Edición en alemán de 'El mundo como voluntad y representación' de Schopenhauer / NEW RAIN PUBLISHER

Edición en alemán de 'El mundo como voluntad y representación' de Schopenhauer / NEW RAIN PUBLISHER

Filosofía

Schopenhauer y el nuevo pesimismo

La visión del mundo del pensador alemán, cuya correspondencia escogida acaba de publicar Acantilado, gana adeptos por su idea de la individualidad y su diagnóstico sobre el irracionalismo

28 mayo, 2022 22:00

Se diría que el siglo XXI carece de horizonte. Tiempos de improvisación. El futuro ni siquiera se adivina. En la primera mitad del siglo XX se impuso la barbarie; en la segunda, en cambio, se vivió la esperanza de alcanzar, si no la perfección, al menos una generalización del bienestar. El XXI no acierta a definirse. O quizás sea la indefinición su característica. En tiempos de confusión se tiende a buscar modelos en el pasado, aunque no siempre se encuentren. El XIX fue el siglo de la Ilustración y de la Historia. Las luces llevaban en sí el germen histórico. El presente era la superación de una época de tinieblas y el principio de un camino hacia la mejora. La Historia tenía un sentido que se expresaba en los procesos revolucionarios. El impulso aún pervive.

En medio de esa borrachera de optimismo metafísico, la voz de Arthur Schopenhauer, anunciando que la Historia carecía de sentido, que el progreso era una falacia y que el hombre es un animal del que hay que cuidarse, pasó desapercibida. Hoy se recupera como una profecía que no debe ser menospreciada y su visión pesimista del hombre gana adeptos. La novelista de éxito y madre del filósofo, Johanna Schopenhauer, al recibir La cuádruple raíz del principio de razón suficiente, tesis doctoral de Arthur, comentó: “Debe tratarse de algo para boticarios”. Él, que nunca tuvo espíritu de diplomático, replicó: “Será leído todavía cuando no quede ninguno de tus escritos”. “Para entonces aún no se habrá vendido la primera edición”, respondió ella. Tenía razón. Durante 30 años los textos de Schopenhauer, editados a su costa, no se vendieron. Algunos ejemplares incluso fueron convertidos en pasta de papel. Poco antes de morir le llegó el reconocimiento. Sus admiradores peregrinaban hasta Fráncfort, donde vivía, para verlo. Hablar con él no resultaba fácil.

Portada del segundo tomo de 'El mundo como voluntad y representación' de Schopenhauer : TROTTA

Pese a su mal carácter, se convirtió en un faro para sus contemporáneos. Wagner le envió una copia firmada de Los nibelungos; Thomas Mann, Freud, Bergson, Proust, Kafka, Baroja y Unamuno, Beckett, Wittgenstein, además de Nietzsche, quien le dedicó una de sus Consideraciones intempestivas, muestran claras influencias de su pensamiento. Hasta hoy. Ricardo Rodríguez Aramayo, traductor de El mundo como voluntad y representación, ha publicado recientemente un estudio sobre su pesimismo y la editorial Acantilado acaba de editar una selección de su correspondencia. Una lectura apasionante. Y actual.

El mundo como voluntad y representación (él se refiere a este texto como su “obra principal”), se publicó en 1818. Se vendieron poco más de cien ejemplares. Aquellos años no estaban preparados para un discurso pesimista que exaltaba el egoísmo. Y eso que, a diferencia de otros pensadores de su tiempo, especialmente Fichte, Shilling y Hegel, al que detestaba abiertamente, la prosa de Schopenhauer es diáfana. Thomas Mann escribió que sus textos son “de una claridad clásica, que nos habla, sin embargo, de lo más inferior, de lo más nocturno”. La recientemente fallecida Pilar López de Santamaría, traductora de Parerga y paralipomena, obra que lo hizo famoso, señala: “Schopenhauer tiene un estilo claro y directo, tendente a llamar a las cosas por su nombre, aun cuando ello le lleve en más de una ocasión a la grosería”. Durante el trabajo de traducción, confiesa, hubo momentos en que la impertinencia de los comentarios la impulsaron a abandonar.

