El editor y ensayista italiano Roberto Calasso

El editor y ensayista italiano Roberto Calasso

Filosofía

Calasso y la cultura del sacrificio

El editor italiano, padre del catálogo de Adelphi, reflexionó en sus libros sobre saberes como la cultura griega, las religiones o el mito cultural del ‘hombre posthumano’

3 agosto, 2021 00:00

“Lo divino es aquello que Homo saecurlaris ha borrado, con cuidado e insistencia. Lo ha suprimido del léxico de lo que existe. Pero lo divino no es como una roca, que todos ven inevitablemente. Lo divino debe ser reconocido”. Este apunte de La actualidad innombrable (2018), acaso su libro más transparente y combativo, resume la aventura intelectual que el recientemente fallecido Roberto Calasso (1941-2021) emprendió a lo largo de su vasta y omnívora obra. Director de Adelphi, uno de los sellos más prestigiosos y plagiados del panorama internacional, donde creó un catálogo dedicado sobre todo a la literatura centroeuropea, Calasso era un personaje de l’editoria, habitual en todas las ferias y presente en todos los mentideros. 

Muchos le recordamos en el Frankfurter Hoff acompañado a menudo por su pareja, la escritora alemana Anna Katharina Fröhlich, una mujer rubia, más alta que él, con una enorme flor en el pelo. Juntos componían una estampa llamativa y un punto cómica. Esa intensa actividad social contrastaba con su ingente producción bibliográfica, de una ambición casi inverosímil. A lo largo de su obra, el editor y ensayista se adentró en la mitología griega, en la religión hinduista, en Baudelaire, en la pintura de Giammbattista Tiepolo, en Kafka, en la cultura védica. Su último gran libro, aún no traducido al castellano, I libro di tutti i libri (2019), es un estudio personal y concienzudo de la Biblia, colofón perfecto y casi se diría que premeditado a toda una vida dedicada al rastreo de sabidurías olvidadas.

Calasso2Hay sobre todo dos formas de relacionarse con el conocimiento, atravesándolo, a la manera de Borges, o representándolo, que fue la forma sintomática que eligió Calasso. Bien familiarizado con la bibliografía alemana –una tradición hermenéutica que heredó por vía materna, inevitable en casi todos los italianos eruditos–, Calasso asediaba su objeto de estudio dando rodeos y más rodeos, con un epicentro teológico que se fue ensanchando hasta alcanzar el problema del sacrificio como manifestación última del enigma humano. 

Hay sobre todo dos formas de relacionarse con el conocimiento, atravesándolo, a la manera de

En ese sentido, quizá su mejor libro siga siendo La ruina de Kasch (1983), que contiene, in nuce, todo su universo interpretativo, una constelación de historias, autores y leyendas que luego fue estudiando con detalle en el resto de su obra, cada vez más enciclopédica y desatada. Pero allí, en torno a la figura de Talleyrand y el rito de paso de la Revolución francesa, Calasso puso el ojo en una forma de entender la Historia que se oponía a las inercias ideológicas impuestas desde entonces: “La Historia moderna comienza cuando la palabra sacrificio es sustituida por la palabra experimento, que no es otra cosa que el sacrificio desplazado en una sociedad en la cual la industria ha sustituido a la religión y se ha convertido en una suerte de oficina sacrificial”. 

Calasso3

El título del libro recuerda el mito de un reino africano en el que el rey era ejecutado cuando los sacerdotes observaban que los astros habían alcanzado determinadas posiciones. Un día llegó al reino un extranjero llamado Far-li-mas y empezó a contar historias tan fascinantes que los sacerdotes se olvidaron de contemplar los cielos. Así, el reino de Kasch, basado en el sacrificio, se arruinó para siempre, pero el nuevo orden, que había prescindido de la ejecución ritual, pronto empezó también a desmoronarse. Sólo quedaron los cuentos de Far-li-mas, trasunto de la tradición literaria. 

Se trata, por supuesto, de una metáfora de la transición entre el Ancien Régime y la edad moderna y democrática, un trauma que habría conducido a la ruina de la ruina. Al desaparecer el sacrificio, tan sólo quedó la muerte ante el vacío, el montón de cadáveres de Goya, la fosa en las nubes de Celan. Como recordaba George Steiner, un pensador con el que Calasso tiene algunas concomitancias, la palabra desastre invoca la caída de los astros. Baudelaire fue el primer poeta de esa bóveda oscura, cegada por las luces de la metrópoli y atravesada por el abismo de los significados. En realidad, se trata del tránsito de la ley a la apariencia de la ley, la difícil ambigüedad sobre la que se sostiene todo el sistema moderno.  

