El ensayista, poeta y escritor Ramón Andrés, autor de 'Caminos de intemperie' / RAMON ANDRES

El ensayista, poeta y escritor Ramón Andrés, autor de 'Caminos de intemperie' / RAMON ANDRES

Letra Clásica

'Caminos de intemperie'

Los aforismos de Ramón Andrés, en 'Caminos de intemperie' dan cuenta de una mente de un tipo desarraigado, un intelectual diferente

20 marzo, 2022 00:00

Como estoy traduciendo una novela en la que salen muchos músicos, y entre ellos un laudista --un tocador o tañedor de laúd-- y tengo algunas dudas, llamo a Manolo Laguillo, el famoso, eminente y distinguido fotógrafo ultradetallista, que también es traductor, en su caso del alemán, traduce a Walter Benjamin, y lo más importante para mí, aparte de algunas fotos suyas en suntuoso blanco y negro que tengo colgadas en la pared, es que además toca el laúd; le pregunto qué es de la “cantarelle”, y cómo se llama en español, porque no aparece en los diccionarios que manejo, por más que alguno es realmente exhaustivo.

La prima, me dice. En nuestra lengua se llama la “prima”. Y me explica que las diecinueve cuerdas del laúd están distribuidas en ocho “órdenes” o parejas de cuerdas, y luego además la prima, la cuerda de sonoridad más aguda. Resuelta la duda, le doy las gracias y le digo que quizá dentro de unos días, si vuelvo a encontrarme alguna dificultad que no puedan salvar mis diccionarios, le volveré a llamar. Y me responde que cuando quiera le llame. Pero de todas maneras me recomienda Manolo que consiga el Diccionario de música, mitología, magia y religión de Ramón Andrés (en Acantilado, donde lo publica todo), que es un libro fantástico y me resolverá todas las dudas que pueda tener. Si no lo encuentras, añade, te fotografiaré la entrada de “laúd” y te la enviaré por mail.

Sensatez lenta

¡Otra vez Ramón Andrés! Para mí hay algo en ese autor de presencia fantasmal. Después de haber ignorado su obra y su existencia, que no era del todo secreta precisamente,  durante décadas, cuando los dos vivíamos en Barcelona, ¿por qué extraña conjunción astral, desde que él vive en no sé qué confín navarro y yo en Madrid y es improbable que nos veamos nunca, me encuentro signos suyos por todas partes? Quizá sea mejor así. Seguro que es mejor así. Aunque esos “signos” suyos sean siempre positivos, estimulantes. Ahora precisamente mientras Manolo me hablaba de su diccionario musical, yo tenía sobre la mesa sus recién publicados aforismos, Caminos de intemperie, que dan cuenta efectivamente de una mente de un tipo desarraigado, un intelectual diferente, en el buen sentido de la palabra. La mente de este autor me gusta porque sabe muchas cosas, que ha tenido que aprender, de materias, de terrenos, que yo no he visitado apenas, y disfruta e invita a disfrutar con una especie de sensatez lenta y “montaignesca” de lo mejor que tienen la vida, la naturaleza y la aventura intelectual del hombre, pero no se engaña y no hace juicios aventurados.

El escritor Elías Canetti

El escritor Elías Canetti

He colgado el teléfono, escrito “prima” en el documento de la traducción, he tomado otra vez el libro Caminos de intemperie. Me he fijado en la foto que ha elegido como interior de la camisa del libro, foto que lo define, lo retrata un poco antiguo, rodeado de sombra, como brotando de ella, con una frente grande y surcada de arrugas en medio de una difusa luminosidad como fruto del ejercicio mental. Me recuerda una canción, el verso que dice “el fantasma de la electricidad aúlla en los rasgos de su cara”. A veces la frase, en busca de su precisión exacta, me parece un poco redicha, o laboriosa, como si el autor no estuviera en el secreto de la lengua y la trabajase demasiado, o como si tradujese al castellano desde a saber qué lengua desconocida. A cambio, se ahorra el casticismo español y los truquitos de la vaguedad a los que tan aficionado es el autor al que traduzco, y a los que tanto induce y tienta la lengua francesa en general. No se puede leer más de una página o dos al día. Los hay estupendos. Abro por donde lo dejé ayer y leo:

“¿Qué es una escalera? Pasamano y duda”. Ahora, al releerlo en el contexto informativo de esta nota, aislado de sus compañeros, me parece mejor. Real y lapidario. La misma idea de la “escalera” también me parece iluminada por una electricidad aullante. Pasamano y duda. Recuerdo un cuento de Werfel, La escalera del hotel, que sucede todo durante la subida de una escalera, del vestíbulo al primer piso, durante la cual la dama protagonista tenía que decidir no sé qué importante aspecto de su vida, decidirse entre dos hombres, según me parece recordar. Da un paso para subir un escalón, va a dar otro, pero se queda quieta, asaltada por una idea. La escalera era en sí misma, físicamente, monumental, escalera de un hotel de lujo, lo cual le daba empaque a la situación… Me acuerdo de aquel poema de una dama japonesa que cité en un libro: “De los innumerables escalones / que llevan a mi corazón / tú sólo subiste / dos o tres”. La escalera no es un lugar cualquiera, desde luego.

¿Qué es un plagio?

Otros aforismos --pocos-- son citas: me gustan porque revelan esa situación del escritor de frases breves que se quiere apropiar de otras frases que admira: “En la Vida de Rancé se lee: ‘quedó resumido a sí mismo’”. Uno se pone a especular por qué ese quedar resumido a sí mismo que Chateaubriand detecta en Rancé impacta al aforista español. Qué es eso de resumirse a uno mismo. ¿Una forma de encogimiento, de retracción, al final de la vida? ¿De despojamiento? ¿Eso es malo o bueno… o terrorífico? Ya se ve que sólo se pueden leer seguidos dos o tres de estos aforismos de Ramón Andrés.

Ayer leí que metió en un libro una sentencia que creía que era suya, fruto de su propia reflexión, pero luego hojeando un libro de Canetti descubrió allí literalmente la misma frase, se mordió los labios y para corregir el plagio involuntario tuvo que escribir un contra-aforismo. Estas cosas, que son ciertamente turbadoras, suceden por exceso de admiración o de identificación con el autor-modelo, como sin duda lo es Canetti, aforista o fragmentario interminable, para Ramón Andrés. Me recuerda otros casos.

El más notorio, desde luego, es el de George Harrison, que escribió esa bonita y alegre canción, Sweet Lord sin sospechar, hasta que le llegó la demanda judicial millonaria, que la había plagiado; y el asunto, según luego contó, fue tan traumático que le mantuvo incapaz de escribir nada durante años, temiendo siempre que lo que se le ocurría ya antes se le hubiera ocurrido y lo hubiera registrado. Muchas novelas las lees y te suenan a otras, sin que el autor sea consciente de ser un plagiario. Fassbinder tiene una película sobre ello, El asado de Satán, un poco delirante: un poeta en crisis, Walter Krantz, copia involuntariamente todo un poemario de Stefan George (bien conocido en el mundo germánico, sobre todo: es casi como si aquí uno copiase a Antonio Machado), y cuando se da cuenta se vuelve loco e intenta convertirse en el mismo Stefan George. Pensando sobre las escaleras y los plagios involuntarios ya se me ha acabado el tiempo y el espacio para hablar más sobre los aforismos de Ramón Andrés, entre los cuales, como entre los cortinajes de un telón teatral, he atisbado un paisaje extraño y único --eso es exactamente la obra de un autor real-- del que casi es mejor no hablar. Ya he dicho antes que no se puede leer de este libro más de una página al día. Pasamano y duda.