Luis Cernuda y España / DANIEL ROSELL

Luis Cernuda y España / DANIEL ROSELL

Poesía

Cernuda y España, la madrastra amada

Los versos y la prosa del gran poeta de la Edad de Plata de la literatura española están llenos de referencias, críticas y apasionadas, sobre una cultura marcada por el desgarro

31 diciembre, 2021 21:10

La fecha es insoslayable: el 14 de febrero de 1938 Luis Cernuda, autor de La Realidad y el Deseo, abandonaba España para ya nunca más regresar. A partir de ese momento no estuvo en España. Y, sin embargo, España estuvo en Cernuda de forma continuada hasta su muerte en 1963, ya despojado del país que conoció, primero en destinos de lengua inglesa y más tarde en la Nueva España que descubriría en 1949 y donde se asentaría definitivamente en 1952. Tuvo, pues, tiempo Cernuda, mal que le pesara, de meditar sobre el país desde la perspectiva que le proporcionaba la distancia, y no hubo en él solamente momentos de nostalgia sino también, y sobre todo, una sostenida reflexión sobre España, sus gentes; los males, pero también las virtudes.

En la poesía de Cernuda (también en su prosa, lo mismo la ensayística que la evocativa, compuesta por esos dos libros gemelos o alas de un mismo cuerpo, Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano) siempre desde el exilio está presente el tema de España, como no puede dejar de estarlo en labios de un amante por más que vea defectos y despechos en el ser amado. Aquel 1938 España se debatía en la Guerra Civil, en la que el poeta había visto escenas terribles, desde la persecución que los comunistas hacían de aquel del que sospechaban, hasta la muerte cerca de él, como aquella ocasión en la que caminando por la Gran Vía de Madrid cayó una bomba sobre un tranvía que circulaba cargado de pasajeros. El impacto le provocó un ataque de risa histérica que aún le duraba cuando llegó a la cita que tenía con Ramón Gaya, según contó este a Andrés Trapiello

Al arribar a Inglaterra, Cernuda compuso algunos de sus poemas más vitriólicos. Pero nunca dejó de preocuparse por su país, como ya deja ver en “A Larra con unas violetas”, de Las nubes: “Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha, / Miserable y aún bella entre las tumbas grises / De los que como tú, nacidos en su estepa, / Vieron mientras vivían morirse la esperanza, / Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas, / A hermanos irrisorios que jamás escucharon”.A renglón seguido añade esta máxima que adapta la frase de Larra: “Escribir en España no es llorar, es morir”. En el libro que empezó a componer todavía en España y que finalizó ya en tu exilio británico, Cernuda abre su poesía al tema de España, algo por lo que no se había preocupado hasta el comienzo de la guerra pero que a partir de ahora será fundamental en su obra, lo que en poeta tan entregado a ella es decir su vida. Las nubes es una colección memorable en la que la contienda, el choque de dos ideas opuestas de España, adquiere protagonismo (aunque no sea el único tema). Allí se hallan las dos parte de su “Elegía española”, sobre la que volveremos enseguida. 

El poeta Luis Cernuda

El poeta Luis Cernuda

Pero antes deja algunos comentarios en los poemas precedentes, en los que los españoles no salimos muy airosos. En el poema dedicado al recién asesinado Lorca, gran amigo suyo, dice del español que es “un pueblo hosco y duro”, y  que el autor de Romancero gitano fue asesinado porque era “verdor en nuestra tierra árida / y azul en nuestro oscuro aire”. Los versos que siguen son desoladores: “El odio y destrucción perduran siempre / Sordamente en la entraña / Toda hiel sempiterna del español terrible, / Que acecha lo cimero / Con su piedra en la mano”. 

No se ahorra juicios duros contra nosotros. ¿Le faltaba razón a Cernuda? Al contrario: diagnostica nuestros males. Como altísimo poeta que es, se muestra clarividente, denunciando la envidia, el famoso cainismo español que hay que ver como trasunto de “La tierra de Alvargonzález”, el poema de su paisano Antonio Machado. Continúa el poema dedicado a Lorca: “Triste sino nacer / Con algún don ilustre / Aquí, donde los hombres / En su miseria sólo saben / El insulto, la mofa, el recelo profundo”. Pero sería mal poeta Cernuda si no expresara los matices y frente al odio y la vesania no opusiera un amor verdadero como el que manifiesta en la primera parte de la “Elegía española”.

