Mary Norbert Körte, la monja beat y poeta que quiso cambiar el mundo
La generación beat no fue cosa solo de hombres escritores y barbudos, hubo transgresoras sociales de primera fila como Mary Norbert Körte
11 enero, 2023 23:25Muchas veces, la idea de los beatniks todavía adopta en el inconsciente colectivo la forma de un grupo barbudos rebeldes y bohemios que se dedicaban a “abrir las puertas de la percepción”. Hubo barbas, hubo sexo libre, hubo experimentación. Pero no todo fue drogas, alucinaciones y carretera para esta generación y, sobre todo, no todos fueron hombres. Hubo muchísimas artistas y poetas mujeres de las que cada vez se habla más, pero aún no suficiente. Y, más allá de la experimentación con las drogas y la sexualidad, la generación beat fue un movimiento cultural y social que se estableció como símbolo de resistencia ante el consumismo, el orden y las convenciones de la época. El colmo de la estereotipación fue cuando, a fines de los cincuenta, en el semanario alternativo de Nueva York Village Voice, salió un anuncio que decía “Añade emoción a tu fiesta de esmoquin… Alquila un beatnik. Completamente equipado: barba, gafas de sol, chaqueta militar raída”. Por suerte, cada vez son más los estudios que, desde la crítica literaria, se encargan de desbancar los clichés sobre los beats como movimiento superficial y anti-intelectual.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos se inició un período de gran crecimiento económico, conocido como American way of life, marcado por un estilo de vida consumista y una reaparición de los valores conservadores. En este contexto, los beatniks dieron origen al movimiento de la contracultura norteamericana que surgió a finales de los años cincuenta y a comienzos de los sesenta. Esta generación es conocida por escritores como Herbert Huncke, Neal Cassady, Lawrence Ferlinghetti, Gary Snyder o Gregory Corso, pero sobre todo por Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs, los tres poetas canonizados por la crítica. El trabajo creativo de las mujeres beat, en cambio, no obtuvo el suficiente reconocimiento. En esta escena emintemente machista, las poetas tenían que afrontar todo tipo de restricciones –familiares, culturales, educativas– para desarrollar su obra. Como enunció Gregory Corso en 1994, durante una conferencia en el Instituto Naropa: “Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se les sometía a tratamiento por electrochoque. En los años 50 si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia te encerraba. Hubo casos, yo las conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas”.
Mujeres como Diane di Prima, Anne Waldman, Elise Cowen, Ruth weiss, Leonore Kandel y Denise Levertov, entre muchas otras, fueron protagonistas de estos movimientos culturales antihegemónicos, aunque muchas veces se las siga dejando fuera del canon literario. Las mujeres de este grupo de vanguardia artístico, iniciado alrededor de la bohemia neoyokina y más tarde, del movimiento hippie de San Francisco, militaron activamente contra la guerra, editaron revistas, incursionaron en la poesía, la ficción, las memorias y la performance (muchas veces acompañando sus lecturas con música de jazz). Como señala la profesora Brenda Knight en su ensayo Women of the Beat Generation: The Writers, Artists and Muses at the Heart of a Revolution, “las mujeres Beat eran rebeldes con talento y con el suficiente coraje y espíritu creativo como para dar la espalda a la buena vida que los cincuenta prometían y abrirse paso en San Francisco y el Greenwich Village, mucho antes del feminismo de la segunda ola”.
La expansión del movimiento beat desde la cultura underground dio lugar a una contracultura reivindicativa. Se escribía para comunicar experiencias en primera persona, abrazando un estilo de vida inconformista y alternativo, y con la mirada puesta en las filosofías orientales. “Los fundamentos filosóficos en los que surge la subcultura Beat, que luego se convertiría en contracultura masiva en los sesenta, se basan en la espontaneidad y la vivencia del presente (un carpe diem reflexivo, creativo y místico sobre la experiencia del momento)”, dicen Isabel Castelao-Gómez y Natalia Carbajosa Palmero en Female Beatness, Mujeres, género y poesía en la Generación Beat. Las poetas tenían que romper los clichés de musa, amante o esposa que los propios escritores beat se encargaban de sostener. Es en este contexto donde se abrieron paso mujeres tan singulares como Mary Norbert Körte.
Körte creció en la zona de Oakland-Berkeley Hills en la bahía de San Francisco, en el seno de una familia de larga tradición católica. Una vez finalizada la secundaria, a los dieciocho años, ingresó en el convento St. Rose, siguiendo así el camino religioso marcado su familia. Estudió un máster de latín clásico y se convirtió en la hermana Mary Norbert, una monja perfectamente integrada en su congregación. Luego, algunos acontecimientos la llevaron a interesarse por esa vida que se agitaba fuera de los muros del convento de Pine Street.
