamente la conversación y el juego de la seducción. Y que, menos viajar, no hubo tentación en la que no cayera. Consecuencia de una voluntad de independencia visible en otras facetas de su vida, desde la renuncia a la maternidad a la expresión de sus ideas políticas sin importarle ni las consecuencias ni las enemistades.

Se consideraba vehementemente de izquierdas y “enemiga de una derecha reaccionaria”, de la que se sentía víctima. Pero ni se hermosea ni se engaña. "Me impresiona el desamparo de las clases bajas. ¿Cómo van a levantar cabeza si nos tienen encima a todos nosotros?”. Se siente mujer en un mundo de hombres. Y, como tal, ninguneada y reducida. A veces empatiza con el resto de las mujeres y otras las ve –especialmente aquellas que cumplen el papel de madres y esposas, sin sueños propios ni vida individual– como un lastre para la emancipación de todas. Woolf hace reflexiones de una originalidad pasmosa para su época: “Las mujeres ricas tendrían que ser feministas. Debemos animarlas a que lo sean porque si las ricas defienden el feminismo ya no tendremos que ser nosotras las feministas, y serán las ricas las que extraigan ese flujo negro de amargura que nos envenena a todas”.

Virginia Woolf Diaries3

La escritora ambiciona ser admirada y conseguir una fama que envidia en otros, con menor mérito a su juicio. Por otro lado, se resiste a abandonar un espacio íntimo de creación que la protege de la banalización. La dependencia de su marido, a veces, le hace sentirse culpable: se considera un lastre para la obra de Leonard, un obstáculo para sus deseos y su capacidad intelectual. Pero, a pesar de los desencuentros con él, que cuenta sin tapujos, regresa una y otra vez a la seguridad y fortaleza que le da esa relación, un amor no exclusivo, pero sí fieramente necesario. Le aterra verlo envejecer tanto como le espanta su propio deterioro. No desear nada, languidecer en ambiciones e intereses, ser vulnerable física y mentalmente son amenazas que le angustian de manera obsesiva. 

Es también despiadada con el espectáculo de la vejez ajena. Los últimos pensamientos que Gonzalo Torné recoge en este libro dan pistas sobre la angustia que padeció Virginia Woolf cerca de cumplir sesenta, presintiendo una ancianidad llena de dolor y dependencia. Se suicidó a los 59, en plena guerra mundial, aterrorizada con el futuro y asqueada del presente. El acto trágico de ahogarse en el rio, obligándose a morir con los bolsillos llenos de piedras para dominar el último deseo de seguir viva, muestra su desesperación, pero también el dominio de la voluntad por encima de cualquier instinto. Es la razón venciendo definitivamente a las emociones. Fue dueña de su vida hasta el punto de quitársela. Y todo ello con una implacable coherencia, sin melodramas, por más que su muerte represente la tristeza y el dolor. No hay en estos diarios nada banal, fortuito ni fácil. Woolf jamás se habría perdonado parecerse un personaje de las hermanas Bronte o de Jane Austen.