Abimael Guzmán / DANIEL ROSELL

Abimael Guzmán / DANIEL ROSELL

Historia

Banderas de rojo sangre

La editorial Debate devuelve a las librerías ‘La cuarta espada’, el retrato del escritor Santiago Rocangliolo sobre la figura de Abimael Guzmán y el terrorismo enfático de Sendero Luminoso

26 agosto, 2022 22:25

La visión directa del mal absoluto, sobre cualquiera que se sitúe a media o corta distancia, ejerce una extraña fascinación donde la repulsa y el interés (casi siempre culpable) cohabitan, no siempre con excesiva comodidad. La pensadora alemana Hannah Arendt lo describió a partir de una impresión categórica --la brutal banalidad del espanto-- que contrasta con sus hondas y horrendas consecuencias. Es lo más desconcertante del terror: acontece de forma natural, casi como si Dios no existiera y la moral secular --esa vieja distinción entre lo correcto y lo criminal-- fuera una mera invención de los hombres. Una estéril convención.

Todo esto aparece en la historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso contada por el escritor Santiago Roncagliolo en La cuarta espada (Debate), un libro que ha regresado hace poco a las librerías gracias a una acertada reimpresión, coincidiendo con el primer aniversario de la muerte del líder terrorista que dejó en el Perú de los años ochenta un legado sangriento de casi 70.000 muertos y un dolor profundo y perdurable. Una herencia maldita que la famosa memoria histórica, tan manoseada para justificar privilegios del presente, hace reverberar a través de una pregunta recurrente: ¿Cómo fue posible tanto espanto? Es la misma cuestión que, en el caso español, plantea el agrio recuerdo de la violencia etarra.

Cartel de Sendero Luminoso hecho para conmemorar cinco años de guerra popular

Cartel de Sendero Luminoso hecho para conmemorar cinco años de guerra popular

Ante esta cuestión, básicamente, caben dos posiciones: el cultivo del rencor, a veces alimentado por un indigno interés político, o la voluntad (sincera) de comprensión, que ni por asomo equivale a los infames intentos de justificación. Ninguna de ambas alternativas, por supuesto, es inocua. Con independencia de los hechos de la Historia y de sus manipulaciones --eso que los políticos llaman el relato-- el trance necesario para entender el sustrato de un fenómeno como el terrorismo (que nunca es político, sino criminal), el daño que causa la violencia sistemática, nos remite al ámbito sentimental y, al tiempo, plantea un juicio de índole ética. Cada uno es libre de elegir el camino que prefiera, aunque sin equiparar a los verdugos con las víctimas --esa milonga de los dos bandos-- porque ni son lo mismo ni existe ningún fin que justifique determinados medios. Y, mucho menos, los directamente asesinos.

Sendero Luminoso, cuarenta años después de su nacimiento,  se nos aparece como un delirio (tardío) de época. Siendo cierto, se trata de una descripción incompleta. Porque lo asombroso, y es en parte lo que intenta explicar Roncagliolo, es cómo dos personajes como Abimael Guzmán y Augusta La Torre, que aparentaban ser un matrimonio convencional en febrero de 1964, cuando celebraron sus nupcias en Huamanga, levantaron una organización terrorista que terminó devorándolos a ambos. A ella, con una muerte prematura, misteriosa e inquietante; y a él, en vida, con 86 años, encerrado en la prisión militar del Callao, en Lima.

Boda de Abimael Guzmán y Augusta La Torre / WALTER ALEJOS

Boda de Abimael Guzmán y Augusta La Torre / WALTER ALEJOS

Las fotografías de Walter Alejos, testigo de su boda, conservadas por azar, muestran al jefe de los terroristas maoístas vestido con un terno clásico --traje y corbata--, sin barba, aseado y formal; y a su compañera, la posterior camarada Norah, como una novia pacífica de apenas 18 años. Dieciséis más tarde, ambos ordenaban la primera acción armada de una guerra popular que disputó a un Estado ineficaz y corrupto el dominio sobre el antiguo virreinato, entonces un país campesino, montañoso y destrozado por la desigualdad.

