Mark Hofmann, maestro de impostores
Simon Worral describe en ‘La poeta y el asesino’ las tropelías del Mark Hofmann, condenado por asesinato y uno de los más virtuosos falsificadores del mundo
23 septiembre, 2020 00:10La editorial Impedimenta edita en español La poeta y el asesino, el libro más exitoso del periodista Simon Worral, donde todo seduce al lector: desde la notoriedad de su más celebre timo –un presunto poema de la poeta norteamericana por excelencia, Emily Dickinson vendido por Sotheby’s– a la vida del autor de semejante proeza, Mark Hofmann, el hombre que falsificó documentos imprescindibles para la historia de América sin ser descubierto hasta que se dejó llevar por el pánico y cometió dos chapuzas en forma de asesinato.
Con estilo periodístico y un rigor apabullante, Worral comienza su relato con el escándalo del falso original de Dickinson que dejó resentida la reputación de la casa internacional de subastas y puso en crisis sus hasta entonces incuestionables protocolos de autentificación. Bastaría esta rocambolesca historia para saciar la curiosidad del lector y demostrar la maestría y osadía del protagonista, pero el libro va más allá. Las mayores falsificaciones de la carrera criminal de Hofmann son los presuntos documentos perdidos de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, los Mormones, a los que odiaba y con los que había crecido. Aquí Worral se explaya, aunque, sin duda, es la figura misteriosa de la poeta la que seduce a biografiado y autor. La vida de Hofmann es deslumbrante, como la de Dickinson, y ambas se cruzan justo cuando el falsificador es capaz de hacer verosímil un falso poema que bien podría ser escrito por ella.
Seguramente ese fue uno de sus trabajos más difíciles, pero no la mayor de sus obsesiones. El auténtico nudo gordiano de este viaje al mundo de la falsificación es la historia de la iglesia mormona, a la que Worral dedica una escrupulosa investigación. Hofmann la engañó una y otra vez, bien vendiéndole documentos que avalaban las certezas de su fe o material delicado que la jerarquía prefería mantener oculta.
Las falsedades que rodean la vida del profeta Smith (creador de esta confesión), que terminó en la cárcel, acusado de estafador y nigromante, constituyen el mejor de los terrenos para un embaucador tan concienzudo como Hofmann, al que guiaba deseo de lucro pero también una especial inquina con quienes marcaron su infancia y su adolescencia. A ellos debió su vocación artística. Fue durante una suerte de erasmus mormón en Londres, acompañado de otros jóvenes con los que debía ejercitarse en el puerta a puerta evangelizador, cuando Hofman descubrió la maravilla de los legajos antiguos en el British Museum y especialmente todo lo relacionado con los papiros egipcios. Entonces descubrió que la Historia puede ser muy lucrativa, sobre todo cuando escasea, como sucede en Estados Unidos.
Hofmann no fue un timador más al uso con mucha cara dura y suerte. Fue un profesional concienzudo, un artesano de su oficio que llegó a saber tanto de legajos, papiros, timbres y tintas como los más prestigiosos investigadores universitarios. De hecho, trabó amistad con algunos que a su vez asesoraban a anticuarios y coleccionistas. Siempre lo trataron como a un igual. Al lector no queda más remedio que admirar el esfuerzo y la constancia de quien fue capaz de engañar a estudiosos y científicos que ni con el carbono catorce pudieron descubrir sus filfas.
Retrato anónimo de Joseph Smith (1842), fundador de la iglesia mormona
Fue la codicia, que siempre rompe el saco, la que llevó a la cárcel a Hofmann cuando mudó sus artes de falsificación por las de asesino en un intento desesperado por deshacerse de acreedores y compradores estafados. Su historia tiene un final moralizante (al final, paga el malo) que desmerece la meritoria carrera de Hofmann, un artista cuyas genialidades hubieran merecido mejores, aunque menos lucrativas, empresas. Tal vez si no hubiera nacido en el Estado de Utah, la tierra prometida de los mormones, y en un país en el que escasea el patrimonio histórico y donde una vieja plancha puede ser hasta objeto de museo, hubiera dedicado su ingenio a otras faenas, pero resultaba tentador para una persona habilidosa como él hacer pasar por auténticas cartas de prohombres como Boone, Lincoln, Whitman, Twain o Billy el Niño.
