El líder de JxCat, Carles Puigdemont / EFE

El líder de JxCat, Carles Puigdemont / EFE

Letra Clásica

No me lo explico

El libro de Puigdemont provoca una reflexión sobre cómo se recibió un autogobierno por parte de gente que nunca quiso gobernar ni gestionar, sobre un hábitat en el que fue instalada

26 julio, 2020 00:00

Si me preguntasen:

--¿Qué prefieres? ¿Pasar una tarde con Xevi Xirgu o comerte una rata?

Yo respondería:

--Depende: si la rata que he de comerme está viva, casi que prefiero pasar unas horas con Xirgu. Pero en cambio, si la rata ya está muerta, adelante, sírvanmela con alioli, bien pasadita por la sartén.

¡Tan matizado es mi disgusto por ese periodista, portavoz oficioso y ahora oficial de Puigdemont! Oficial hasta el punto de que cuando dice “yo” es Puigdemont quien habla.

Con todo, he leído con interés parte de su libro o dietario del ex presidente de la Generalitat actualmente residente en Waterloo Me explico. De la investidura al exilio (2016-2017). Seguramente tendrá grandes ventas, por lo menos en Cataluña, donde su presencia y la de sus comparsas (Junqueras, Comín, Puntí, etc) es tan obsesiva y reiteradamente representada en los medios de comunicación, que son casi de la familia; el señor Xirgu ha dispuesto de esta ventaja, la misma de los guionistas de un culebrón cuando ya se han emitido los primeros episodios: no hace falta pararse a describir el carácter, el aspecto o las motivaciones de cada uno de ellos: los conocemos perfectamente. Se puede ir directamente a los hechos.

Contados, naturalmente, desde su punto de vista, con toda la parcialidad previsible. A la mitad del libro ya lo dejé, pues no había mucho más que descubrir, confirmaba lo mucho que ya sabíamos sobre los actos y la psicología de los protagonistas, tiene 700 páginas, anuncia una segunda parte de otras 700, y la vida es breve. Aún así, no se puede decir que Me explico defraude. Todo lo contrario.

Ya que he comenzado este artículo con una fantasía animal, diré que la impresión dominante que deja el libro es la de haber pasado unas horas de contemplación ante la jaula de los monos en el zoo de Barcelona. Entiéndaseme: no digo que la mencionada gente no sea humana, sino algo muy diferente: que los seres humanos a veces actúan como animales miméticos; al mismo tiempo los simios son casi seres racionales, y la experiencia de observar sus evoluciones en la jaula da mucho que pensar. Se agitan, se rascan, suben y bajan… Suele dejarte triste verles entregados a sus monerías, te quedas triste precisamente como un mono, pero a veces también sus gestos casi humanos te conmueven y te hacen sonreír.

El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont, en el acto del Consell per la República en Perpiñán (Francia) el 29 de febrero de 2020 / EUROPA PRESS

El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont, en el acto del Consell per la República en Perpiñán (Francia) el 29 de febrero de 2020 / EUROPA PRESS

A ver si me hago entender explicándolo de otra forma: toda esa gente citada fue instalada en un hábitat, en un mundo de relaciones, que en realidad, aunque lo pareciera, no es el suyo, no estaban preparados para eso. Se dio acceso a miles de millones de euros, al mando sobre cientos de miles de funcionarios, a una gran autonomía de autogobierno… a gente que ni estaba cualificada ni quería hacer lo que se suponía que debían hacer con tan fabulosos recursos: contribuir en la medida de lo posible a la prosperidad de la ciudadanía y mejorar el funcionamiento del Estado en Cataluña.

En vez de eso se dedicaron, a la vista de todo el mundo, y en nombre de agravios y excepcionalidades reales o supuestas, veinticuatro horas al día, siete días a la semana, a intentar desguazarlo. Es la “ruptura”, concepto que tiene su prestigio, aunque nos remita al mono que le cae en la jaula un valioso juguete, un vagón de un trenecito Marklin o una muñeca de porcelana, y se dedica a darle golpes contra una piedra, a ver qué pasa. A veces sus muecas de extrañeza ante unas chipas que saltan del tren abollado, ante el engranaje que asoma de la muñeca rota, provocan también una sonrisa.