Cernuda, Ocnos

Aquí citar se convierte en un imperativo de la exactitud para dar testimonio de un gran amor, expresado por alguien del bando contrario asesinado tres meses después que Lorca: “Amamos España porque no nos gusta”, dijo José Antonio Primo de Rivera, figura de la que el Régimen se apoderó sin prestar atención a sus ideas. Con todas las diferencias políticas que se quieran buscar, y desde luego existen, hay una raíz común en José Antonio y en Cernuda, como la hay en Unamuno (represaliado por el padre del primero) en ese muy citado “me duele España”, que procede de una carta publicada en diciembre de 1923 en Argentina. La frase completa es: “Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón”. 

Cernuda, republicano convencido y cercano como su amigo Octavio Paz una breve temporada al comunismo antes de ver su verdadero rostro, ya denunciado por su reverenciado Gide, invoca a la “esencia misteriosa de nuestra raza”, a la que llama madre, y declara “que ninguna mujer lo fue de nadie” como ella lo es de él. La parte segunda de la elegía abunda en el tema de la España desgarrada por la guerra, y en ella el poeta llega incluso a invocar a la tierra nativa: “tú, única pasión mía”. 

Cernuda, Desolación de la quimera

El patriotismo crítico, no nacionalista, discurre por la última estancia de la elegía, teñida en este tramo por el recuerdo embelesado: “Si nunca más pudieran estos ojos /Enamorados reflejar tu imagen. / Si nunca más pudiera por tus bosques, / El alma en paz caía en tu regazo, / Soñar el mundo aquel que yo pensaba / Cuando la triste juventud lo quiso. / Tú nada más, fuerte torre en ruinas, / Puedes poblar mi soledad humana, / Y esta ausencia de todo en ti se duerme. / Deja tu aire ir sobre mi frente, / Tu luz sobre mi pecho hasta la muerte, / Única gloria cierta que aún deseo”.

A partir de su salida de España, el tema del destierro está, pues, presentísimo en su obra. En otro de los poemas de Las Nubes, “Niño muerto” se dirige al chico vasco que perdió la vida en Inglaterra y se refiere a su “destierro más vasto con la muerte”. El escenario de esta no es otro que el de Oxford y el cercano Eaton Hastings sobre el que Pedro Garfias levantó su emocionante elegía al recordar la Andalucía que había dejado atrás. Aquí Cernuda, incorporando las lecciones de la despersonalización, la permeabilidad que preconizó Keats, “siente” con el niño fallecido y no vuelve la mirada a su lejana tierra (la de Cernuda) sino a la vascongada. Habla entonces de “Este apagarse lento, melancólico, / Como las llamas de tu hogar antiguo, / Como la lluvia sobre aquel tejado. // Tal vez busques el campo de tu aldea, / El galopar alegre de los potros, / La amarillenta luz sobre las tapias, / La vieja torre gris, un lado en sombra”.

LuisCernuda en Sevilla en 1910Desde su natal Sevilla, Cernuda tuvo la oportunidad de recorrer buena parte de España en tiempos en los que no era muy frecuente tal movilidad. Algunos de esos viajes fueron por su voluntad (Málaga, donde conoció los placeres del mar y la amistad de Prados, Altolaguirre e Hinojosa, o Madrid, donde decidió establecerse). Luego viajó por buena parte del país como integrante del Patronato de Misiones Pedagógicas, no solo con el itinerante Museo del Pueblo sino al frente del servicio de bibliotecas. Así visitó las dos Castillas, Asturias, Aragón, Valencia y Alicante y de Andalucía (algunos de esos periplos quedaron reflejados en páginas suyas de prosa, incluyendo Ocnos). Ya en la guerra marchó a Valencia, donde residió un tiempo colaborando en la revista Hora de España. Luego estaría también en Cataluña antes de partir irremediablemente al exilio.

