La barahúnda de los pájaros invisibles (III)
Tercera entrega del relato de Juan Carlos Girauta para #LetraGlobal
5 agosto, 2018 01:58No esperabas menos de Beth. No solo no se ha ofendido sino que su expresión ha cobrado el resplandor de épocas pasadas. Siempre os comprendisteis demasiado bien; por eso las tentativas de seducción no prosperaron. La consideras tan capaz de prestarse a tu farsa que ni siquiera te has molestado en pedírselo de forma explícita. Omites el trámite. Haces bien; ella lo prefiere así, y se dispone a exhibirse a tus pies ante quien haga falta, a originar celos dondequiera que no los haya para después azuzarlos. Queda claro que no te pasó desapercibida su intervención en el enlace de ciertas parejas durante vuestra tardía, larguísima adolescencia (¿digamos que duró hasta los veinticinco?), que de sobra sabes que medió el acicate de sus caricias en público, de sus inopinadas carantoñas al afortunado de turno, de sus lágrimas generosas, de sus enamoriscamientos repentinos.
Con las cartas al fin boca arriba, te agradece que al menos tú lo sepas, que siempre lo hayas sabido. Aunque el motivo último de aquella cadena de engaños que marcó la época de Cabrils, de la facultad, del grupo de teatro, nunca alcanzaste a avistarlo. Te conformaste en su día con explicaciones que sin embargo sospechabas inexactas: su excentricidad, su carácter teatral. Nada de eso. Tampoco es que le preocuparan en exceso los problemas de sus amigos del sexo contrario y que les echara una mano. No era altruismo; lo de Beth era una forma de vanidad. Sin importarle la idea que de ella se formaran los que por unas horas disfrutaban de su entrega, hallaba un raro placer en desviar las preferencias sentimentales de las otras. Si podía despertar el interés hacia un varón en el ánimo de la indiferente con sólo mostrarse ella interesada, entonces quería decir que las que la rodeaban la consideraban superior. Por fuerza la habían de tener por más atractiva e inteligente (lo era), y concluir: Si Beth, un ser excepcional, está loca por fulano, entonces fulano también debe tener algo excepcional, aunque yo no me haya dado cuenta.
A las once y media, cuando los camareros ya os han olvidado, Beth, dulcísima, te coge de la mano y, como si ya estuviera todo dicho, pregunta:
—¿No estará en el Agut de la calle Gignàs?
—¡Mierda, el otro Agut! Llevo tanto tiempo fuera...
Salís a toda prisa.
Crees ver a Irma tres o cuatro veces; por la calle Fernando, por la Plaza de San Jaime, por la Vía Layetana. Camináis con paso dispar, aunque terminas por ajustarte al de ella, que te mira y sonríe divertida. Mientras rodeáis el edificio de Correos, de súbito distingues la voz. Un momento antes de que doblen la esquina, acercas tu cara a la de Beth para comunicarle las únicas reglas del juego que aún desconoce:
—Soy un pianista de Boston. No hablo español. Estoy de vacaciones.
Dicho esto, le das un ligero apretón en el brazo que solo cabe interpretar como “adelante, ya sabes lo que hay que hacer”. A ella le enloquecen estas cosas. Su cara se ilumina.
Tanto Irma como su acompañante reconocen a Beth. ¿Por qué si no esa falsa naturalidad? Recuerdas lo que te acaba de contar, la serie de televisión, los premios, las películas. La novia de Oriol está impresionada. Vais al Pastís y todo resulta confuso, no porque tengáis que usar un idioma que no es el de ninguno de vosotros —el inglés de Ramón, el acompañante de Irma, es más que aceptable—, sino porque formáis un grupo extraño. Se habla del trabajo de Beth. Te muestras sorprendido, como si ignoraras su profesión, dejando a Irma más perpleja aún. Decís haber cenado en Las Siete Puertas pero, con el estómago vacío, los cócteles, que caen sobre los finos del Agut, os arrastran a una euforia que desentona en medio del comedimiento expectante que ellos han impuesto.
Beth se entrega de lleno a la farsa. Te preocupa que exagere y quisieras hacérselo saber, pero no puedes discurrir con claridad. Coquetea contigo, te besa en la boca cuando la conversación decae —lo cual sucede a menudo—, se estrecha contra ti cuando os apoyáis en la barra, al pagar. En el Xampú Xampany, lugar menos propicio a tales efusiones, más luminoso, Beth se modera. A pesar de la precaución, que no tiene nada que ver con las conveniencias de tu montaje sino con su reputación —en el local hay bastante gente pendiente de ella— lo cierto es que estáis completamente ebrios. Vuestros acompañantes también empiezan a acusar las copas. La conversación, sin sentido, solo parece interesar al tal Ramón. Después de hablar de ecología, de gastronomía, de antropofagia, el oscuro sujeto refiere viajes a países remotos, dice haberse consagrado al estudio de los símbolos, habla de mujeres-pez y de esferas planetarias, del aura del Arcángel San Gabriel y del árbol sefirótico. Irma, incómoda, calla. Te mira y esta vez no podéis detener el tiempo.
La serpiente en la cruz de Tau, la cruz gamada, el sistema alquímico, la Cadena Dorada de Homero —tienes ganas de vomitar—, la excomunión esotérica, el I Ching, el sexto palacio del infierno, el doble triángulo de Salomón, el diablo Behemoth. ¿Adónde van Beth e Irma? ¿Al lavabo? El local es un tiovivo; no consigues intercalar ningún comentario. Ramón sigue soltando, implacable, su retahíla esotérica —los cuatro elementos, los cuatro evangelistas, los cuatro temperamentos, el ojo de Horus y el de la Providencia, el Tetragramaton, el macho cabrío, la serpiente en espiral— y lo hace cada vez más deprisa, siempre en inglés, con fluidez inaudita. Ya no le miras. ¿Dónde está Beth? Respiras hondo, te frotas los ojos. ¿Qué dice este tipo? Tratas de retomar el hilo, desentrañar el significado, la intención de su frenética exposición, averiguar si el ser que tienes delante se limita a repetir algo aprendido de memoria, como en tu bruma de alcohol sospechas. Sí, eso parece, al menos en este preciso instante:
—That which is below is like that which is above. That which is above is like that which is below.
Beth aparece para coger el abrigo y el bolso. Está desencajada. Parece otra persona.
—¡Beth!
No es que no quiera hablar contigo. Es que ni siquiera te ha oído.
— ...Separate the Earth from the Fire, the subtle from the gross, but do this with care...
— Shut up, you son of a..! Shut up! —crees gritar antes de correr hacia la puerta de cristal, pero lo cierto es que tu garganta no responde.
Sales a la Gran Vía y agradeces el frío de enero. Beth ha desaparecido. Mañana hablarás con ella por teléfono, pero nunca más volverás a verla.
[Continuará]