Ana Merino, ganadora del Premio Nadal 2020 / EFE

Ana Merino, ganadora del Premio Nadal 2020 / EFE

Poesía

Ana Merino: de la poesía al Nadal

La última ganadora del premio de novela más antiguo de España cuenta con una obra poética centrada en la evocación de la infancia, lo irracional y lo onírico

8 enero, 2020 00:00

Suele haber un momento en la vida de un poeta en el que éste decide coquetear con la narrativa, como si los márgenes del verso, más estrechos o cortos por lo que respecta a la extensión de sus líneas y quizá, también, limitaciones de desarrollo y de temas, fueran barrotes que invitan a la fuga. No sucede así en muchos casos, y hay quienes jamás incurren en la novela, pero también es frecuente lo contrario. Curiosamente, uno de los más sonados pasos de un poeta a la novela fue, hace poco, el de Manuel Vilas, pareja de Ana Merino. Él publicó primero Ordesa con gran éxito de ventas, y más recientemente Alegría, finalista del Premio Planeta. Ahora ella se ha alzado con el Nadal.

Merino (1971) era conocida hasta ahora como poeta y por haber fundado y dirigido el máster de escritura en español de la Universidad de Iowa, del que han sido profesores Martín López Vega o el propio Vilas, y lo son Luis Muñoz y Horacio Castellanos Moya. Asimismo, su nombre destacaba por su tesis doctoral sobre el cómic en los países iberoamericanos, territorio (el del cómic, no Iberoamérica) que parecía privativo de hombres, como José María Conget o Luis Alberto de Cuenca. También ha publicado ensayos y cuatro obras de teatro. Sus dos únicas incursiones en la narrativa habían sido la pieza de literatura juvenil El hombre de los dos corazones (2009) y el álbum ilustrado Martina y los piojos (2017).

El cómic hispánico, Ana Merino / CÁTEDRA

El cómic hispánico, Ana Merino / CÁTEDRA

En 1994 ya ganó uno de los premios más prestigiosos en poesía, el Adonáis, con Preparativos para un viaje (reeditado por Reino de Cordelia en 2013). Libros de poemas posteriores son seis publicados en Visor (uno de ellos, Juegos de niños, ganador del Premio Fray Luis de León; y otro, Curación, accésit del Premio Jaime Gil de Biedma). Su poesía, aunque no elude tomar postura en cuestiones sociales, mantiene una necesaria independencia. El mundo de la infancia, siempre presente en su obra, adquiere una especial emotividad en “Escena con niños”, un poema narrativo sobre la inmigración “donde los gladiadores son ahora los niños esclavos de las guerras / que salen a luchar contra las olas”.

Pertenece a la última promoción anterior a la eclosión de voces femeninas en nuestra poesía, aquella en la que las mujeres eran minoría. Desde esa posición de gozne realizó una copiosa antología de escritoras de poesía en español con su casi coetánea Raquel Lanseros: Poesía soy yo. El contacto durante muchos años con la literatura de los Estados Unidos le ha proporcionado muchas lecciones. Una de ellas, no encasillarse en las falsillas de ninguna escuela o corriente. No se la puede encuadrar, así, en la llamada poesía de la experiencia, aunque cómo separar lo experimentado de la materia del poema. Lo que sucede es que en lo vivido también entran las intuiciones, las percepciones y la imaginación. 

Los buenos propósitos, Ana Merino / VISOR

Los buenos propósitos, Ana Merino / VISOR

Merino crea muy bien ambientes misteriosos, y no cae en el sonsonete de una versificación regular y previsible. A menudo (y esto se ha dicho de grandes poetas, aunque con intención minusvaloradora), el lector tiene la impresión de que sus poemas han sido muy bien traducidos desde otra lengua. Cultiva la sugerencia más que lo explícito, y abundan en sus versos los infinitivos y las oraciones que carecen de un verbo principal, dejando la frase abierta como en la mejor poesía oriental en la que se sugiere más que se impone. No serán, suponemos, recursos que emplee en la novela que se publicará en febrero, aunque a toda narración le sienta bien cierta dosis de elipsis.

La crítica ha señalado en su poesía elementos irracionales, oníricos. Muy bello es en esta línea el comienzo del poema “Pequeña confesión”: “¿Si yo soy tu sueño / por qué me siento sola / cuando me sueñas?”. Aquí no estamos solo ante una especulación borgeana fría y cerebral, sino ante una intimidad vulnerable. El inicio también de “Pequeña cicatriz” abunda en ello: “Escribo porque tengo / la cicatriz de los sueños / dentro de mi cabeza”.

No se puede decir que la narrativa esté ausente de su poesía, pues hay versos suyos que adoptan esa forma de discurrir. Sucede con “Carta de un náufrago”, narrado en tiempo futuro: “Con el consentimiento de la nieve / caminaré despacio. // Alguien habrá que espere junto al fuego / y yo, que estaré ciega por el frío, / haré paradas breves, / sacudiré el paraguas y empezaré de nuevo”. Igualmente en “Almas gemelas”: “El año que te visitaron / los extraterrestres / a mí me secuestró la tristeza; / era una sombra inmensa / parecida a la que proyectan / las nubes cuajadas de tormenta, / una sensación ominosa / de abismo en la garganta / que me hacía escupir / amargura y flemas”.

Hay poetas que lastran sus novelas con un lirismo excesivo. En el haber de los buenos poetas novelistas, por el contrario, está reconocer la diferencia de géneros por más que hoy se aprecie el hibridismo, pero llevando a la narración en prosa elementos esenciales de la poesía: el rigor, el empleo cuidadoso del lenguaje, la atención al sonido. Cabe esperar que este sea el camino elegido por Ana Merino en El mapa de los afectos, la novela ganadora del Nadal.