Gambito de dama, sobre el tablero de Ucrania
El relato de Putin es un fin de raza que podría emparentarlo con los héroes desesperanzados de 'La Marcha Radetzky' de Joseph Roth
4 abril, 2022 18:52El orden mundial es el pasado. Las sanciones económicas impuestas a Rusia tras la invasión de Ucrania están mostrando un proceso de desglobalización de consecuencias muy negativas para la asignación de recursos en los mercados a nivel planetario. Europa Occidental vive una espiral inflacionaria como consecuencia del alza de los carburantes y del encarecimiento de las materias primas alimentarias y minerales. Los bancos centrales y los tipos de cambio adquieren de nuevo la importancia que tuvieron antes de Bretton Woods; son los motores del crecimiento económico que amenaza con detenerse, si los negociadores de ambos bandos rechazan la neutralidad de Ucrania como condición para la paz. De momento, sobre el teatro de operaciones que ha causado muchos miles de muertos y 10 millones de refugiados, se extiende la opinión de que la neutralidad a la finlandesa o a la austríaca no será una solución duradera. Viene una nueva cultura política y económica, que exige nuevos relatos.
La UE apuesta por la reconstrucción de una arquitectura de seguridad compartida basada en la distensión y no únicamente en la disuasión. En línea con Bruselas, un grupo de expertos en geopolítica reunidos por la Fundación Internacional Olof Palme (FIOP) “reclama la cooperación internacional para evitar que el conflicto de Ucrania desemboque en una guerra entre potencias nucleares”. El salto al pasado que significa la invasión de Putin ha puesto sobre la mesa el zeitgeist cultural de la Guerra Fría, basado en el equilibrio del terror y de la destrucción mutua como destino final. El relato del déspota ruso es un fin de raza que podría emparentarlo con los héroes desesperanzados de La Marcha Radetzky de Joseph Roth --el fin de Mitteleuropa-- o de El ruido y la furia de William Faulkner, metáfora de la pulsión demoníaca contra la propia sangre. Los crímenes de guerra sobre la población civil de las ciudades ucranias nos acercan al dolor sin consuelo de los muertos anónimos o los amortajamientos de familiares y vecinos caídos bajo las bombas de la Federación.
La FIOP, presidida por Ana Balletbó, --ex diputada socialista, historiadora y periodista formada en el Wilson Center de Washington-- reunió los pasados 29 y 30 de marzo en S’Agaró a diplomáticos, militares de alto rango y académicos, encabezados por Javier Solana, impulsor del Center for Global Economy and Geopolitics de Esade. El ex secretario general de la OTAN y ex Alto Representante de Exterior y Seguridad de la UE remarcó la necesidad de volver al punto de partida de la paz forjada en Helsinki, en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, OSCE, de 1975. Solana espera que la seguridad europea se refuerce ahora gracias a la Agenda 2030 de la OTAN, cuyo calendario de decidirá en la cumbre que la Alianza tiene previsto celebrar en Madrid el próximo mes de junio. Será una auténtica refundación.
La extrema derecha jalea a Putin
A los expertos les preocupa el drama humano de la guerra, pero también su desenlace, que puede marcar a generaciones. La OSCE sigue vigente y Rusia forma parte de ella, pero la invasión de Ucrania la ha borrado del panorama geopolítico. “La reintegración de Rusia en el consenso europeo es esencial, ya que, sin ella, la seguridad de todos va a seguir viéndose amenazada. No puede haber distensión y desarme sin un marco de confianza mutua. Y es muy deseable para el futuro contar con una Rusia que vuelva a aceptar las reglas del juego”, en palabras del ex ministro de Exteriores de España, Josep Piqué, que tuvo una intervención clarificadora en el Seminario de FIAP, celebrada con los patrocinios de Esade y El País, bajo el título Estrategias, desafíos y amenazas. Sin un futuro vínculo de paz entre Rusia y la UE no existirá Euroasia, un sueño compartido; pero de momento, el mundo mira hacia Pekín para reconducir la cooperación. Está por ver es si el nuevo continente será Euroruso o Rusochino; ¿Unirá a Lisboa con Vladivostok o tan solo a San Petersburgo con Shanghái?
En el panel de expertos que participaron en el mismo Seminario destacaron las ponencias de los diplomáticos Eugeni Bregolat (ex embajador en China) o Juan Antonio March (ex embajador en la Federación Rusa), así como la intervención de altos cargos actuales, como Miguel Ángel Ballesteros, director del Departamento de Seguridad de Presidencia de Gobierno. Javier Rupérez, ex embajador de España en EEUU, examinó las realidades concomitantes entre Putin y el expresidente Donald Trump. Los populismos se tocan: Putin se instaló en el poder gracias a una oligarquía que privatizó el antiguo Estado soviético, mientras que Trump utilizó el poder de Rupert Murdoch o de Blackstone, el mayor fondo de inversión. Los portavoces de la extrema derecha norteamericana han jaleado a Putin en el pasado y ahora remiten a la falsa teoría de la “cancelación” de Rusia por parte de Occidente.
Aunque los partes de guerra denuncian una sangría, en los datos aportados por la mesa negociadora después de la primera cumbre en Turquía se ha visto que Putin ofrece de palabra un cercano alto el fuego a cambio de anexionarse ya para siempre la región del Donbás conectada con el mar de Azov por Mariúpol y sin modificar el estatus de la península de Crimea, conquistada en 2014. Sin embargo, la guerra sigue y se encarniza día a día, como ha mostrado la localidad de Bucha, en los alrededores de Kiev. El repliegue ruso ha dejado tras de sí la ciudad de los muertos y ejecutados por el vendaval de la llamada “guerra híbrida”, desplegada por el ejército ruso, combinando armas convencionales y medios de destrucción sofisticados. Pese a la virulencia, la invasión se encuentra en un callejón sin salida. El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, refuerza a diario su moral de combate a los ojos del mundo: “solo saldré de aquí por la fuerza de las bayonetas”, dice, utilizando la cita de Mirabeau, aquel orador del Tercer Estado en la Asamblea nacional de la Francia Revolucionaria.