Es significativo que el núcleo fundacional de Sendero Luminoso, que nunca se denominó de esta forma, aunque adoptase la frase de Mariátegui para encabezar sus pronunciamientos, estuviera constituido por docentes y maestros. Guzmán, un profesor universitario de Filosofía,  vástago de un terrateniente adúltero, y La Torre, hija de un hacendado, no parecían representar entonces aquello en lo que, unos años más tarde, se convertirían.

Afiche de Sendero Luminoso en honor del Primer Aniversario de la Fuga de la Carcel de Ayacucho

Afiche de Sendero Luminoso en honor del Primer Aniversario de la Fuga de la Carcel de Ayacucho

Ella, según algunos asesinada por Guzmán y Elena Iparraguirre, que la sustituyó deshaciendo el inquietante trío que organizó el terror campesino, levantaría hasta su desaparición el brazo armado de Sendero Luminoso, mientras su marido pasaba el día, como relata Roncagliolo, leyendo, diseñando estrategias, impulsando purgas, ordenando muertes y escribiendo unas obras completas que suman hasta 39 volúmenes, escritos en folios, donde se recogen desde ponencias para congresos a instrucciones de ataques y reglamentos internos. Una literatura patético-enfática, por usar el término de Escohotado, que desde la primera línea cree estar cambiando el curso de la Historia y que proyecta un egocentrismo entre ridículo e inquietante.

Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, en una imagen de archivo de noviembre de 2004 / E.E.

Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, en una imagen de archivo de noviembre de 2004 / E.E.

De esa instantánea hasta la imagen de los años noventa, cuando el gobierno de Fujimori exhibe a Guzmán en una jaula, como un perro encarcelado, despeinado y con barba hirsuta, como un trofeo de guerra, se extiende la historia oficial (y oficiosa) del sanguinario grupo terrorista, que es la que Roncagliolo divulga aquí mediante documentos, testimonios y un relato en primera persona --acaso con excesivas confesiones de índole personal, muchas de ellas prescindibles-- que, en la edición ampliada, remata con un epílogo donde constata que los seguidores del movimiento maoísta nunca pidieron perdón a sus víctimas. Nada raro. Quien desprecia la vida ajena carece de la humildad necesaria para mostrar arrepentimiento y responde como un perfecto autómata: reivindicando una lucha perdida de antemano.

La historia de Abimael Guzmán no corresponde a la narración de un hombre al que la ideología revolucionaria convierte en un demente. Lo que asusta de sus hitos, documentados en La cuarta espada, es la absoluta conciencia de sus decisiones. La meticulosidad enfermiza. Aquel joven, a cuya boda asistieron ocho personas, incluidos los padres de la novia, escondía a un fanático, un antiimperialista aficionado a la Coca-Cola que en las dos décadas posteriores articularía, ya como Presidente Gonzalo, una industria de muerte y crueldad con objeto librar una guerra de exterminio desde el campo hasta la ciudad.

Cartel de propaganda maoísta / SOL ROJO

Cartel de propaganda maoísta / SOL ROJO

Acaso lo más inquietante de esta historia, formulada casi siempre en términos políticos como el mal fruto de una época histórica en la que el marxismo gozaba de buena prensa entre los ambientes intelectuales de izquieda, y que sembraría de muertos América Latina, no sea la versión autorizada, sino la prosaicamente humana. La crónica de una perversión provocada por la impotencia. El libro de Roncagliolo deja la impresión de que Guzmán buscaba a toda costa, sin importarle el precio, un protagonismo personal, revestido del dogma de la colectividad --hablaba siempre en primera persona del plural, como un catedrático--, que eligió la vía de la guerra campesina como pudo haber adoptado cualquier otra. La obstinación terrorista, en Perú y en todas partes, tiene algo de zeitgesist, pero el espíritu de una época la ilustra, no la explica por completo. Nace debido a una suma de factores. El gran angular del fenómeno debe incluir pues elementos individuales. Inequívocamente burgueses.

