Carl Schmitt (en el centro) con otros alumnos internado de Attendorn (1902)

Carl Schmitt (en el centro) con otros alumnos internado de Attendorn (1902)

Filosofía

Carl Schmitt, pensar desde el cadalso

El Paseo publica por primera vez en español el ‘Glossarium’ del pensador alemán, vinculado con el nazismo pero esencial para entender la crisis de las democracias

6 febrero, 2022 00:10

Soy un fantasma y grito sin que se me oiga (…) Yo, el despreciable, me reafirmo como tal, pero irónicamente”. Anotación registrada el 7 de octubre de 1947. Cuaderno de cartoné negro. Tinta azul oscuro. Caligrafía diminuta pero con una expresión cruda y directa, aunque saturada de sobreentendidos y frases eruditas –en latín, francés e inglés– que dificultan la comprensión. Enunciación in fieri. Es el espectáculo de una mente (para algunos diabólica) trabajando, discurriendo, anotando cosas, vengándose a su manera de un destino que, después de haberle permitido vislumbrar el camino hacia el Leviatán de Hobbes –el libro con el que comenzó todo: el mito del Estado moderno como heredero de la Iglesia, el negocio de los juristas, la política como teología–, lo desplazó a una esquina secundaria del cuadro, recluyéndolo en un cuarto de una única estancia, sin calefacción, prácticamente condenado a la indigencia

“Espantado por la ironía que supone encontrar en mi cuarto un libro grueso sobre el concepto de la ironía. La ironía es algo tan destructor que su simple mención marca la atmósfera. Afectado. Víctima de la ironía de la historia del mundo, del destino; esto no se puede soportar, ni tan siquiera como posibilidad hipotética, ni tampoco como peligro y riesgo. Es fácil engañar a Dios, pero él no puede engañar. Tampoco puede ser irónico”. Resulta fascinante contemplar la intimidad in nuce de Carl Schmitt (1888-1985), pensador político que aspiró a la inmortalidad en vida –ese espejismo pasajero– y al que la historia, que es la suma de las decisiones de todos los hombres de un tiempo y un lugar concretos, castigó a un ostracismo que, sin embargo, no significó su muerte intelectual.

Carl Schmitt als Student 1912.Carl Schmitt als Student im Jahre 1912

Carl Schmitt en su época de estuadiante de Derecho (1912)

Schmitt, un grafómano, es materia de un sinfín de libros, ensayos y estudios. Literatura de combate, escrita para denigrarlo, manipularlo, reivindicarlo en todo o en parte, según los intereses de cada momento, pero rara vez para comprenderlo sin que esto suponga necesariamente justificarlo. El jurista alemán, una de las mentes más brillantes de su tiempo, cómplice activo del nazismo –durante tres años, antes de ser depurado por el propio Reich–, se pasó la vida esculpiendo conceptos jurídicos para terminar siendo un inmenso arcano. Se ha escrito mucho sobre él por la fascinación que provocan los anticristos; se le conoce, en cambio, mucho menos. 

No deja de ser una paradoja si tenemos en cuenta que su filosofía, surgida desde la placenta católica, opuesta al liberalismo, antimoderna, potencialmente totalitaria, ha sido reivindicada por ideologías de derechas y de izquierdas, además de merecer la atención (sucesiva) de la élite intelectual europea, desde las filas nacionalistas a las marxistas. Un fenómeno colosal tratándose de un pensador que escribió sus libros a partir de 1947 sumergido en un resentimiento categórico que, sin embargo, le ayudó pensar con mayor libertad, sin eufemismos. De alguna manera, tras el juicio de Núremberg, donde se le interrogó como uno de los cerebros del nazismo, la factoría mental de Schmitt siguió produciendo, provocando, tratando de romper la prisión donde él mismo se había situado al defender una causa que unos años antes, en la encrucijada de Weimar, discutía en favor de una democracia ideal, distinta a la fáctica. 

Carl Schmitt, %22El líder protege el derecho%22 Carl Schmitt, El líder protege el derecho, en  Deutsche Juristen Zeitung 1934, 945.

Artículo de Schmitt publicado en 1934 en el Deutsche Juristen Zeitung donde retrata a Hitler como protector del Derecho

El pensador alemán cambió de acera de forma repentina en la década de los treinta, incurriendo en un encendido elogio del caudillaje y tratando con indudable tibieza el exterminio judío. Que tal deriva durase tres años, hasta que cayó en desgracia ante los mismos que elogió como garantes de la ley (abstrayéndose de su imperium), no le resta trascendencia al viraje, de igual manera que su posicionamiento ideológico individual no desmerece sus aportaciones conceptuales a la filosofía política. Para un intelectual, el infierno consiste en pasar desapercibido y ver que su discurso cae en tierra yerma. Tras la caída de Berlín y el suicidio del Führer, Schmitt quedó en esta situación. Orillado.