Retrato del poeta Charles Baudelaire (1862) / ÉTIENNE CARJAT

Retrato del poeta Charles Baudelaire (1862) / ÉTIENNE CARJAT

Calasso se insertó así en una línea de pensamiento que ha tenido diversas expresiones filosóficas y poéticas a las que él quiso añadir un epílogo narrativo en forma de gran parábola meditativa. La pregunta sobre la técnica de Heidegger, la voz oracular de Jünger, el intento de restauración espiritual de Eliot, el misticismo de Simone Weil, la violencia y lo sagrado de René Girard, el Homo Necans de Walter Burkert o la restitución de Parménides de Emanuele Severino, cuya obra completa publicó en Adelphi, son algunos de los precedentes, admitidos o implícitos, que alientan en su obra. 

Como decía Hannah Arendt, el hundimiento de la tradición nos hubiera liberado de un yugo secular si ello no hubiera venido acompañado de una creciente incapacidad  para movernos en el ámbito de lo invisible. Y a ese reino espectral y olvidado se dedicó Calasso cada vez con mayor tesón, cada vez más obsesionado con la cuestión sacrificial, el mito del cazador, la literatura védica, tratando de recordar lo que el nuevo imperio científico y tecnológico intenta esconder, más que resolver: nuestra condición de mortales, de hoi brótoi, que sólo se definen como tales frente a la divinidad, un concepto que en la modernidad se destrona sin que llegue a desaparecer del todo, filtrándose en los nuevos mitos seculares y adquiriendo formas imprevistas, también en la cuestión del sacrificio, como es el caso del terrorismo islamista, los accidentes de tráfico o el ritual de la publicidad, basado en la repetición. La actual emergencia del cuerpo es un síntoma elocuente del nuevo orden que ha sucedido al reino de Kasch. 

Calasso

Calasso supo advertir cómo la sociedad se está sacralizando a sí misma, convirtiéndose en el único ámbito trascendente. De ahí que la doctrina de lo correcto sea ahora el lenguaje de lo sagrado. Como Giorgio Agamben, pero de un modo menos sistemático y riguroso, Calasso siguió la pista secular de conceptos religiosos como gracia, salvación, redención o condena, tratando de imaginar el rostro humano que está surgiendo de esa nueva reformulación tecnológica. Como dijo en La actualidad innombrable: “La realidad virtual se concentra en combatir a un único enemigo: Ananké, la Necesidad. Su objetivo es eludirla, inutilizándola. Hasta que un día…Ese día, acaso todavía lejano, también un atentado virtual hará sangrar a la mente sobre el mundo”. 

Es decir, el presunto hombre posthumano, tecnológico, nunca podrá dejar de ser humano porque imprime la señal indeleble de su condición en todo lo que hace, también en su utopía de inmortalidad biológica, en la que el accidente adquiere una dimensión teológica sin precedentes. De ahí que tan importante sea el recuerdo constante de lo más terrible de nuestra especie. Calasso solía citar a Céline: “Proclamo alto y claro, emotivamente, toda nuestra podredumbre común de Hombre, de derecha o de izquierda. Sé que esto no me lo van a perdonar nunca”. El siglo XXI, para Calasso, estaría demostrando el definitivo fracaso de toda emancipación humanista e ilustrada, de un verdadero mundo secular y libre. Bouvard y Pécuchet fueron para él los padres de Internet.

El escritor Louis Ferdinand Céline (1894-1961)

El escritor Louis Ferdinand Céline (1894-1961)

El problema de los antimodernos es que si evitan la ironía y el humor, a diferencia de lo que hicieron Kafka, Borges o Eliot, esa imbatible arma de la modernidad se les vuelve en contra, deformando la imagen que con tanto esmero han construido en el espejo de la sublimidad. El peligro de un exceso de solemnidad siempre acechó a Calasso, un autor capaz de reunir en un volumen una antología de las contraportadas que había escrito durante todos sus años de editor sin sentir el más mínimo pudor o embarazo. La pretendida búsqueda espiritual queda así reducida a un juego de ostentación, a una exhibición intimidante de pirotecnia intelectual que arroja más sombras que luces sobre el ámbito sapiencial que se pretende explorar. Sin pretenderlo, el propio Calasso acabó postulándose como ejemplo de las debilidades e imposturas que una actitud como la suya puede entrañar. A la luz de ello, los indudables y perdurables méritos de su legado resplandecen con una verdad más profunda.