Fernando Savater: "Algo habremos hecho mal cuando hay tantos tontos en España"
El filósofo ironiza sobre las apelaciones al diálogo, propone suspender 20 años el autogobierno si se incumple la ley y critica la marginación del castellano en Cataluña
23 marzo, 2020 00:10Cuando se echa a pensar, Fernando Savater (San Sebastián, 1947) tiene algo de calambre de ideas que remata a toda velocidad las conclusiones o las sospechas. Es un conversador rápido, irónico y fornido que igual despelleja al nacionalismo que te recomienda un cómic o una novela de ciencia ficción. Se puede estar de acuerdo o no, pero ciertamente no hay muchos que, como él, le tomen medidas al presente sin caer en la frivolidad, en el cinismo o en la vanidad. Estuvo entre los fundadores de UPyD. No renuncia a una buena polémica. Ya no le queda ningún libro por escribir, sostiene.
–¿Nuestros problemas son una cuestión de educación o de falta de educación?
–La educación es un problema desde siempre y en todo lugar. Queremos educar para el día de mañana, pero tenemos que hacerlo desde el ayer. Ese desfase es realmente difícil de superar. Por ir a casos concretos, España es un país que tiene dificultades en el terreno educativo. Uno de ellos, por ejemplo, es que la base de la educación, el idioma común, el castellano, se regatea en determinados lugares. Hay quien desea ser educado en la lengua oficial de su país –que, además, da la casualidad, es la que hablan 500 millones de personas– y se le quita para cambiarlo por una lengua regional, que hablan unos cuantos y que le priva de posibilidades en el mundo. Para los que lo sufren, ciertamente es un atentado.
–La educación es un problema político: no hay consenso entre los partidos, se suceden las leyes, es un argumento habitual de confrontación...
–Hace ya muchísimos años –ya ni me acuerdo–, algunos intentamos reunirnos para hacer una especie de mínimo común educativo, con un presupuesto también adecuado y con la implicación de padres, profesores, pedagogos e instituciones públicas, y ese material consensuado ponerlo al resguardo de los vaivenes políticos. Porque en España lo peor que ha ocurrido no es tal o cual ley de educación, sino que una ley ha sucedido a otra, y ésta a otra, y otra a la anterior… El proyecto educativo que tiene cada político que llega al poder en España es anular la ley del anterior antes de que se haya desarrollado. Se da el caso verdaderamente paradójico de que, a partir del final de la dictadura, ningún chico o chica ha logrado completar su etapa educativa sin que haya cambiado la ley educativa en vigor.
–En las últimas revisiones las Humanidades no han salido muy bien paradas y no digamos ya la Filosofía.
–Desgraciadamente, la Filosofía no ha salido bien parada en ninguna parte de Europa, salvo en Francia e Italia. Pero el problema no es la Filosofía ni las Humanidades; hace falta una educación cívica que enseñe a la gente a saber a qué juega cuando está dentro de una democracia. Se dice que los valores los transmiten los padres, pero ya sabemos que éstos pueden enseñar cosas terribles. Digamos que los valores familiares pueden darlos los padres, de acuerdo, pero de los valores sociales debe ocuparse la sociedad, que debe dar una definición cívica sobre qué es la democracia, cómo funciona, para qué sirven los jueces, la policía...
–Por el contrario, los últimos planes educativos insisten en una idea básica: hay que preparar a los jóvenes para el mercado laboral. ¿Nos estamos perdiendo algo con ese enfoque?
–La adquisición de destrezas laborales es parte de la educación, pero no la única ni la más importante. Debe aspirar a formar seres humanos plenos, con capacidad de desarrollarse y buscar la excelencia por sí mismos. Mire, enseñarle a la gente una serie de capacidades que van a prepararlos de cara al mercado laboral está bien; ahora, preguntarles a las empresas cómo quieren que eduquemos a los hijos es una barbaridad. Se educa a los ciudadanos y, ya luego, los ciudadanos buscarán trabajo.
–¿Qué papel debe desempeñar la autoridad en la educación?
–La autoridad quiere decir que el profesor ejerce como tal porque está educando en nombre de la sociedad. Conviene explicarlo bien porque luego se dicen tonterías como que el docente debe ganarse el respeto de sus alumnos. Mire, los profesores no son domadores y hoy se les exige que lo sean. La autoridad del profesor tiene que estar respaldada por la sociedad y a quien esto lo ofenda o lo ataque es como si lo hiciera a un juez o a un guardia civil.
–Quienes sí parecen haber entendido en España el poder de la educación son los nacionalismos.
