El intelectual, escritor y dramaturgo checo, Vaclav Havel, que fue presidente de Checoslovaquia / WIKIPEDIA

El intelectual, escritor y dramaturgo checo, Vaclav Havel, que fue presidente de Checoslovaquia / WIKIPEDIA

Letra Clásica

La caída de los intelectuales (I)

Los intelectuales que son llamados para la acción de gobierno fracasan como si solo pudieran analizar las cosas desde una torre de marfil

8 noviembre, 2020 00:00

Decíamos ayer que estos tiempos son de un insólito desprecio a los intelectuales, cuyo perfil cuya figura, resulta muchas veces irritante y casi una provocación elitista. Existe el consenso de que componen una casta de narcisistas irresponsables que si acaso, mientras hablan sin salirse de los estrechos campos de sus respectivas especialidades, son inocuos y se les puede hasta soportar. Pero cuando pasan de las elucubraciones en el terreno de las ideas, de la moral, a ejercer una real influencia en la praxis, entonces se convierten en seres peligrosos como niños que pasean por la casa riendo, con la pistola de papá en la mano y diciendo “¿Jugamos a indios y vaqueros?”.

Ciertamente tenemos entre nosotros algunos casos paradigmáticos. Sujetos académicamente brillantes a los que se otorgan cargos políticos y se les brinda la oportunidad de aplicar a los hechos sus grandes conocimientos.

El reputado profesor Mas-Colell, con un curriculum en Berkeley y Harvard, que fracasó estrepitosamente cuando Artur Mas (algunos creemos que acompañar a Mas ya era un error impropio de un intelectual que se precie) le dio las riendas de la economía catalana. Después de alcanzar su nivel en el principio de Peter, abandonó la Generalitat para regresar a las aulas, por el bien de todos.

Portada de uno de los libros insignia de Havel

Portada de uno de los libros insignia de Havel

El ministro de universidad Castells es una luminaria en sociología y el especialista en educación más citado el mundo. Como ministro está siendo de una inoperancia llamativa, revelando además, por culpa de su afición a escribir artículos de prensa en los que relativiza el empobrecimiento de la ciudadanía e invita a sus lectores, en vez de preocuparse por cosas tan bajamente materiales, a observar el vuelo encantador de los colibríes (sic), que su mente puede ser eminente en su especialidad, pero en la acción es una calamidad.

La magnitud de la catástrofe

Contribuyen al descrédito de la casta intelectual ejemplos como estos e incluso de una entidad y trascendencia superior, como el de Vaclav Havel, el dramaturgo y pensador admirado en todo el mundo por su disidencia contra el totalitarismo en su país; su popularidad era incomparable. Pasó, como quien dice, de la cárcel a la presidencia. Su Gobierno de intelectuales no pudo evitar la secesión de Eslovaquia ni el matiz de paternal desprecio con el que su ministro de Economía y sucesor en la presidencia, Vaclav Klaus, se refería a él: era “un soñador”. Palabra que hay que pronunciar con un retintín de impaciencia, como la que suscita alguien que te está haciendo perder el tiempo.

A fin de cuentas Klaus, artífice del milagro económico checo y corresponsable de la partición del país, también era un intelectual, un erudito en economía y estadística con estudios en una gran universidad americana, pero no estaba lastrado, a la hora de la acción política, por aquel prurito moralista y filosófico de Havel y los suyos. 

“Soñador”: es la idea, tan extendida, de que el afán por el conocimiento, las ideas, la cultura, van por un lado, un lado decorativo. Y la tarea de modificar la realidad va por otro. La comunidad parece que empuje al intelectual que quiere cerrar los libros y proyectarse hacia el activismo de vuelta a la torre de marfil o el departamento universitario, haciéndole ver que con las cosas de comer no se juega. Y sin quejarse, que, al fin y al cabo, la torre esa no es tan mal lugar: desde las ventanas se ve muy bien el paisaje y se puede medir con precisión la magnitud de la catástrofe.

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