Desde su natal

Sansueña es el nombre que da a España. Hay un poema con este título en Las nubes y luego otro, más poderoso, en Vivir sin estar viviendo: “Ser de Sansueña”, donde habla de España como madrastra de muchos que están dolidos de ella y por ella dolientes. Es tierra de contrastes que enumera en los versos con una actitud crítica no despareja de la de Machado en su poema “El pasado efímero”. En la quinta estrofa, así la pinta: “La nobleza plebeya, el populacho noble / La pueblan; dando terratenientes y toreros, / Curas y caballistas, vagos y visionarios, / Guapos y guerrilleros. Tú compatriota, / Bien que ello te repugne, de su fauna”.

Cernuda, La realidad y el deseo

“Impresión de destierro” es uno de sus poemas más amargos en una obra que no los desconoce. Es ese que termina: “¿España’, dijo. ‘Un nombre. / España ha muerto’”. El mismo tono impera en “Un español habla de su tierra”, que no ahorra un epíteto terrible adjudicado a los sublevados: “Ellos, los vencedores, / Caínes sempiternos, / De todo me arrancaron. / Me dejan el destierro”. Los vencedores, con su retórica imperial, de canto a la España de Felipe II materializada en El Escorial, no impedirán que él también, desde el hontanar de su propia conciencia y de una mirada ecuánime (hoy los tontos lo motejarían de equidistante), se vuelva a las glorias del pasado. Último poema de Las nubes, “El ruiseñor sobre la piedra” es fruto de esto. Nótese la declaración de amor filial: “Mucho enseña el destierro de nuestra propia tierra. / ¿Qué saben de ella quienes la gobiernan? / ¿Quienes obtienen de ella / Fácil vivir con un social renombre? / De ella también somos los hijos / Oscuros. Como el mar, no mira / Qué aguas son las que van perdidas a sus aguas, / Y el cuerpo, que es de tierra, clama por su tierra”.

“Silla de rey” es otro poema dedicado al pasado de España, gran monólogo dramático que envidiaría Browning. “Águila y rosa” es un tercer poema de esta índole. Allí, esta sentencia casi aforística: “No son los nuestros afectos ni tareas / si en tierra que no es nuestra los hallamos”. La nostalgia, la punzada aguda del recuerdo, son el tema del conmovedor “Tierra nativa”. Su última estrofa dice: “Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca? / Aquel amor primero, ¿quién lo vence? / Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida, / Tierra nativa, más mía cuanto más lejana?”

Es curioso comprobar cómo el tema de España favorece la composición dual: si dos son las parte de la “Elegía española”, y dos los poemas que ostentan el nombre de Sansueña, también habrá un díptico español. Cada una de sus partes lleva como subtítulo, respectivamente, “Es lástima que fuera mi tierra” y “Bien está que fuera tu tierra” (nótese ese juego cernudiano del desdoblamiento en la segunda persona, como ocurre en el segundo caso). En “Lástima que fuera mi tierra”, las estrofas tercera, cuarta y quinta son de una dureza acerba que desemboca en esta otra estancia presidida por el hartazgo y el fatalismo, sin ningún asomo de patriotismo pero sí con la rotunda manifestación de amor a nuestro idioma, expresado igualmente en el texto en prosa “La lengua” de Variaciones sobre tema mexicano (1952): “Si yo soy español, lo soy / A la manera de aquellos que no pueden / Ser otra cosa: y entre todas las cargas / Que, al nacer yo, el destino pusiera / Sobre mí, ha sido ésta la más dura. / No he cambiado de tierra, / Porque no es posible a quien su lengua une, / Hasta la muerte, al menester de la poesía.

