Una actuación del grupo Sparks, con los hermanos Mael / WIKIPEDIA

Una actuación del grupo Sparks, con los hermanos Mael / WIKIPEDIA

Músicas

Los asombrosos hermanos Mael

El nuevo trabajo de Sparks, 'A steady drip, drip, drip' invita a recuperar el interés por un grupo de los 70, que resulta tan gratificante como recuperar viejas amistades

23 septiembre, 2020 00:00

Me sucede a veces con grupos o solistas que tuvieron su importancia en mi juventud y que un buen día me deshice de ellos o les perdí la pista por tal o cual motivo. De repente, me entero de que han publicado un nuevo disco --señal inequívoca de que siguen en activo--, leo en Uncut o Mojo que ese disco está francamente bien y decido reemprender el contacto interrumpido décadas atrás. Es lo que me ha sucedido con el espléndido A steady drip, drip, drip de los Sparks, cuyos tres primeros discos me hicieron muy feliz a mediados de los años 70 y de los que me había despedido a la francesa en 1979, cuando tuvieron el descaro de grabar no uno, sino dos álbumes en compañía del titán de la música disco Giorgio Moroder, algo que a mí no se me podía hacer porque en esa época detestaba profundamente el sonido disco y al señor Moroder.

Con el tiempo, he acabado cogiéndole cariño. También me negué en su momento a ver Saturday night fever, al considerar que los Bee Gees se habían ciscado en su propia carrera con la banda sonora que compusieron para la película, y cuando la acabé viendo por televisión muchos años después, me pareció una obra maestra del arte macarra, toda ella: del mensaje social a la interpretación de Travolta, pasando por las canciones de los hermanos Gibb, interpretadas como si alguien les estuviera prensando los huevos con unas Doc Martens mientras cantaban: la vida da muchas vueltas.

Total, que no sabía nada de los hermanos Mael --Ron, el teclista (1945), y Russell, el cantante (1948)-- desde hacía más de cuarenta años; y, de repente, ahí estaba, escuchando su nuevo disco y disfrutándolo enormemente, casi tanto como cuando descubrí a Sparks en 1974 con su primer álbum, Kimono my house. A este le siguió unos meses después el segundo, Propaganda (los dos álbumes que grabaron previamente en su California natal, antes de trasladarse a Londres en busca de una audiencia que los comprendiera, bajo el nombre de Halfnelson, ni los he oído jamás ni tengo la menor intención de hacerlo).

Recuperar viejas amistades perdidas

Los hermanos Mael cayeron por Londres a finales de la era glam y se aprovecharon y beneficiaron del atrevimiento musical, las mezclas extrañas y la diversión sin tasa que distinguieron al, digamos, movimiento, tanto en su sector aristocrático-intelectual (Bowie, Roxy Music, Cockney Rebel) como en el cutre-proletario (Sweet, Slade, Gary Glitter). Sus canciones eran un delirio que solo podía ser comprendido en aquellos años, de la misma manera que la carrera de Tiny Tim, aquel melenudo con voz de pito que se acompañaba al ukelele, solo pudo desarrollarse (y únicamente hasta cierto punto) en la California de los años 60. Ron tocaba los teclados y lucía corto cabello engominado y un bigotito a lo Adolf Hitler; Russell cantaba en un falsete radical y cargaba melena rizada.

Se supone que las canciones las fabricaban a medias, pero nunca ha quedado muy claro quien hacía que. Tampoco se sabe nada de sus vidas privadas, a excepción de que se llevan soportando desde la infancia y que se llevan muy bien, a diferencia de otras parejas de hermanos --pensemos en los Davies, de los Kinks, o los Gallagher, de Oasis-- que hasta han sido vistas llegando a las manos en el escenario y en el pub. Nada se sape de esposas, novias, novios o perversiones de ningún tipo. Igual solo se tienen el uno al otro y no se tratan con nadie porque no hay nadie que los entienda ni sea capaz de columbrar qué es lo que han pretendido a lo largo de su ininterrumpida carrera, durante la que han grabado más de veinte álbumes.

Una música acelerada, chirriante y dotada de un retorcido sentido del humor acorde con el que destilaban las letras. Mezcla de géneros: de la música disco a la ópera pasando por el vals, el rigodón, la polka y el vaudeville a la inglesa. Material absolutamente personal e intransferible que, curiosamente, logró encaramarse a las listas de éxitos en 1974: su primer hit, This town ain´t big enough for the both of us, fue interpretado por muchos como un bromazo de mal gusto, pero para mí sigue siendo una de las canciones que de mejor humor me han puesto en toda mi vida.

Aunque yo me despidiera de ellos tras su regreso a California y su contubernio con Moroder, los insólitos hermanos Mael no han dejado de publicar discos (y hasta se prestaron recientemente a compartir uno con un grupo de fans, Franz Ferdinand) y no parecen tener la menor intención de hacerlo. A sus 75 años, Ron conserva el bigotito; y a sus 72, Rusell sigue luciendo melena, aunque evidentemente teñida. La mezcla de estilos y las letras demenciales siguen imperando en su propuesta musical; solo el falsete del cantante ha mutado en una voz más acorde con su edad. Escuchar (y disfrutar de) A setady drip, drip, drip ha sido como recuperar unas amistades perdidas por motivos probablemente equivocados y achacables al radicalismo de la juventud. Se me acumula la faena para ponerme al día con la obra de los asombrosos hermanos Mael, pero no me negarán que es una misión musical muy digna y muy encomiable.