Santiago Roncagliolo / LENA PRIETO

Santiago Roncagliolo / LENA PRIETO

El caso Guzmán reúne elementos melodramáticos –su condición de niño abandonado por su madre biológica, admitido en el hogar paterno por su madrastra; los traumas propios de la adolescencia de un inadaptado, una supuesta inteligencia natural que los años se encargarían de desmentir, y el refugio primero en los libros y, después, en un proyecto de falsa redención colectiva que no ocultaba más que la voluntad de dominio de un hombre descontento con su suerte, que intenta ponerle remedio fabricando una distopía colosal. Roncagliolo desliza una interesante trama secundaria de su crónica: la facilidad con la que un grupo minúsculo, sin apenas armas, que exigía la autoinculpación de sus propios militantes si a alguno de ellos se le ocurría pensar por sí mismos, logró tambalear a todo un Estado.

Cartel de Sendero Luminoso

Cartel de Sendero Luminoso

De la comparación no sale bien parado el Perú de los años ochenta, sin que esto implique, como en ocasiones hace la ceguera interesada, negar el espanto producido por una guerra en la que la única estrategia era sembrar el pánico entre el campesinado para dominarlo y, así, ir sumando fieles entregados a una causa que pagaba la disidencia, incluso la tibieza, con el genocidio. Parece irreal, pero este inmenso drama de sangre fue planificado meticulosamente por un hombre --rodeado de mujeres, casi todas con formación religiosa-- cuya actividad diaria consistía en dotar de una apariencia racional el odio. Un día en la vida de Abimael, según Roncagliolo, recluido en el pacífico distrito de Surco, en un barrio poblado por militares, a sólo unas cuadras del ministerio de Defensa, consistía en lo siguiente:

“Solía levantarse a las seis de la mañana con las noticias de la radio. Entre ocho y diez leía todos los periódicos y, después, leía libros, marxistas o no, para preparar los documentos del partido. Era un obsesivo subrayador de lo que leía: en muchos de sus libros y diarios hay más partes interlineadas que en blanco. A mediodía bebía un jugo se naranja, pero sólo se detenía a almorzar a las tres. Continuaba leyendo entre cuatro y diez, hora de las noticias. Al acostarse a medianoche, leía literatura. Le gustaban las tragedias griegas”.

la cuarta espada

Una existencia perfectamente convencional, igual que la de Marx en Londres, sin riesgos. Donde nadie le discutía y su guardia personal (el círculo de hetairas) le cuidaba como a un santo dentro de una hornacina. La vida limitada de la cuarta espada del comunismo, alguien que delegaba siempre en los otros la cuota de sangre que exigía la guerra popular, contradice la ficción gradilocuente del Presidente Gonzalo. En los carteles de propaganda y los afiches de Sendero Luminoso, encontrados en los domicilios de Lima donde se escondía, el último de ellos en Los Sauces, el sitio donde fue capturado sin oponer resistencia, se mostraba a un Guzmán “delgado y juvenil, pero serio e intelectual”.

No se retrataba como un guerrillero --cosa que, en efecto, jamás fue-- sino como un docto profesor. “Lleva chaqueta y camisa, pero nunca corbata. Tampoco empuña un arma; siempre lleva un libro”, escribe Roncagliolo. Una fábula idílica que se transformaría en el perfil del hombre grueso y barbudo, charlatán, al que la policía peruana espiaba en la última habitación de la residencia donde, sentado entre la biblioteca y el televisor, sería apresado. La mística del terror frente a la realidad vulgar. Aquello que dejó escrito Dylan: “Satán, a veces, se presenta como un hombre de paz”. El mal siempre agazapado a la vuelta de la esquina. En la calle de al lado. Encarnado en la figura de un devoto creyente que promete la salvación universal.