Contra la guerra de Vietnam
El primero fue el histórico discurso de Martin Luther King Jr. en la Marcha sobre Washington. “Tengo un sueño”, repetía, como un estribillo hipnótico y poderoso, esa voz que pronto cambiaría el rumbo de la historia de los derechos civiles en Estados Unidos. Y Mary estaba ahí, viéndolo por televisión, frente a una concentración multitudinaria. Estaba en un ambiente sumamente conservador y ese discurso significó para ella un despertar de la consciencia. El segundo evento que hizo que se cuestionara su vida dentro de una orden religiosa fue la Berkeley Poetry Conference, a la que la hermana Mary asistió en 1965. Fue allí donde entró en contacto con las voces de los poetas de su generación que la conmovieron profundamente. Robert Creeley, Jack Spicer, Charles Olson, Robert Duncan, Gary Snyder, Allen Gisberg, Joanne Kyger y Lenore Kandel, entre muchos otros y otras, formaron parte de ese momento histórico para la poesía norteamericana. Sor Mary era, por supuesto, la única monja de la audiencia y fue allí donde sintió el llamado de la poesía. Así lo retrata ella misma en su poema “Eddie Mae la cocinera sueña que la hermana Mary se fuga con Allen Ginsberg” (un poema basado en una experiencia real: la monja cocinera del convento había soñado que sor Mary abandonaba el convento para irse con unos poetas, antes de que ella, efectivamente, fuera a la Conferencia Poética de Berkeley).
A pesar de esa incursión en la escena literaria, la hermana Mary volvió al St. Rose Convent, intentando obedecer el contundente mandato familiar, pero terminó revelándose como una monja muy poco convencional. De noche, se subía por la ventana, llevándose comida del convento para los diggers, una comunidad contracultural de San Francisco que abogaba por la abolición del dinero y por las comidas populares. Ese gesto transgresor y “robinhoodesco”, con la complicidad de sus amigas, las poetas y activistas Diane di Prima y Lenore Kandel, la acercaron aún más a una comunidad artística que buscaba nuevos valores, contrapuestos al conformismo y la homogeneización de la sociedad de postguerra.
En muchos de los libros de Mary Norbert Körte (La generación del amor, Un breviario en tiempo de guerra y Puente de medianoche, entre otros), aparece esa voluntad de resistencia ante un sistema social que atenta contra la vida humana. Como sus compañeras de generación, se opone a la participación de miles de jóvenes en la guerra de Vietnam y entiende la escritura como una herramienta para poner de manifiesto la opresión de las minorías y el envenenamiento del medio ambiente.
Vida en una cabaña
Las poetas de la generación beat, muchas de ellas performers y militantes, formaron parte de un movimiento que se proponía conciliar arte y vida, fusionándolas y desacralizando la poesía. Para ello, tenían que romper con muchos moldes; en palabras de Castelao-Gómez y Carbajosa Palmero, “la decisión, por ejemplo, de abandonar la universidad o sus núcleos familiares las convertía ya en transgresoras sociales y en clandestinas, marginales dentro de su propia marginalidad de género”.
Mary Norbert Körte, no solo transgredió el mandato de género, sino el de su propia familia y en 1968, finalmente, colgó los hábitos de monja franciscana y se mudó a Berkeley. Allí, otra importante compañera de ruta, la poeta beat Denise Levertov, se convirtió en un referente para su escritura y su activismo. Fue Levertov quien la nominó a al National Endowment award. Poco tiempo después, en 1972, Mary Körte volvió a mudarse. Se fue a vivir a una cabaña de una sola habitación en medio del bosque en el norte de California, en el condado de Mendocino. Una suerte de retiro pagano y definitivo. Aprendió carpintería para poder agregarle algunas cosas a su pequeño hogar: construyó una biblioteca y un altar en el que convivían, alegremente, Frida Kahlo y la Virgen María.
Allí, en la comunidad de Irmulco, vivió gracias a la docencia, tarea que le apasionaba. Enseñaba poesía en escuelas, dentro del proyecto “Poetry in the Schools Project” y también dio clases de escritura en la Californian Indian Reservation, cerca de su casa, donde los estudiantes podían aprender sus propias lenguas al borde de la extinción.
Fue en ese imponente bosque de secuoyas donde la poeta se comprometió con la lucha ambientalista, a través del movimiento Save the Redwoods: participó en varias acciones, llegando incluso a encadenarse a un árbol a modo de protesta y escribió muchos poemas sobre el territorio que consideraba como uno de los pulmones del planeta. Ese paraíso de árboles gigantes a orillas del océano fue su paisaje elegido, donde vivió cincuenta años —sola, la mayor parte del tiempo—, cortando su propia leña, extrayendo agua de un pozo y escribiendo poesía a mano que después pasaba a su máquina de escribir. En octubre pasado, tuvieron que ingresarla por problemas de salud. Después de tres semanas en el hospital, logró volver a su cabaña en el bosque y escribió los últimos cinco poemas desde la cama. Murió el 14 de noviembre, a los 88 años, con una mano amiga apretando su mano.