El arte de medrar
Desaparecido en combate el iluminado Jordi Cuixart, quedó un cargo libre al frente de Òmnium Cultural y ahí estaba Xavier Antich para pillarlo. El hombre ya llevaba un tiempo rondando por tan necesaria entidad patriótica, actividad que compatibilizaba con la presidencia de la Fundació Tàpies, su pertenencia al Consejo de Cultura de la Ciudad de Barcelona y sus clases en la Universidad de Girona, donde consiguió plaza hace años, tras pasar por un par de institutos.
Xavier Antich (La Seu d'Urgell, 1962) se considera filósofo, aunque su obra se reduzca a unos pocos libros que, por regla general, se consisten en recopilaciones de artículos de prensa o conferencias: que piensen otros, lo suyo es medrar, actividad a la que, solo o en compañía de otros ciudadanos con ansias de prosperar, se ha dedicado con ahínco desde prácticamente siempre, dado que sus andanzas profesionales han solido estar encaminadas a seguir los consejos de Dale Carnegie a la hora de ganar amigos e influir en la sociedad. Puede que como filósofo deje mucho que desear, pero como muchacho emprendedor que se abre paso por la vida no tiene parangón en los ambientes político-culturales de la Ciudad Condal.
No se sabe si el hombre es lazi por convicción o por conveniencia, pero hay que reconocer que se mueve como pez en el agua en ese peculiar ecosistema. De todos modos, sus aspiraciones al mandarinato cultural barcelonés quedan ya un poco atrás en el tiempo, concretamente en los años en que estuvo al frente del suplemento cultural de La Vanguardia cuando dirigía tan prestigiosa cabecera su hermano Pepe, actual director de El Nacional.
Conocido en esa época por el simpático alias de El Hermanísimo, el bueno de Xavier convirtió el Culturas que había puesto en marcha Sergio Vila-Sanjuán en un espeso artefacto de seudo pensamiento especializado en unos temas centrales aparentemente profundos, pero que, en la práctica, consistían en atar moscas por el rabo, alumbrar polémicas que no iban a ninguna parte, mezclar peras con manzanas y aparentar que ahí la gente se estrujaba las meninges a base de bien.
Cuando cesaron a Pepe Antich, nuestro hombre fue desalojado del Culturas, primero, y de La Vanguardia, después, lo que le obligó a lanzarse en busca de nuevas aventuras. La más reciente, como todos sabemos, consiste en heredar la silla de Cuixart y ver qué puede hacer por Òmnium (o, mejor dicho, qué puede hacer Omnium por él).
Ungido personalmente por el Hombre del Mullet, el voluntarioso Antich se encuentra, por una parte, con una entidad que ha crecido mucho en socios y, por otra, con una asociación que no puede ya ir tan desabrochada como en los tiempos del prusés. Por si acaso, se ha buscado una secuaz de campanillas, Mònica Terribas, la que fuera en tiempos la Voz del Régimen desde Catalunya Ràdio y a la que, como a tantos otros héroes de la república, parece habérsele pasado un poco el arroz.
No se puede saber cuánto tiempo aguantará Antich en Òmnium, pero es casi seguro que le servirá como plataforma para lanzarse a por su siguiente objetivo, si es que queda alguno en la órbita lazi al que merezca la pena optar. En caso contrario, siempre puede cambiar de aires porque en su caso lo importante no es el qué, sino el cómo: cuando te has especializado en estar siempre oliendo donde guisan para ver qué puedes llevarte al coleto, el cielo es el límite, como dicen los anglosajones. Total, para filosofar, que es una actividad ruinosa, siempre hay tiempo.