Desde esta zona de sombra escribió su Glossarium, cinco cuadernos de anotaciones íntimas que ahora publica por primera vez en español la editorial El Paseo con una traducción de Fernando González Viñas. Son las cajas negras de su pensamiento: lecturas, impresiones de los personajes de su época –Thomas Mann, Heidegger, Jünger–, su reinvención como un hombre derrotado. Un libro de lectura difícil, dada la condición fragmentaria de las anotaciones, y radiactivo. Entre otras razones porque permite comprobar cómo el talento intelectual no exime a nadie de caer en el espanto. El libro, que no se publicó hasta 2015, es un caleidoscopio de los humores de un hombre que definió la idea de lo político a partir de las múltiples formas de la enemistad. Un hallazgo conceptual que obvia la naturaleza moral de las acciones ideológicas y sirve, indistintamente, para justificar el espanto del holocausto o prevenirnos ante quienes no entienden que la convivencia dentro de una misma comunidad política no puede sustentarse a partir de la dicotomía bueno/malo

carl schmitt

Edición en alemán del Glossarium / DUNCKER & HUMBLOT

Schmitt escribe en estos cuadernos sobre Dios, la guerra, la cultura, la Iglesia, Hitler, la fe, el arte degenerado, la envidia o sus esperanzas menguantes. Actúa, al mismo tiempo, como un ortodoxo y un herético vocacional. En unas páginas es un cristiano; en otras, un perfecto apóstata. Y siempre un reaccionario moderno que hilvana en estos escritos la sucesión de contradicciones –fieramente humanas– que acompañaron a una personalidad superlativa a la hora de desentrañar lo complejo y, sin embargo, diletante ante las elecciones más sencillas.

Algunas de sus reflexiones, como la relativa al suicidio como última reserva de la dignidad del hombre, pueden usarse para justificar la inmolación o defender la eutanasia, evidenciando que la realidad nunca es unívoca, sino un océano ingobernable. La política, según su definición, implica necesariamente la existencia de polémica, tensión y enfrentamientos, pero también es la única brida para sujetar el caballo desbocado de las pasiones. Frente a la sustitución de la ideología por el relato, patología de nuestra vida pública, sostuvo que las decisiones políticas tienen consecuencias. Entre ellas, la guerra. Sin esta convicción, que expresa la responsabilidad exigible un gobernante, se comprende el adanismo de la política posmoderna, donde causar una catástrofe o votar con los pies tienen idéntica consideración. 

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Schmitt representa –se ve bien en este Glossarium– los metales de inteligencias políticas Ancien Régime: muchas lecturas, extraordinaria curiosidad intelectual, voracidad intelectual, voluntad de dominio, el razonamiento de las experiencias vitales y una cultura panteísta que le permite entenderse a sí mismo y a su época. Por supuesto, este caudal de conocimientos no exime a nadie, y menos aún al pensador alemán, de la seducción del espanto, consecuencia de los intentos del hombre por suplantar a Dios. Pero Schmitt encarna un mal fascinante, situado en las antípodas de los villanos de este tiempo idiota. Contemplarlo ayuda a entender mejor la condición humana y dota al lector de herramientas para identificarlo y neutralizarlo. 

Nunca se retrata como un santo –“soy un aventurero intelectual”–, pero tampoco renuncia a su historia. El Glossarium no es un descargo de conciencia. Schmitt defiende su trayectoria asumiendo la condición de vencido, insiste en su antisemitismo y, desde su retiro en Plettenberg, se le adivina obsesionado con recuperar la relevancia perdida, cosa que intentó con una obstinada provocación sistemática. En la España del franquismo la tuvo. Vinculado familiarmente con nuestro país, en este Glossarium cita a intelectuales como Francisco de Vitoria, Ortega y Gasset o Eugenio d’Ors y presume de aconsejar a Franco la vuelta de la monarquía, aplicando su tesis de que una cosa es la legalidad y otra la legitimidad

Glossarium, Carl Schmitt

Schmitt siempre desconfió de las democracias porque creía que su práctica real se alejaba de los modelos teóricos. Con independencia de su motivación, su análisis se ha demostrado exacto en el caso de las partitocracias, donde los electores no eligen diputados, sino empleados de escuadras que monopolizan en su beneficio la representación popular. Sus críticas permiten también, sin tener que comulgar con ellas, entender el auge de los nuevos totalitarismos culturales, sustentados en la cancelación de la distinción natural entre el individuo y la masa. Un fenómeno social característico de nuestra época que tiene su génesis en la perversión (desde dentro) de las propias democracias liberales.  

De sus planteamientos se infiere que si una sociedad aspira a sobrevivir a la polarización y desea evitar la llegada de los bárbaros, lo primero que debe hacer es construir un sistema político que sea ejemplar y eficaz. Schmitt sabía perfectamente de lo que hablaba: vio llegar a Hitler al poder por medios democráticos, impulsado por los quebrantos de la posguerra, la inflación y la nostalgia arcaica de un pueblo desencantado con la democracia. Su elección tuvo consecuencias criminales. La política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Las ideologías son teorizaciones de la experiencia que terminan escribiendo el curso de la historia. El pensamiento de Schmitt, tan denostado, tan irreverente, prescinde del autoengaño y, en cierto sentido, enuncia las verdades de un condenado a la guillotina en el instante mismo del cadalso. Sabe que va a morir. Puede permitirse el lujo de decir lo que piensa. Sobre todo si ofende.