Luis Cernuda

Tres estrofas más adelante reincide en la idea cuando afirma ser “español sin ganas” que si vive lejos de su tierra y lo hace “sin pesar ni nostalgia”. Aquí hace profesión de exiliado ahora sí voluntario, pues prefiere no volver, ya que no comparte la fe, los valores, los modos del país. Reproduce Cernuda casi exacto un verso de Machado (el 26 de “Retrato”): “Quien habla a solas espera hablar a Dios un día”. Como contrapeso de la primera parte del díptico viene la segunda, acogida al recuerdo lector de Galdós ya en la infancia, cuyos libros le proporcionan al poeta una España más verdadera que la real padecida. Algunos nombres de lugares o calles le traían, “la nostalgia / de la patria imposible, que no es de este mundo”.

¿Cuál es la patria de Cernuda? No, “la que regentea hoy la canalla”, sino, “consuelo y cura” de esta, la del autor de los Episodios Nacionales. En la penúltima estrofa queda resumido: “Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas, / Aún en estos libros te es querida y necesaria, / Más real y ensoñada que la otra: / No ésa, mas aquélla, es hoy tu tierra, / La que Galdós a conocer te diese, / Como él tolerante de lealtad contraria, / Según la tradición generosa de Cervantes, / Heroica viviendo, heroica luchando / Por el futuro que era el suyo, / No el siniestro pasado donde a la otra han vuelto”.

“Peregrino” de Desolación de la Quimera usa el modelo de Ulises actualizado en la literatura posterior a Homero y en particular Cavafis (a quien Cernuda leyó en traducción inglesa). Aquí se niega a volver. Ha descartado la idea del regreso: “¿Volver? Vuelva el que tenga, / Tras largos años, tras un largo viaje, / Cansancio del camino y la codicia / De su tierra, sus casa y sus amigos, / Del amor que al regreso fiel le espere”. Dos poemas más componen otro dístico. Ambos actúan mediante la contraposición de momentos de la Guerra Civil, veintitantos años antes, con los de las composiciones de los poemas. El primero es la evocación del figurinista de La Barraca y de la compañía efímera que en la Valencia de 1937 representó Mariana Pineda de Lorca: “Amigos: Víctor Cortezo”, “uno de esos españoles admirables /compensando que tan poco admirables sean los otros”. Escribe: “Gracias, amigo, dices. “Bien te vaya / Donde quiera que estés y te acompañe / Dios, si es que quiere”.

Luis Cernuda, Erizos

Otro poema que debe ponerse en relación con este es “1936”, dirigido al ex combatiente de la Brigada Lincoln que se le acercó en San Francisco al final de una de las poquísimas lecturas públicas que Cernuda dio en toda su vida. También hay aquí tres versos de agradecimiento: “Gracias, compañero, gracias / Por el ejemplo. Gracias porque me dices / Que el hombre es noble”. En ambos casos, la sombra que planea es la de los que enturbian el ideal. En el recuerdo de Cortezo, “los sacripantes del Partido” (el comunista, que actuaba al margen de la legalidad republicana, con sus checas y paseos de los que pudo haber sido víctima Cortezo); en el encuentro con el antiguo soldado, aquellos que pretendiendo fe en la causa perdida “solo atiendan a ellos mismos”. Pero como dice el verso siguiente, que se puede aplicar a la individualidad gozosa del amigo: “Lo que importa y nos basta es la fe de uno”. 

“A sus paisanos” se dirige más al ámbito literario español que al conjunto de su pueblo, y constituye el desplante postrero de Cernuda, arrogante y seguro de su valía. Aquí recoge algunos de los temas que han integrado su obra: fundamentalmente, la entrega a la lengua (que es la patria). Estaría de acuerdo con Pessoa, quien escribió en El libro del desasosiego que atribuyó a Bernardo Soares: “Mi patria es la lengua portuguesa”. Hay un texto de Variaciones que merece ser recordado, “La lengua”. Allí (tras la introducción en que lamenta la indiferencia con la que los españoles, incluidos sus queridos Larra, Galdós y Cervantes trataron a las tierras americanas que en teoría eran nuestra nación), habla de la emoción de oír el español en México y exhibe la identificación de la lengua con su poesía “porque la lengua del poeta no sólo es materia de su trabajo sino condición misma de su existencia”. 

