Fresco de la Casa de Iulius Polybius en Pompeya

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Poesía

Quinientos epigramas griegos

Cátedra alumbra la antología más extensa en español de la forma más concisa de la antigua poesía de Grecia en una excelente traducción de Luis Arturo Guichard

16 septiembre, 2021 00:00

En su origen, el epigrama fue una inscripción destinada a conmemorar una muerte, o un texto votivo, en ambos casos compuestos en verso. Luego evolucionó y se convirtió en receptáculo de muchos temas, incluyendo además poemas eróticos (heterosexuales y homosexuales), satíricos, de adivinanza o sobre otros aspectos literarios. Por su carácter fueron descriptivos, narrativos, dialogados al hilo de un banquete o simposio, teñidos en fechas más recientes por el adusto cristianismo, numerológicos hasta convertirse casi en sudokus. Tantos tipos de epigrama hay como epigramas existen, se podría decir, pero todos abrazan la característica compartida de la brevedad, hasta el punto de que la mitad de los que nos han llegado se componen solo de dos dísticos (cuatro versos), y no son demasiados aquellos cuyo número de versos supera el de dedos de ambas manos. 

La antología bilingüe del epigrama griego de Luis Arturo Guichard, profesor de la Universidad de Salamanca y poeta, abarca desde el siglo III a.C. hasta el siglo VI de nuestra era. Es en su extensión temporal la más extensa en español. Leyéndola, se entiende la pervivencia del género no solo en Roma, ya en el latín de Marcial y otros, sino transmutado, pero siempre con el común denominador de la afilada concisión, hasta la actualidad y en prácticamente todas las lenguas literarias. Porque el epigrama es una destilación de lo que ya es una destilación, la poesía, amiga de la economía verbal y enemiga, en consecuencia, del fárrago.

Quinientos epigramas griegos

Dos fuentes principales han nutrido el corpus de epigramas de la lengua griega, que no estrictamente griegos, porque también se urdieron en la Península Itálica y en Bizancio. Ambas son florilegios, gavillas, recopilaciones de autores diversos: de un lado la Antología palatina, copiada en Constantinopla entre 955 y 970; de otro, la Antología Planudea, realizada por Máximo Planudes en 1299 (faltaban solo cinco años para que naciera Petrarca). El resultado de la conjunción de ambas es la Antología griega. El grueso de los poemas de época helenística (del siglo III a. C. a la mitad del siglo I a.C) se había compilado antes en la llamada Corona de Meleagro (este era, por así decir un Gerardo Diego de la época que, como este en la que publicó en 1932, se incluyó en su antología).

Guichard incorpora un respetable número de epigramas hallados en papiros cuyo contenido alguna vez se ha recuperado del modo más admirable gracias a avances técnicos recientes. La introducción es ajustada a lo que necesita saber un lector culto, y afortunadamente evita los pruritos académicos. En cuanto a las notas a los epigramas, y una vez aportada la información sobre los autores en el liminar, el antólogo ha optado por redactar una para cada poema, situándolas al final del libro. En esto ha seguido el criterio contrario al que defiende otro helenista y poeta, Luis Alberto de Cuenca

Ciertamente, el lector habría agradecido tener a la vista esas notas cuando lee los textos, aunque esto quizá habría afeado la maqueta del libro, que así como está discurre límpida y fluidamente del poema 1 al 500. También es mejor que se posponga la solución de las adivinanzas o acertijos (que hay varios precedentes de los anglosajones que salpican el Exeter Book). Como dice Guichard, ha procurado mantener en la traducción la concisión de los originales sin que el verso se desparrame de la maqueta.

Ancient Greek Epigrams

Esta elegancia de página hace que el libro se disfrute como poesía y no como traslación servil, aunque confiese el traductor que no ha querido emplear el corsé versal o rítmico que con tanto éxito, a su juicio, exhiben las traducciones de Fernández-Galiano del primer tomo de la Antología palatina, a la que equipara en excelencia a la de Pabón de la Odisea. Toda traducción impone una multiplicidad de decisiones. La primera es, siempre, si ceñirse a un molde, un cauce, o no. Aquí el Guichard filólogo ha ganado al poeta. Lo cual no quiere decir, en absoluto, que los epigramas no se lean como poesía. El lector avezado pondrá en el verso flexible, libre, que se le ofrece, cesuras aquí y allá. En ningún caso dejará de disfrutar de los muy seleccionados poemas, que tienen, añadida a otras, la ventaja de que no hartan y quizá, si algo se les puede recriminar, es su reticencia, su controlado número, ese saber a poco en consonancia con lo que son, lograda así la brevedad de lo breve.

Pero 500 poemas dan para mucho, y a riesgo de parecer que jugamos al bingo, uno destacaría el 75, de Posidipo; el 204, de Lucilio (junto a varios más de este autor sobre los flacos y otro, el 212, sobre los matasanos: “Ayer Marcos el médico tocó una estatua de Zeus. / Aunque era Zeus y de piedra, hoy la llevan en andas”); cualquiera del muy corrosivo Nicarco; el 256, de Amiano (“Que te sea la tierra leve, miserable Nearco, / para que los perros te desentierren más fácilmente.”); el 279, de Estratón; el muy actual 357 sobre el género (gramatical); el 383, sobre la recompensa del poeta; o el 379 de Agatias, sobre la posteridad. Cada cual puede hacer su antología de la antología.

The Greek AnthologyGuichard es de origen mexicano y eso se le nota aún en dos o tres expresiones o vocablos. Sería un error escandalizarse de ello cuando los originales abarcan por su parte tantas tierras en las que, como el español en América, arraigó el griego. Quizá hubiera sido preferible no caer en algunas asonancias y, sin quizá, el epigrama 465 mejoraría eliminada la rima interna, no justificada en el original: “Ahora se cantará una nueva historia: que Victoria”. Si esta es la única pega que se le puede poner a estos 500 epigramas griegos, es que este constituye un gran logro.

Guichard es de

En la página de créditos aparecen como titulares de los derechos el editor-traductor, Guichard y, junto a él, la editorial Cátedra. Aunque no aparezcan los nombres de los autores de los epigramas, ya prescrito su copyright, deberían aparecer los de todos nosotros, porque se trata esta de una herencia que nos pertenece y no debemos olvidar ni dejar que prescriba. El griego, la lengua y cultura griegas son mucho más que la letra delta que, como variante ahora mayoritaria, se ha adherido al nombre del Covid-19. De aquel venimos, como el epigrama que resulta ser casi un problema matemático en el que un viajero va de Cádiz ascendiendo las orillas del Betis hasta los Pirineos y, allende la Península Ibérica, hasta Roma, nuestras raíces, que son a su vez griegas. Hay que preservar los estudios clásicos.