O una carcajada. Me sorprendí partiéndome de risa --no pretendida por Xirgu, desde luego-- en algunos pasajes del libro cuyo detallismo extremo, por cierto, no nos ahorra ni las dudas de Puigdemont al pasar ante su peluquería y cavilar si debería entrar o no a cortarse el pelo, ni sus frecuentes visitas a un restaurante de Girona donde hay buffet, y cuál es su menú preferido allí: guisantes y escalopa.

Todo lo que se cuenta es prosaico, de vuelo bajo, maníaco, simple. Compadeces a Puigdemont y al mismo tiempo no puedes no reírte cuando le “ves”, gracias a Xirgu, pidiendo “de segundo, escalopa”; actuando en público con pompa y circunstancia y hablando como si de verdad fuese un estadista y no su ilusa imitación; o, cuando hasta los interlocutores más respetuosos y hasta afectuosos, como el lehendakari Urkullu o el periodista Puigverd que ofrecía la mediación de la Santa Sede, dejan de telefonear, y el teléfono enmudece, y Puigdemont descubre que en realidad todas aquellas ofertas y propuestas, todos aquellos “president” por aquí y “president” por allá, solo pretendían demorar unos días, unas semanas, la comisión del más grave de sus disparates. Si fuese más inteligente, comprendería que el respeto que se le ha mostrado hasta entonces se debía a su cargo, pero en realidad le tenían por un ser escaso. Pero a él solo le alcanza para quejarse amargamente en su despacho de que le han engañado y de que “¡Me han dejado solo! ¡Solo! ¡Solo! ¡Solo!”.

En principio el hombre solo es digno de piedad pero en este caso esa soledad era evitable y previsible, ya que todo el mundo, como hemos visto, todo el mundo salvo Rull y Turull y los irresponsables que no se jugaban nada y pescadores de río revuelto (lo que se ha dado en llamar “la trama civil” del golpe de estado de 2017), había tratado de disuadirle de su ciega porfía. Ciega, aun sabiendo, como expone en este libro, que ni siquiera los dirigentes de ERC, Junqueras y Marta Rovira y la mitad de su Gobierno, querían de verdad que declarase la independencia a la que le empujaban como al fondo de una trampa, sino que en el último momento se echase atrás, para que quedase desacreditado ante sus votantes y así poder ellos presentarse como los únicos, verdaderos, irreductibles patriotas.

Por lo demás mucho de lo que aquí se cuenta ya se nos había contado antes por activa y por pasiva. Rovira fanática y vehemente, Junqueras reservado, “desleal” y calculador. La conciencia de que les esperan en la cárcel. La angustia y el nerviosismo de la víspera de la fuga a Bélgica. El ruido de los helicópteros. La señora Ponsatí (la de “De Madrid al cielo”, que se incorporó muy tardíamente al gobierno de la Generalitat) descubriendo, atónita e indignada, que para después de la declaración de independencia no hay “nada preparado”: ninguna “estructura de Estado”, ningún “apoyo internacional”, ningún ejército.

--¿Pero qué habéis estado haciendo durante todos estos años?... Es indignante. No me lo explico. ¡Yo me voy a París ahora mismo, ahora mismo! –exclama Ponsatí.

¿Qué habían estado haciendo? Propaganda. Cuando ya se va a imponer el artículo 155, y todo, en el aciago cogollito, es miedo y planes de fuga, Puigdemont explica su plan de asistir al partido de fútbol Girona-Real Madrid:

--Esa imagen, yo al lado de Florentino, será espectacular.

Propaganda. Monerías. Les regalaron un tren Marklin y se dedicaron a romperlo contra una piedra.