Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) es uno de los mejores ensayistas en español, un editor exquisito y un poeta, más que secreto, íntimo, además de novelista y autor de títulos como Las armas y las letras, El Rastro o Madrid, la ciudad donde vive desde 1975. Su primer libro de poemas, Junto al agua, se publicó en 1980. Nueve años después fundó la colección La Veleta, publicada por la editorial Comares, que continúa dirigiendo hasta la actualidad, compaginando esta labor con la escritura de sus monumentales diarios: Salón de pasos perdidos. En 1993 obtuvo el Premio de la Crítica por su poemario Acaso una verdad. En 2021 publicó La fuente del encanto, una suerte de poética (escrita en prosa) con la que la Fundación Lara festejó el centenar de entregas de la colección Vandalia.

Letra Global publica, por cortesía de la editorial Renacimiento, seis poemas de El volador de cometas, una antología ampliada de su obra lírica, donde cultiva el tono elegíaco y una inmemorable factura de verso. La edición –su selección y su prólogo– ha corrido a cargo del también poeta Eloy Sánchez Rosillo, que define así la poesía del escritor leonés: "Trapiello es un poeta profundamente lírico. No concibe, pues, la poesía como entretenimiento o juego del ingenio, como problema intelectual ni como mera sonajería de los sentidos. Su poesía es un canto puro y emocionado que surge del espíritu; no pretende demostrarle a nadie lo brillante que uno es ni las ocurrencias tan originales que tiene. El poeta dice su poesía en voz queda para hablar consigo mismo, para preguntarse sin pretenciosidad por las cosas del mundo y para compartir sus soledades y sus perplejidades con quienes buenamente quieran escucharle".

AL FINAL DE LA TARDE

Al final de la tarde

las últimas estelas se detienen

en la pared de cal,

accidentes, cenizas.

En los ojos entonces los paisajes

suenan como lacados

y hasta parecen lágrimas,

tan suavemente llegan.

Hablo de mí porque temo a la muerte

desnuda de las cosas

y que la muerte venga a esta azotea

a quedarse en la calma y el silencioso valle.

Como en su vaso el té moruno y verde

o el viejo libro que abierto está a su lado

han conseguido ser dueños de su quietud,

y en su quietud

igualarse a los astros que van en vastas órbitas,

como ese viejo libro y ese vaso de té,

recuerda este lugar y este momento.

Un día llegará en que te preguntes:

¿de ti, de mí, qué fue de todo aquello?

y de los ojos

ya no vendrán palabras.

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LA CARTA

He encontrado la casa

donde te llevaré a vivir. Es grande,

como las casas viejas. Tiene altos

los techos y en el suelo,

de tarima de enebro, duerme siempre

un rumor de hojas secas

que los pasos avivan. A los ocres

de las paredes nada ya parece

retenerles aquí. Igual que frágiles

pétalos, largo tiempo olvidados

en un libro, amarillean todos.

Entre rejas, trenzado,

un rosal sin podar.

En el jardín pequeño, una fuente

y un fauno. Y me dicen

que también unos mirlos.

Cuando en los meses fríos del otoño,

al escuchar sus silbos

cobren vida tus ojos, en el verde

del agua miraré contigo

cómo mueren los días.

Cómo se vuelve polvo en esos muebles

oscuros tu silencio

que azotará la lluvia

allí donde te encuentres.

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UNOS SOPORTALES

Mi vida son ciudades sombrías, de otro tiempo.

Como se acerca una caracola

para escuchar el mar, así por ellas

vago yo muchas tardes. Ya no tienen farolas

con esa luz revuelta ni tampoco los coches

antiguos de caballos. Todavía conservan

sus negros soportales donde se huele a gato

y donde aún se abren misteriosos comercios

iluminados siempre con penumbra de velas.

Son ciudades levíticas, sin porvenir y tristes,

con cien zapaterías y tiendas de lenceros

cada cincuenta metros. Todas tienen conventos

con los muros muy altos donde crecen las hierbas

jaramagos y cosas así. No son modernas,

pero querrían serlo. Yo las recorro solo,

e igual que suenan olas en una caracola,

así mis emociones me parecen eternas.

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LAS MANZANAS

Recuerdo aquellas tardes de Septiembre doradas.

Recuerdo venir mansos al establo los bueyes

pacientes y paganos, las tardes ya pasadas

y el provincial sosiego de desgastadas leyes.

Un pueblo de León. Viejos adobes. Lento

trajín de un tren correo que perdía sus toses,

entre temblones álamos y un humo ceniciento

al tiempo que en mi mano morían los adioses.

Recuerdo aquella casa, la sala tenebrosa

con balcones que daban a la plaza y el ruido

del reloj, los retratos y una estampa piadosa,

un hurón disecado y el velador dormido.

Y en el corral, las cajas. Las manzanas reinetas

que tenían debajo hojas de cantorales

góticos, arrancadas vísperas y completas

de miniados añiles en letras capitales.

Y los blancos salterios y libros heredados

de un tío cura muerto, ahora eran sudario

para aquellas manzanas de virgilianos prados,

huertos y pomaradas al pie de un santuario.

Manzanas de Septiembre, aromadas manzanas.

Recuerdo aquellas tardes otoñales y mías

como una salve antigua, tristes y gregorianas.

Aquel sentir lejano que llegarían días

en que yo recordase, desvanecido el mundo:

la flor de los vestidos, las hojas en las ramas

y el chillar de los cuervos serían el profundo

y silencioso abismo de aquellos pentagramas.

Cómo seré yo entonces, recuerdo que pensaba

en las doradas tardes, sin suponer siquiera

que en aquellas manzanas tan ásperas estaba

escondido el entonces, el será, el es y el era.

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LA CASA DE LA VIDA

Mi corazón es una vieja casa.

Tiene un jardín y en el jardín un pozo

y túneles de yedra y hojarasca.

Es esa casa a la que tiran piedras

los niños cuando pasan al volver de la escuela,

después de haber robado de su huerta

magro botín de unas manzanas agrias.

En su tejado hay nidos de pájaros que cantan

y de noche un cuartel de escandalosas ratas.

La glicina cubrió los viejos arcos

y una verja de lanzas

y una terraza alta donde llega

la copa de un granado con granadas

y un palomar y en ruinas unas cuadras.

Y un trozo de camino y la lejana

claridad del mundo.

Está fuera del pueblo y es indiana

su arquitectura, ya sabéis:

todo un poco mezclado, pero es blanca, 

es grande, es vieja, es solitaria.

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EL CAMINO DE VUELTA

Cuanto más necesarias son las cosas,

más tardamos en verlas,

aunque estén a la vista.

Todas esas palabras que has escritoa

en poemas, ensayos y novelas

vienen a ser como guijarros blancos

que sembraste en la noche,

el camino de vuelta.

No sé qué ocurrirá cuando no queden

más guijos, y los pájaros

den cuenta de las migas,

y no haya ya camino ni regreso ni casa.

Noche estrellada, si te acuerdas, dile

a tus pequeños astros

que me lleven de vuelta

siquiera hasta mi infancia,

que desde allí yo ya sabré orientarme.

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El volador de cometas [Antología Poética]. Andrés Trapiello. Selección y prólogo de Eloy Sánchez Rosillo. Edición ampliada. Renacimiento. Sevilla, 2021. 316 páginas. 14,90 euros. 

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