Schopenhauer

Schopenhauer reconoce tres influencias: Platón, Kant y los Upanishad, que le dotan de una visión rayana con el holismo religioso, carente de divinidades. Este hinduismo sirve a Lukács para vincular el individualismo de Schopenhauer, con un pensamiento burgués agotado que se refugia en oriente, camino del irracionalismo. De Platón toma la realidad de las ideas frente a un mundo de los sentidos cambiante y efímero, fenoménico, en la terminología kantiana. Las ideas coincidirían con la cosa en sí, inaccesible al entendimiento, y que él define como voluntad. Palabra que utiliza en un sentido peculiar, desprovista de cualquier connotación que suponga designio u objetivo. El libre albedrío, la libertad individual, es un mito. En el mundo rige la causalidad, es decir, la necesidad. “Puedo hacer lo que quiero: quiero ir a la izquierda, pues voy hacia la izquierda; quiero ir a la derecha, pues voy hacia la derecha. Depende exclusivamente de mi voluntad: soy libre por tanto”, un razonamiento que encubre una falacia porque esa voluntad no es libre, se rige por las leyes de la causalidad. Cosa distinta es que se ignoren las causas remotas o inmediatas.

El hombre del presente también se creía libre hasta hace poco y se proyectaba en el tiempo. La crisis de 2008 le demostró que se hallaba a merced de los mercados, mucho más libres que cualquier individuo. La pandemia limitó sus movimientos. Hoy, entrevista una nueva normalidad, tan parecida a la antigua, asume que los vientos de la Historia –ciega e irracional, según Schopenhauer–, se imponen a su voluntad. Quiere decidir y no se atreve, tras constatar la banalidad de sus designios, convertido en una veleta movida por vientos que sabe que nunca podrá controlar.

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La voluntad es la razón del ser, pero no hay razón para el ser de la voluntad. Es voluntad de vivir, carente de inteligencia. Adelantándose a Richard Dawkins (El gen egoísta), Schopenhauer sostiene que esa voluntad es puramente animal, persigue la pervivencia no del individuo sino de la especie. Por eso la naturaleza ha hecho agradable el sexo. La cópula es “la verdadera esencia y el núcleo de todas las cosas, la finalidad y la meta de toda la existencia”. No cabe resistirse a la sexualidad. No confundir sexo con amor, “el instrumento engañoso que la naturaleza utiliza para lograr el fin prosaico de conservar la especie”. Hay quien ha visto en este rechazo al sentimiento amoroso un resabio de sus vivencias.

Schopenhauer no tuvo una vida sentimental afortunada. Cuando se enamoró fue rechazado. Una vez consideró la posibilidad del matrimonio; no llegó a nada porque ella tenía ya un hijo del que él no estaba dispuesto a hacerse cargo. Tampoco en casa percibió el fuego de la pasión. Su padre pidió la mano de la madre cuando era casi una niña y en la respuesta afirmativa seguramente influyó la posición económica del pretendiente. Elogiaba la soltería, pues “¿cómo podría el que busca un honrado sustento para sí, su mujer e hijos, consagrarse al mismo tiempo a la verdad? Él vivía de las rentas de la herencia paterna. La soledad evita compañías incómodas y facilita la libre dedicación al estudio, sin tener que dedicar tiempo a la enseñanza. No obstante, trató de dar clases en Berlín. Hizo coincidir su horario con el de Hegel, cuyo sistema calificaba como “una bufonada filosófica”. No tuvo alumnos.