–Cuando la gente se pregunta qué ha pasado en Cataluña, ahí tiene la respuesta: en la educación. En 1980 llegó Jordi Pujol e impuso la inmersión lingüística. Miles de profesores tuvieron que irse porque no podían dar las clases en catalán y fueron sustituidos por otros que, además de darlas en catalán, impartían un contenido catalanista especial y, bueno, cuarenta años más tarde estamos donde estamos: en el proceso. Este tipo de decisiones tiene sus consecuencias, para mal o para bien. Por ejemplo, el presidente Lyndon Johnson acabó en Estados Unidos con la segregación escolar y, cuarenta años más tarde, salió elegido Obama.
–En 2008 fue uno de los firmantes del manifiesto Por una lengua común, donde alertaba de la preocupante situación institucional del castellano.
–Pese al tiempo transcurrido, ese manifiesto no ha perdido actualidad; más bien, diría que, desgraciadamente, la ha ganado [risas]. Hace mucho tiempo que se venía avisando y, entonces, fue rechazado: que si era una exageración, que si los firmantes estaban obsesionados, que si Cataluña no era el País Vasco… Y no lo era, claro; era aún peor. Y, bueno, muchos de los que dijeron que no pasaba nada, hoy son los que más gritan de horror ante lo que está ocurriendo.
–En el tema catalán, ¿ve usted alguna salida?
–A corto plazo, no. Nadie puede resolver un asunto que se viene gestando durante cuarenta años en el plazo de unos días o de unas semanas. Pero claro que hay una solución: si las autoridades ahora nacionalistas están traicionando su función pública, hay que decretar la suspensión de la autonomía, actuar en contra de los medios que están falseando la realidad y del sistema de enseñanza que no está cumpliendo las normas con el castellano… Y hay que hacer eso no quince ni veinte días, sino veinte años, hasta que se recupere la normalidad en un sitio que lleva cuarenta años perdiéndola.
–Usted ha dicho alto y claro incluso que se ha dialogado mucho.
–¡Claro! ¡Pero si no ha habido otra cosa! Pedir diálogo en una democracia es una estupidez. El Parlamento se llama así porque allí se está dialogando; pedir diálogo en una democracia es como enseñar a nadar a los peces. La democracia funciona a través del diálogo; lo que pasa es que, claro, el diálogo no levanta puentes, no crea empresas, no resuelve los problemas. Los problemas hay que afrontarlos con diálogo, sí, pero también con otras soluciones.
–¿No le sorprendió la respuesta violenta a la sentencia del procés?
–La violencia es un recurso, sobre todo cuando es impune. Lo vivido en Cataluña ocurría a diario en el País Vasco por cualquier motivo, sin necesidad de sentencia: la visita de un mandatario, la colocación de la bandera…
–¿El populismo germina allí donde hay falta de educación?
–El populismo es la política que ejercitan los ignorantes. Si se crea una ciudadanía ignorante, lo que le viene bien es el populismo porque es, básicamente, simpleza.
–Usted se ha definido, antes que filósofo, como profesor de Filosofía.
–Soy profesor de Filosofía. Me parece que hacen falta los maestros, los buenos maestros.
–Es un reconocido lector que ha confesado siempre que se asoma a los libros con placer. ¿Cómo se puede enseñar esa pasión?
–Es cómo convencer a la gente de que el jamón de Jabugo es bueno… Si se les ocurre probarlo, de inmediato, se darán cuenta de que es excelente [risas]. Es cierto que hay vías de acercamiento a la lectura que son mejores que otras. No puede empezar por En busca del tiempo perdido. Luego, sería interesar fomentar el hábito de comentar los libros, tal como se hacen en los cinefórums con las películas. La pasión por la lectura sí la pueden transmitir los padres. Es raro que en un ambiente familiar donde exista aprecio por la lectura haya niños que no les tengan aprecio a los libros.
–Precisamente, en su autobiografía, Mira por dónde, destaca el papel de su madre y sus lecturas en voz alta.
–Es un camino, por ejemplo. Que los niños descubran que los cuentos salen de los libros es un truco que, al menos en mi experiencia vital, ha funcionado.
–También confesaba en esas páginas que nunca se recuperó de haber tenido una infancia feliz.
–Es difícil de superar, sí. Luego todo va a peor… [risas].
–Cuando oye, por ejemplo, la expresión régimen del 78, ¿qué se le pasa por la cabeza?
–Hay mucho idiota en este país, qué le vamos a hacer. Como educador, me siento hasta culpable. Algo habremos hecho mal cuando hay tantos tontos, porque la educación debería haber remediado estas cosas. Quedan aún muchas cabezas por cepillar.