Número de la revista Litoral dedicado a Luis Cernuda / MINISTERIO DE CULTURA

Número de la revista Litoral dedicado a Luis Cernuda / MINISTERIO DE CULTURA

¿Cómo no sentir orgullo al escuchar hablada nuestra lengua, eco fiel de ella y al mismo tiempo expresión autónoma, por otros pueblos al otro lado del mundo?”, se pregunta. Y afirma que esos pueblos, con nuestras palabras, “mantienen vivo el destino de nuestro país, y habrían de mantenerlo aún después que él dejara de existir”. Cuenta también en “Lo nuestro” cómo, al cruzar por vez primera la frontera de México, este le trajo recuerdos que a punto estuvieron de hacerle dar la vuelta ante esa tierra también pobre y grave, como la española. Habla de desolación, de miseria. Pero encuentra espíritu, ya que no riqueza. Y exclama: “Oh gente mía, mía con toda su pobreza y su desolación, tan viva, tan entrañablemente viva”. Digno es de ser leído “Recapitulando”, con el que Cernuda abrocha Variaciones. Lo que escribe sobre México es, por paradójico, de lo mejor que ha escrito sobre España, resaltando esa unidad entre ambos pueblos (en los defectos lo mismo que en las virtudes). Lo que allí ha ido a buscar, revela, es “la tierra y su voluntad de historia, que es el pueblo”.

En su etapa británica había ya una premonición de ese encuentro con México, que es el reencuentro consigo mismo. En esa dirección hay que ver su poema “Quetzalcóatl”, motivado por la lectura del libro sobre Hernán Cortés que había escrito Salvador de Madariaga, con quien Cernuda tuvo trato durante sus años de Glasgow, visitándolo en Oxford. Allí, principios de los años cuarenta, mostró su preocupación por España y fue partidario de posturas conciliadoras e integradoras (que es siempre lo contrario de lo integrista). Proyectó formar con Madariaga una delegación española del PEN Club (en la que solo había catalanes y vascos) en la que estarían José Castillejo, Alberto Jiménez Fraud y Rafael Martínez Nadal. A este último escribió en noviembre de 1941 acerca de una filial de Izquierda Republicana en Gran Bretaña: “Yo, sinceramente, aparte de mis opiniones políticas, si alguna me queda, siento estas innumerables divisiones en que se van separando cada día más los españoles. Si nadie pone remedio van a dividirnos , por culpa nuestra, en unos Balcanes ibéricos”.

Luis Cernuda, en Sevilla

Luis Cernuda, en Sevilla

Defensor de una Andalucía ideal que no cabía buscar en el mapa, jamás cayó en el provincianismo (cuando se refirió a Rosalía de Castro habló de “regionalismo intransigente”). Y en 1935 anotó que para él Andalucía era felicidad, cuando la vida era “dura, fea y pobre”. A Castilla le dedicó en 1943 una charla en la BBC, en la que habló de que no había que buscar la europeización de España, “frase tan injusta como equívoca, porque no es la uniformidad entre los diversos países lo que los incorpora dentro del continente, sino el haber inspirado a éste históricamente con propias formas de vida y de cultura”. Pero miró a España en su conjunto.

Cernuda, objeto de una “obsesión española” como escribió Martínez Nadal, buscó un equilibrio entre los versos “patrióticos” y los “no patrióticos” en la antología que de su obra se publicó en Italia. Esto se puede apreciar en la carta que dirigió a su traductor italiano, Francesco Tentori, el 3 de marzo de 1961. Vemos aquí la tensión entre una tendencia y otra, equivalente a la oposición realidad/deseo, eje vertebrador de su obra y de su vida. Quien más legitimado está para criticar no es quien odia, sino quien ama. En esa voluntad de recordar lo bueno y lo malo del país Cernuda se reafirma en lo que escribió sobre la poesía: “Hablan en el poeta voces varias” (Elegía española I”) y “El poeta no es puro ni amargo únicamente” (“A propósito de flores”). Para Cernuda, España fue madre y madrastra. Dejó de estar en su seno, pero la fijación con ella fue constante. No como complejo de Edipo sino con el afán de Antígona: una rebeldía opuesta a la ley, al orden y a la impiedad.