En todos los casos, en cada documento, Hofmann fue capaz de simular el papel exacto según cada época, fabricar texturas y colores creíbles, resistentes además a todos los análisis y –esto es lo que le convierte en un genio (sin escrúpulos)– interiorizar la escritura de cada uno de los textos falsificados, captando la emoción, la tensión, la tristeza de cada palabra, de cada línea, emulando pensamientos y sentimientos.
Worral, que escribió este libro en 2002 y obtuvo un éxito descomunal, explica cómo la noticia de que Sotheby’s había reconocido la gran pifia del poema de Dickinson fue el factor que le llevó a indagar más sobre el mundo de las falsificaciones, cayendo rendido por la personalidad de ese hombre gris y respetable que terminó en la cárcel por asesinato. Worral se convierte así en Hofmann y comparte la obsesión por Dickinson, una mujer que vivió recluida por un padre tan protector como castrante, y que se comunicaba con el mundo a través de versos y cartas, indicios de un presunto amor con su cuñada, una ambigua relación con su hermano, y la repugnancia triste ante cualquier forma de sensualidad que no tuviera forma de escritura.
Worral, que escribió este libro en 2002 y obtuvo un éxito descomunal, explica cómo la noticia de que
A lo largo de todas las peripecias, literarias o históricas, que en este libro se encuentran, al lector le va quedando la idea de que construimos la Historia con más fe que certezas y damos por bueno todo aquello que coincida con la idea previa que tenemos de la realidad. El libro pone en jaque todo el sistema de verificación de documentos, condicionado tanto por los intereses de empresas y anticuarios como de las instituciones públicas. En el relato aparezcan personajes admirables como el director de la Biblioteca de Amherst, ciudad natal de Dickinson. Tras conseguir por cuestación popular el supuesto poema inédito y autógrafo de la heroína de la ciudad, le asaltan las dudas e investiga; indaga hasta que el peor de sus presentimientos se convierte en realidad y, entonces, no ceja hasta que Sotheby’s reconozca el error y les devuelva el dinero, por más que con esto se rompan sueños, prestigio y la honra.
Worral hace un trabajo minucioso y obsesivo, como el del propio Hofmann, sin olvidar un testimonio, un dato, sin dejar de escuchar a los que trataron al timador, sean cómplices o estafados, hasta llegar a la señora Hofmann quien siempre juró ignorar qué hacía su marido en el sótano de la casa familiar. Ella como él, era una enamorada de los libros infantiles antiguos, y a esa afición atribuía los afanes del esposo que, a sus ojos, era un avezado descubridor de antigüedades.
Sin duda, es la excepcionalidad de la vida de Hofmann la que lleva al Worral a seguir el rastro de su biografía y perderse por el oscuro mundo de los legajos sagrados. Hofmann es el asunto central del libro, pero el abundante contexto sirve al periodista para hacer viajar al lector por una senda llena de sombras, medias verdades o completas mentiras. Worral, que es británico y ha ejercido el periodismo de autor con tintes de espectáculo, se hizo famoso gracias a un reportaje en el que acompaña en secreto durante meses a un miembro del FBI que busca de un Rembrandt robado. Su especialidad son los personajes famosos: Hillary Clinton, Arthur Miller, Leonard Cohen o Winona Ryder. A España llegó en 2019, con traducción de Beatriz Anson, tras ser recomendado por Felipe Benítez Reyes que vio en Hofmann el granuja que nunca sería su Walter Arias (protagonista de su novela El novio del mundo), un disparatado personaje no exento de moral en su tarea de aprendiz de granuja.
Sin duda, es la excepcionalidad de la vida de Hofmann la que lleva al Worral a seguir el rastro de su biografía y perderse por el oscuro mundo de los legajos sagrados. Hofmann es el asunto central del libro, pero el abundante contexto sirve al periodista para hacer viajar al lector por una senda llena de sombras, medias verdades o completas mentiras. Worral, que es británico y ha ejercido el periodismo