La obra del escritor irlandés Seamus Heaney

La obra del escritor irlandés Seamus Heaney

Poesía

Seamus Heaney, traducido y traductor

Un lustro después de su muerte, parte de la obra lírica del poeta irlandés es vertida al español por la mexicana Pura López Colomé

13 septiembre, 2018 00:00

Fue sin duda uno de los grandes poetas en lengua inglesa del siglo XX. Naturalmente, el Premio Nobel de 1995 confirmó ese estatus, pero la concesión del galardón no fue sino un trámite, un pasar por notaría para dar fe de una propiedad largamente construida, cuya escritura no es la del documento administrativo o legal, sino la de los poemas, la de la rica e influyente obra.

Se cumplen cinco años de la muerte de Seamus Heaney. He vuelto a ver las grabaciones de su emocionante funeral, al que asistieron el actual presidente de Irlanda y su predecesora, más numerosas figuras de la abigarrada escena cultural irlandesa, que es hablar de incontables poetas y músicos, de actores y novelistas. Fue la última vez que yo haya visto caminar al ínclito Shane MacGowan, pero también había representación de los Dubliners o de U2, y una lista pasmosa de personas de talento como Stephen Rea o Paul Muldoon. Fue, por así decir, un íntimo funeral de Estado, porque Irlanda lleva la poesía y la música muy dentro de su naturaleza y es inseparable de ellas, hasta el punto de que el escudo nacional es un arpa, el arpa de los bardos. Y de bardo, con todo lo que eso significa, calificó Muldoon a Heaney.

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El poeta, fotografiado en Estocolmo tras recibir el Nobel

Viene esto a cuento de que estamos ante un poeta que fue más que un mero urdidor de versos: alguien ejemplar y un ser humano sencillo y –a él que le gustaba el latín y las etimologías– cordial. Reconocido en todo el mundo, en México, su máxima valedora ha sido Pura López Colomé, que había ido vertiendo varios de sus títulos y que en 2015 la reunió en un volumen exquisito, bien acompañado de fotografías, hecho posible por Trilce Ediciones, Conaculta y la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Obra reunida no se trata de unas poesías completas, pero se acerca a ser casi la mitad de ellas, con la integración en sus más de quinientas páginas de Isla de las Estaciones (1984), Viendo visiones (1991), La luz de las hojas (plaquette de 1999 que desembocaría luego en Luz Eléctrica, de 2001, y Metro en escenas, de 2006), El nivel (1996), Sonetos y Cadena humana (2010). Se verá que no se consigna la fecha de publicación de Sonetos, porque en realidad esta parte la constituyen todas esas quinielas de catorce resultados en las que Heaney acertó siempre en diez de sus colecciones.

López Colomé los ofrece primero en traslación literal y luego bajo la forma de sonetos, con heterodoxas rimas, como las del original. De propina, se adjunta un “Nuestra Señora de Guadalupe” que no había aparecido antes nunca en libro. Algunos de esos títulos ya se habían traducido en España, y el lector interesado podría contrastar unas traducciones y otras, bien es verdad que Obra reunida lamentablemente no está distribuido en España.

Heaney fue él mismo un notable traductor, recreador a veces, y es esclarecedor atender a sus comentarios sobre los empeños de traslación que acometiera, desde las aventuras del rey loco Suibhne que también vertiera Flann O’Brien en Nadar-Dos-Pájaros a trasformaciones de Sófocles, Virgilio o el escocés Henryson, entre otros, sin olvidar su traslado a un odre nuevo de la epopeya anglosajona Beowulf, que tanto fascinara a Tolkien. Con él ganó el Whitbread Book of the Year Award en 2000. El Pen Translation Prize en 1985 (el mismo año que en prosa fue para la traductora de La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa) por sus versiones de los citados poemas anónimos del siglo XII: Sweeney Astray.

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El poeta, junto a su biblioteca

López Colomé hace un buen trabajo, nada fácil. Heaney posee un abundoso y variado léxico, especialmente de sustantivos del ámbito rural, aunque aquí hay poco de esa faceta. No existe, o si existe es insípido como un producto genéticamente modificado, un español neutro que sirva para todas las regiones del idioma, y la traductora se ciñe a su lengua viva, sin tener empacho en utilizar mexicanismos, también en la construcción, como “qué tan caliente estaba” en lugar de “lo caliente que estaba”.

Palabras que despiertan la sed a tequila son abarrotes (grocery, comestibles o ultramarinos), cocuyo (glow-worm, luciérnaga), manija (spade, pala), papalote (kite, cometa), jalaba (dragged, arrastraba). En cierta ocasión, la extrañeza procede no de las coordenadas de la palabra sino de su error: un chirriante “doceava” por “duodécima”. Es más que loable la sostenida atención de López Colomé a Heaney, a quien conoció y trató. Fue el gran poeta y traductor español radicado en México Tomás Segovia quien le recomendó en 1981 que tradujera al irlandés. 

Cita López Colomé una frase del discurso de aceptación del Nobel. Es una imagen perfecta, que brilla por sí misma y que induce a reflexionar. Dijo, leyó Heaney ante el rey de Suecia y los invitados, también nosotros sus lectores: “La forma poética es tanto el barco como el ancla”. Podríamos glosarlo, pero eso se lo dejamos a los copistas de los scriptoria medievales que llenaron de marginalia el pergamino de tantos ejemplos de ese milagro de los manuscritos irlandeses durante una época, fuera del tiempo, cuando aquí era la Edad Media.