Cartel del noveno congreso del Partido Nazi celebrado en Nuremberg en 1937

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Filosofía

Enzensberger y la biografía de Europa

El escritor describe en una autobiografía ficticia la vida cotidiana en Alemania desde su infancia, marcada por el régimen nazi, hasta los años cincuenta del siglo XX

12 diciembre, 2021 00:10

Existen tantas formas de contar el decurso de una vida, esa extraña pausa que acontece entre dos paréntesis, como maneras diferentes de vivir. Cada una de ellas es distinta y todas, sin excepción, salvo por la combinación concreta de sus variantes, igual que sucede en la genética, responden al mismo principio. La lógica de vivir, que es un sinsentido milagroso, posee una naturaleza ecuménica donde cohabitan, atropellándose, los mismos sentimientos básicos: esperanzas con frustración, dicha y dolor, ansiedad más nostalgia. Confusión y orden.

Escribir acerca de este pasado personal –el único patrimonio que depara la costumbre de cumplir años– tiene algo de despeñamiento: se mira hacia atrás desde un punto fijo y, además del asombro y el pasmo ante la fugacidad del tiempo, lo que uno encuentra es un inconsciente relato de ficción donde somos los autores y los protagonistas. Aunque en esta historia nos acompañen otros personajes, todos son secundarios. Seguramente estos episodios, igual que las cuentas de un rosario, duras y diminutas, respondan a la realidad –que existe en nuestra mente–, pero dicha impresión no garantiza su exactitud. Nuestro cuento puede parecernos fiel, pero el de cualquier semejante sobre lo mismo será divergente. 

Hans Magnus Enzensberger y la biografía de Europa, El escritor Hans Magnus Enzensberger

El escritor Hans Magnus Enzensberger

La mayor parte de las biografías y las memorias, fábulas que se nos presentan como ciertas, igual que las novelas, están escritas en primera persona. Son confesiones. Unas contienen una selección de referencias subjetivas; otras, una colección de opiniones. Muchas documentan sus afirmaciones y juicios, aunque también existen aquellas que –es el caso de las Memorias de un desmemoriado (Galdós) o Desde la última vuelta del camino (Baroja)– niegan justo lo que enuncian, en todo o en parte, rebelándose así contra las normas clásicas del género

Plutarco pensaba que las biografías podían vincularse sobre la base de su paralelismo. En el caso de las memorias del escritor alemán Hans Magnus EzensbergerUn puñado de anécdotas. Opus incertum–, recién publicadas por Anagrama, esta máxima clásica se cumple, aunque de una forma singular. Ezensberger se cuenta a sí mismo por el procedimiento de descontarse. Más que una contradicción, se trata de un inteligente método de conocimiento que busca tomar distancia con lo excesivamente familiar, hollado, a buen seguro gastado.

La elección de este registro narrativo es acertada, pues equivale al espanto que cualquiera de nosotros –salvo los patológicamente enamorados de su sombra– siente cuando oye su voz grabada en un mensaje de voz. Escuchamos nuestra dicción, percibimos las dudas recurrentes a la hora de expresarnos. Todo lo que muestran estas grabaciones, sean domésticas o públicas, nos pertenece por completo, pero, al mismo tiempo, no parece que sean nuestras. No nos reconocemos en ellas. Por eso son fieles: reflejan la parte de extrañamiento que sentimos al vernos vivir desde fuera, en lugar de inventarnos desde dentro.

Hans Magnus Enzensberger, Autobiografía

El volumen de recuerdos de Ezensberger está hilvanado con el sustrato de esta sensación compartida. El escritor alemán evita la confesión y la confidencia –registros maestros del código memorialístico– y renuncia a su yo público para hacer emerger a otro yo, el verdadero, el imprescindible. Por supuesto, se trata de un extranjero. Ezensberger lo llama M., aunque no aclara más. No sabemos pues –aunque todo nos conduce a esta conclusión– si la inicial se refiere a su segundo nombre –Magnus– o es un homenaje al famoso K. de Kafka.