Kant con amigos, incluidos Christian Jakob Kraus, Johann Georg Hamann, Theodor Gottlieb von Hippel y Karl Gottfried Hagen / WSIMAG

Kant con amigos, incluidos Christian Jakob Kraus, Johann Georg Hamann, Theodor Gottlieb von Hippel y Karl Gottfried Hagen / WSIMAG

Hoy, su displicencia hacia otros pensadores tiene muchos émulos. Quebrado el principio de autoridad intelectual, proliferan quienes rechazan cualquier mérito ajeno. Ese no reconocimiento bloquea el diálogo con quien, en su vaciedad, no merece halagos ni atención. Schopenhauer fue un maestro de la descalificación y el insulto. Sus imitadores se aferran a esa práctica sin acumular, como él sí hizo, una formación enciclopédica que incluía la lectura de los rivales. La excepción en la vulgar filosofía universitaria es Kant. Fue un kantiano con matices, dispuesto a enmendarle la plana. En 1837 dos profesores de Königsberg, Karl Rosenkranz y Friedrich Schubert,  preparaban una reedición de la Crítica de la razón pura. Les escribió recomendando utilizar la primera edición y no la segunda, corregida por el propio Kant, que según Schopenhauer incluye demasiadas concesiones.

El mundo de los sentidos es, pues, mera apariencia. Pilar López lo resume así: “Frente a un sistema para el que ‘todo lo racional es real y todo lo real es racional’ [Hegel], Schopenhauer sostiene que ni lo racional es real, porque el mundo de la razón es pura apariencia, un velo de Maya que oculta la verdadera realidad de las cosas, ni lo real es racional: porque la realidad originaria, el ser en sí de las cosas, es justamente una voluntad irracional”. En este universo determinista el individuo responde a las exigencias de la voluntad, abocado necesariamente a un egoísmo “inevitable” que condiciona la perspectiva moral, porque “una moral que sirve a intereses egoístas no es moral, sino egoísmo revestido de moralidad”.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1831) /  JAKOB SCHLESINGER

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1831) / JAKOB SCHLESINGER

La búsqueda de la felicidad ofrece varios caminos, la mayoría condenados al fracaso porque “por vivir feliz sólo se puede entender vivir menos infeliz”. La voluntad estimula el deseo y la apetencia de satisfacerlo lo que abre al abismo de la insatisfacción. Hay goce cuando el deseo se realiza, pero la satisfacción completa es inalcanzable porque unos deseos nunca serán satisfechos y, los que lo son, decaen al serlo. La verdadera felicidad consiste, por tanto, en mitigar el dolor, lo verdaderamente real. ¿Se puede superar el egoísmo? Sí, por dos vías: el ascetismo (la negación de la voluntad) y la contemplación estética, desprovista de interés de ningún tipo. En relación con los otros, el recurso es la compasión, aunque él apenas la practicase.

La compasión busca mitigar el sufrimiento de los demás, “un proceso tan misterioso como cotidiano, ya que incluso el más egoísta se ha identificado alguna vez con el sufrimiento ajeno”. Se produce cuando se experimenta “la supresión momentánea de los límites entre el yo y el no yo” y se sufre con el otro. Estimula luchar contra el sufrimiento, aunque no haya posibilidad de eliminarlo porque este mundo es el peor de los mundos posibles; si fuera peor no habría sobrevivido. Y la cosa no mejora en las relaciones entre comunidades, cuyos dirigentes se muestran constantemente predispuestos al saqueo del vecino.

Schopenhauer

Con todo, el exacerbado individualismo de Schopenhauer no culmina en una negación del Estado o en un liberalismo radical. Al contrario: defiende la conveniencia de una autoridad fuerte. El Estado es “una institución defensiva obligada a utilizar la fuerza porque “todos quieren cometer injusticia, pero ninguno padecerla”.

Pero no hay que confiar en que el Estado solucione los problemas que se derivan de la maldad humana: “El Estado protege al ser humano de sí mismo, pero no puede mejorarlo”, escribe. El Estado, no la nación. Schopenhauer se consideró siempre un cosmopolita, inmune a los desvaríos de los nacionalismos, generadores de baños de sangre.