Como los 'Hermanos Karamazov'
Cuando Rusia habla falsariamente de paz a cambio del pasillo que une Jérkov y Mariúpol, se hace patente la figura de Putin, amante de los símbolos, tramando acaso la celada del antiguo jugador de ajedrez sirio, Philipp Stamma, inventor del conocido gambito de dama, que consiste en entregar una ficha para ganar en estrategia; o dicho claramente: me voy de Ucrania, si me entregáis el Este. Uniendo la zona rusófila con el Azov, aunque Rusia no llegara a entrar en Odesa --la ciudad fue bombardeada el pasado fin de semana-- “habría cerrado factualmente la salida al mar de Ucrania, porque el principal puerto del país es Mariúpol y no Odesa”, según una opinión compartida en el seminario de la FIOP por estrategas militares como Pedro Méndez de Vigo, diplomado de Estado Mayor y Francisco Ruiz González (instituto Universitario General Gutiérrez Mellado). La parálisis de Rusia en el terreno diplomático tiene mucho que ver con la ausencia de objetivos militares cumplidos. Mariúpol, vacía y devastada, es el símbolo de la resistencia; es la nueva Sarajevo, una Alepo rediviva, cuya entrega al invasor --alto precio-- desatascaría las negociaciones de paz, que podría aceptar Putin.
La personalidad del presidente ruso es un factor determinante de esta guerra. Al margen de las fuerzas que se le insuflan China y la India, dos potencias nucleares, el autócrata mantiene una relación de poder sin fisuras sobre el alto mando de Moscú, más allá de la creciente oposición interna de la sociedad rusa. Putin es un sátrapa solitario; su vida está marcada por la misoginia de los personajes emblemáticos de Dostoievski, aquellos cinco Hermanos Karamazov, que por mucho que lo intentaron nunca entendieron el anhelo humano profundo de su sociedad. El presidente agresor es un hombre emboscado en su zulo antiatómico, como el protagonista de Memorias del subsuelo, un Yago shakesperiano incapaz de sentir vergüenza; un oscurantista antisemita que ama la tiranía y el terrorismo de Estado del imperio ruso y de su Iglesia.
Una de las vías para explorar los pretextos de la guerra es precisamente la religión ortodoxa, íntimamente vinculada al pan nacionalismo eslavo. El filósofo existencialista ruso Lev Shestov, en su libro Atenas y Jerusalén, enfrentó a la razón con el dogma y optó por el segundo, como ha escrito Enric González. Al hilo de Shestov, podríamos decir que el ejército de la Federación está del lado de la fe y que Putin se sostiene sobre el inmenso túmulo del sectarismo colectivo, aprendido durante setenta años de comunismo. Para el actual Kremlin, la devastación de Ucrania está escrita en alguna revelación y por eso nadie ha impedido el renacimiento de los lazos (rotos en los últimos años) entre el rito bizantino del país europeo y el patriarca Kiril de Moscú, que pide la paz, pero apoya a Moscú. El nacionalismo étnico-religioso dio un aviso en Europa en la década de los noventa en los Balcanes y ahora Rusia, llevada por la misma fiebre, muestra toda su fuerza en Ucrania, la más antonomásica de sus antiguas repúblicas. El “Alto Volta con armas nucleares”, como definió a Rusia el presidente americano Biden, es el más poderoso de los nacional-populismos que hoy asolan el planeta.
Madre Rusia
Rusia no podrá decir nunca que fue aislada y abandonada por Occidente. Después de la Perestroika, EEUU y Europa la apoyaron con medidas orientadas a construir su transición hacia una democracia homologable. La misma UE impulsó el Consejo OTAN-Rusia para el intercambio sobre asuntos de seguridad y política militar. Pero todo se torció en el asedio a Grozni, la capital de Chechenia, en febrero del 2000; unos años más tarde, en 2008, Rusia expulsó a los georgianos de Osetia del Sur, y atacó a Tiblisi, la capital Georgia; en 2015 Rusia entró en Siria tras la petición solicitada por el presidente Bashar Al-Asad cuyo padre y antecesor en el cargo, Hafez al-Asad, formado en la URSS, fue el fundador del partido Bass durante los años ascendentes del nacionalismo árabe, en el Egipto de Nasser, el Líbano de Kamal Jumblatt y el Irak de Sadam Hussein.
Las guerras de Putin refuerzan su creencia en la unidad transhistórica de la Madre Rusia. Ahogando las aspiraciones territoriales de las antiguas repúblicas del Cáucaso, Moscú está mostrando el poder de un dogma abrasador y en estas circunstancias, Europa central y del Este se ha convertido en una de las regiones más vulnerables en el mapa geopolítico del mundo. “Rusia y Bielorrusia utilizan tácticas híbridas contra los estados del flanco oriental de la OTAN, incluyendo Polonia y Lituania. La agresión contra Ucrania no es un caso aislado y la presión de Moscú seguirá”, asegura el experto Tomas Smura, director de la fundación Pulaski, con sede en Varsovia.
Después del alto el fuego en Ucrania y de la posible paz habrá llegado el momento del escenario postbélico. Los expertos reunidos en el último Seminario de la FIOP coinciden en que será entonces el momento de la generosidad, si Moscú decide volver a formar parte de un orden internacional basado en el respeto a las soberanías y los derechos humanos hoy pisoteados.