De lo que no cabe duda es que tal puesta en escena señala la voluntad del autobiografiado: tomar distancia sobre sí mismo, mirarse desde lejos. Resumirse sin justificarse. Nada mejor para no tener que hacerlo, como pasa cuando debemos explicar ante otros o frente a nosotros mismos nuestras decisiones y pensamientos, que sugerirlo. Esto lo que el escritor alemán aborda con maestría. Su libro, una pieza deliciosa, comienza con dos definiciones escritas al modo de los diccionarios. La primera describe el término anécdota –incluido en el título– como la historia (menor) que muestra el carácter de una persona de forma indirecta pero todavía no goza de la sanción institucional que implica haber sido escrita. La segunda definición explica el significado de Opus incertum –el subtítulo– como un muro romano hecho con piedras encontradas, sin tallar, irregulares. 

Barthes por Barthes

El marco de lectura del libro de Ezensberger queda así declarado: sus memorias no versarán sobre su vida oficial, sino acerca de los episodios vitales de alguien que pudiera ser él, pero que igualmente podría ser cualquier otro. Un viejo desconocido. El conjuro se sostiene a lo largo de sus más de doscientas páginas y se cierra en la última con un brevísimo poema titulado Envoi (Correo): “Cuando él escribe sobre sí mismo / escribe sobre otro. / En lo que escribe, / él se esfumó”. Eso son estas memorias sentimentales que se nos presentan huyendo –vade retro, Satanás– de cualquier sentimentalismo. 

El escritor bávaro recurre al modelo retórico inaugurado por el ensayista francés Roland Barthes, que en 1975 publicó Roland Barthes por Roland Barthes (Península), una biografía al modo de una puesta en abismo donde se retrata con la voz de un testigo ajeno. La vida escrita de Barthes es como una galería de los asombros. Una colección de objetos, estampas e instantes superpuestos que, por acumulación, resumen una existencia. La vida como un cajón de sastre. Un acarreo de anécdotas, aforismos, dudas y frases que, de no haber sido escritas, hubieran sido deshechas por el viento. El ensayista francés, eminencia intelectual de su tiempo, al componer su autobiografía con una estructura basada en los cortes de realidad, huía del discurso reflexivo y argumental de otras obras para mostrar sus intereses y dejar entrever su alma, pero introduciendo un ingrediente anómalo en el género confesional: la ambigüedad

Ezensberger realiza en su libro un ejercicio análogo: convierte su persona en un enigma que el lector debe resolver a partir de las impresiones, los fogonazos y los objetos perdidos de una existencia vulgar. Sus fragmentos son las estampas (amarillas) de una época y una cultura desaparecida, condensada en más de doscientas ilustraciones de recuerdos personales, libros, joyas familiares, afiches de difuntos que un día lejano posaron ante la luz de magnesio de los fotógrafos primitivos, ropas, billetes de tren, revistas y periódicos viejos, bolsillos desfondados y antepasados desconocidos. Ezensberger no cuenta su vida –M. no es él, sino el personaje de ficción que leemos dándole el crédito que corresponde a las historias verdaderas– sino la cotidianidad de los personajes de un continente destrozado por dos guerras mundiales, donde la cultura convive con el horror, y en el que emerge la sombra del totalitarismo

Hans Magnus Enzensberger y la biografía de Europa, Hans Magnus Enzensberger6

El ensayista germano cuenta esta Europa –tema recurrente en otros libros suyos– de forma lateral, a partir de sugerencias vitales que, en el momento de acontecer, todavía carecen del sentido que terminaría dándole la historia. La disolución del sujeto narrativo contribuye a enfocar un fresco, más exacto que cualquier libro de Historia, de cómo sucedieron las cosas en Alemania entre 1929, fecha del nacimiento del escritor, y los años cincuenta, incluyendo una descripción deslumbrante sobre la época nazi. Ezensberger se ficcionaliza a sí mismo, negando las convenciones de la biografía. Nos regala un poético cuento de horror que cuando transcurre no parece ser tal o sólo se intuye, con esfuerzo, gracias a la disciplina de mantenerse como un testigo imparcial ante la locura de las masas

Hitler aparece en el libro después de los primeros episodios familiares. La escasez no impide que la ingenuidad propia de la infancia estalle en estampas llenas de sensibilidad contenida. El escritor se desnuda en este libro, pero elige hacerlo quitándole la ropa a un sosias. M. es un niño que, pese a estos apuros económicos –hablamos de la Alemania de la hiperinflación–, tiene juguetes y vive inmerso en su mundo familiar hasta que en Nüremberg, a principios de septiembre, llega una multitud de otras partes del país para adorar a un hombre: 