–Ha evitado pocas peleas en su vida, desde la lucha antifranquista a convertirse en azote de los nacionalismos. ¿Ha lamentado en alguna ocasión el tiempo que estos compromisos le han obligado a quitarle a su familia, su trabajo o sus aficiones?
–No creo que yo sea ejemplo de nada para nadie. Me he comprometido porque creo que los ciudadanos tienen que defender su ciudadanía. Lo mismo que si entran en tu casa a robar no te quedas leyendo el periódico, sino que intentas expulsarlos, creo que hay que echar a los ladrones de ciudadanía, pero, vamos, he visto a gente a mi alrededor que se ha comprometido mucho más y lo han pasado mucho peor.
–Cerró la lista de Ciudadanos por Madrid en las últimas elecciones generales.
–Sí, señor. Soy militante de UPyD y, entonces, mi partido decidió apoyar a Ciudadanos. Una forma de mostrar ese apoyo era que algunas personas estuviéramos en la lista de Ciudadanos para hacer explícito ese apoyo.
–¿La corrupción política es también producto de la falta de educación?
–¡Sííííí!, pero también se ha permitido mucho. Por ejemplo, UPyD estuvo entre los precursores a la hora de denunciar casos como el Canal de Isabel II o el de Rato. El poco dinero que teníamos nos lo gastamos en demandas que nos arruinaron y, además, nos encontramos que la gente que ahora tanto se preocupa de la corrupción dejó de votarnos y optó por los corruptos. Somos una muestra de que la virtud, a veces no sólo no es recompensada, sino que es duramente castigada [risas]. Y, claro, ahora sí, todo el mundo quiere tomar medidas y cortar cabezas. Quizás, si hubiéramos empezado antes, nos iría bastante mejor.
–¿El Brexit nos ha enseñado que las mayorías también se equivocan?
–No se trata de que se equivoquen o no. Frente a lo que ocurre en las dictaduras, en una democracia, la culpa de lo que pasa la tienen los ciudadanos. Cuando se dice que contra Franco vivíamos mejor es realmente así, porque el responsable de lo que ocurría era él. Ahora que no tenemos a ningún Franco, por mucho que lo desenterremos y lo volvamos a enterrar, la culpa la tenemos nosotros. ¡Claro que los ciudadanos se equivocan! Siempre está la duda de si la gente apoyará las opciones más nobles o las más disparatadas.
–¿Cómo queda la idea de Europa tras el Brexit?
–Gran Bretaña ha formado parte de la Unión Europea de una manera más simbólica que real. Han estado dentro para los asuntos que les suponían ventajas pero, en cuanto había alguna cosa que iba en contra de sus rutinas políticas, tomaban distancia. Que ahora se salgan ratifica que siempre tuvieron un pie en el alero. Esa decisión no refuerza precisamente a la Unión Europea, sobre todo porque alienta a otros grupos similares. Todo lo que es separatismo o disgregación es negativo. Los seres humanos están hechos para juntarse, no para separarse.
–¿Su última entrega literaria, La peor parte, es una demostración de que el dolor puede ser productivo?
–Soy escritor y, entonces, he escrito un libro porque es lo único que sé hacer. Las personas que no tienen esa salida se vuelcan en la familia o en la religión. Frente a la finitud y los dolores de la vida, cada uno busca la salida que puede. Para mí, escribir es un mecanismo para matar el tiempo. Me gusta, sobre todo, leer, pero también escribir. En La peor parte me dije que ya que estaba constantemente recordando a mi mujer [Sara Torres, fallecida en 2015], a ver si los lectores querrían recordarla conmigo.
–Parece una versión sombría de su autobiografía, Mira por dónde.
–Siempre pensé en escribir una segunda parte de Mira por dónde porque, aunque me gusta el libro, siempre me pareció bonachón, bienintencionado. Y se iba a llamar así, La peor parte, contando la zona de sombra, no la de sol, pero, claro, luego pasó todo lo de Sara y llegó así de forma definitiva. Es un reverso íntimo que complementa la otra autobiografía, más exterior.
–Me ha sorprendido su decisión: después de La peor parte, ya no tiene nada más que escribir. Se acabó, punto y final.
–Seguiré con articulitos y piezas así, que me entretienen, pero ya no tengo ganas. Ya no estoy para libros o ensayos que requieren una bibliografía, una disciplina y, sobre todo, un plan. Ahora me toca cuidarme el alma, nada más.
–¿Y la ficción?
–Yo escribía ficción para Sara. Le gustaba que le leyera cuentos; escribí las novelas para ella. A partir de ahora, me dedicaré a leer.