Hitler saluda a sus fieles en un congreso del Partido Nazi en Nurenberg

Hitler saluda a sus fieles en un congreso del Partido Nazi en Nurenberg

“La vida cotidiana quedó suspendida, cerraron la avenida de circunvalación y se interrumpió el servicio de todos los tranvías. Gente con brazaletes y cintos de cuero formaban una barrera para contener al público. Una promesa flotaba en el aire. M. no tenía edad suficiente para entender lo que la gente esperaba, pero se dejó llevar por la vorágine de la multitud. Se deslizó entre las relucientes botas de caña alta de los gigantes y vio un coche con una capota descubierta que se acercaba por la calle ancha y vacía, precedido por un convoy de motocicletas. Una nube de júbilo se alzó, el público estiró el cuello, levantó los brazos y gritó. En el coche había un hombre insignificante con bigote y la vista fija hacia delante. Llevaba el pelo pegado a la frente. Levantó el brazo derecho y lo dejó caer bruscamente de nuevo”.  

Eso es todo. 

Hans Magnus Enzensberger5

“M. tiene más que agradecer a sus decepciones que a sus fantasías”, escribe Ezensberger al que aquel episodio, unido al sarcasmo de su padre al referirse a los “arios”, lo vacunaría para siempre contra la poderosa seducción del horror. Su infancia, vivida en esta Europa terrible, arruinada, hambrienta, enfrentada, llena de humillados y con la comida racionada, fue, según su testimonio, modestamente benigna, pero el mal no dejaba de cercar su hogar. Su padre descreía de los demagogos asesinos, pero tuvo que afiliarse al partido y ponerse la camisa parda para no perder su condición de funcionario de Correos. A él lo expulsaron (lo relata con honda satisfacción) de las Juventudes Hitlerianas, pero a su alrededor ocurrían cosas sin explicación, como que desaparecieran personas de improviso, sin razones, y los adultos callasen de pronto cuando podían ser escuchados por los niños. 

El personaje de esta falsa biografía vive en la Alemania del Reich. Es en esos años cuando descubre los libros –en bibliotecas públicas–, se topa con la sordidez humana del sexo y la pornografía, contempla la explotación de los más débiles y presencia el surgimiento del racismo y la xenofobia en una Europa donde los extranjeros aún eran una perfecta rareza. Sus recuerdos de infancia y adolescencia son como un Kaiserpanorama –un prodigio de feria en boga en aquellos tiempos y lejano antecedente de la televisión– que junto a vivencias íntimas –el descubrimiento de la política en el patio de un colegio de niños crueles, la salvación silenciosa de la literatura, la pederastia que socava la institución familiar– reconstruye un mundo donde el sentimiento de orfandad ante la vida –“M. se sentía como un turista en su propia ciudad, como si no perteneciera a ninguna parte”– es constante. Permanente.

Hans Magnus Enzensberger4

Las masas abrazaban un nacionalismo que iba cobrándose sus primeras víctimas –“¿Cuándo desapareció el lechero? ¿Dónde estaba el heladero”– al tiempo que los soldados de este orden wagneriano, huéspedes indeseados en una ciudad gótica, se emborrachaban en “habitaciones que olían a paja y pis, lanzaban salchichas mohosas por la rejillas de los sótanos o se bajaban los pantalones y se cagaban en los areneros”. La Europa del nazismo, por supuesto, es pretérito, pero su evocación, hecha a través de la infancia del escritor alemán, transmite una tristeza de siglos, obstinada y pertinaz, que induce a la inquietud y anima a la prevención. 

¿Podría volver a suceder? ¿Está sucediendo sin darnos cuenta? Ezensberger no lo dice, pero desliza indicios. Los uniformados nazis no pisaban las bibliotecas. La gente decente vivía en la esquizofrenia de tener que usar (por fuerza) el uniforme de los asesinos y evitar ser y actuar como ellos. Un Ezensberger de diez años celebró entonces su primera comunión vestido de almirante y con entusiasmo místico. “Le dieron un pequeño disco blanco, bajo el tañido de las campanas en la nave de la catedral donde centelleaban las velas. Algo sagrado que era a la vez pastoso, se pegaba al paladar y no sabía a nada”. Tras volver a casa, a M. se le revuelve el estómago y vomita. Así es la vida sucia, itinerario de tantas decepciones sagradas.