Grabado que representa la 'Alegoría de la caverna' de Platón (1604) / JAN SAENREDAM

Grabado que representa la 'Alegoría de la caverna' de Platón (1604) / JAN SAENREDAM

Filosofía

El mito de la caverna, versión 5.0

La crisis cultural provocada por el coronavirus ha cambiado nuestra manera de percibir la realidad al convertir las antiguas pesadillas de la cultura occidental en hechos

3 abril, 2020 00:10

René Magritte, el pintor belga, tiene un cuadro –La reproduction interdite (1937)– donde aparece un hombre de espaldas frente a un espejo que, en vez de reflejar su rostro, le devuelve su espalda. La imagen no muestra la identidad del protagonista, sino su reverso, que es la vista de una tercera persona ausente de la imagen. La realidad y sus simulacros, que pueden ser tanto las mentiras abiertas como las perspectivas insólitas de un mismo hecho, constituyen uno de los ejes de la historia del pensamiento occidental. Durante siglos los filósofos han debatido hasta qué punto nuestras percepciones coinciden o difieren de los hechos. Y cómo determinadas ensoñaciones, individuales o colectivas, ambas nacidas de nuestra conciencia, se convierten en objetivamente verosímiles. 

Es un fenómeno recurrente en todas las crisis culturales, esos instantes en los que un suceso que parecía impensable –léase el 11-S o la actual pandemia del coronavirus– se hace cierto. Las apariencias, es sabido, no son exactamente la realidad. Las imágenes traicionan. Magritte lo simboliza en otro cuadro, pintado a finales de los años veinte: Ceci n'est pas une pipe, el lienzo que nos presenta un útil de fumar que se niega a sí mismo. La pintura muestra una pipa, pero una frase inferior la desmiente porque el óleo no es más que la representación de la cosa. Michel Foucault, el filósofo francés, escribió un ensayo sobre esta paradoja especular creada por Magritte, donde una supuesta evidencia se anula a sí misma, creando una misteriosa discordancia. En realidad, el lienzo del pintor belga lanza un interrogante antiguo: ¿es cierto lo que tenemos por tal? ¿Está sucediendo, aquí y ahora, lo que vemos? ¿Acaso no somos las víctimas de nuestras propias certezas? ¿El mundo real lo es cuando nos resulta asombroso? 

'La reproduction interdite' (1937) / RENÉ MAGRITTE

La reproduction interdite (1937) / RENÉ MAGRITTE

El acertijo Magritte se presta a una reflexión sobre las mentiras del arte, pero como las obras artísticas, desde la perspectiva de clásicos, son una mímesis de la naturaleza (incluida la artificial) su resolución nos aboca al cuestionamiento directo de las verdades que creemos indudables. Foucault centra su análisis en la condición subjetiva que está presente en el acto de contemplar un objeto, leer un libro o contemplar –como hacemos ahora– una calle vacía desde un balcón, obligados al confinamiento preventivo mientras recibimos el parte diario de catástrofes de la gran epidemia. Sus víctimas son personas, pero nos las presentan mediante números, porcentajes y curvas estadísticas. Somos nosotros, en función de nuestras ideas, criterios y valores quienen damos sentido a las cifras.

Los dígitos del coronavirus, sin embargo, ocultan imágenes trágicas: ataúdes, hospitales rebosantes, gente ahogándose. Es llamativo que el relato oficial del COVID-19 prescinda del dramatismo propio de cualquier crisis y, evitando el conflicto, nos presente la realidad desde una perspectiva aséptica, mediante un reflejo parcial e interesado. Al igual que un pintor, las instituciones construyen su dibujo del presente seleccionando y trazando líneas cuyo resultado da una apariencia de la realidad, pero no consigue que lo que parece ser, sea. Todo depende del espectador. De cuál sea su credulidad y su sentido crítico. 

El pensamiento filosófico de Occidente se ha ocupado de forma permanente de la distinción entre la realidad y sus espejismos, que en el fondo es una discusión sobre el conocimiento y sus límites. Sobre las verdades y las mentiras. Los griegos utilizaban el término alétheia (desvelar) para designar las cosas indudablemente ciertas. De la etimología se infiere la primera conclusión: la realidad nunca se muestra desnuda, sino camuflada. Es necesario descubrirla porque difiere en función de cuál sea la perspectiva que elijamos para analizarla. Kant profundiza en esta cuestión a partir de la dualidad entre las imágenes y los conceptos. Las primeras contribuyen a construir los segundos, pero no son equivalentes. Al vivir interpretamos imágenes y las traducimos en sensaciones y sentimientos. Cuando pensamos ordenamos estas experiencias en categorías e ideas. El conocimiento es la suma de ambos procesos: la apariencia de las cosas filtrada por la razón. 

Ceci nést pas une pipe, Magritte

Ceci nést pas une pipe / RENÉ MAGRITTE

Lo evidente, no obstante, puede ser una ilusión. La propaganda, cuya función es persuadir mediante una arquitectura de sofismas, consiste en fortalecer una determinada impresión de realidad, no pretende descubrirla. Trabaja con datos e imágenes concretas. El análisis, en cambio, requiere hacerse preguntas y elaborar teorías universales para tener referentes que nos permitan sortear los engaños y dar sentido a lo que vemos y sentimos. La cuestión está condensada en la alegoría de la caverna de Platón, donde se diferencia entre el mundo sensible y el inteligible, representados en los reflejos y las sombras que la realidad proyecta en el interior de una cueva. Lo que en el mito parece, no es. Lo que no lo parece, es. 

Sucede, por ejemplo, con las opiniones personales: expandidas por las redes sociales, no son lo mismo que los análisis. Las primeras son inseguras y relativas; los segundos, basados en lo que Platón denomina ideas, aspiran a la permanencia. No son estrellas fugaces. Aristóteles matizó a su maestro al sostener que las ideas se encuentran encarnadas en la realidad en las cosas, que no son estables, sino entes en movimiento, lo que explica conceptos como sustancia y accidente, materia y forma o potencia y acto. El salto entre lo simulado y lo verdadero– se resume en la frase de Descartes: Cogito, ergo sum (Pienso, luego existo). 

Alegoría de la caverna, de Michiel Coxcie

Representación del mito de la caverna / MICHIEL COXCIE

No todos los filósofos aceptan este razonamiento. La Fenomenología discute este principio. Y Nietzsche impugnó (a su manera) la teoría esencialista de Platón. El pensador alemán consideraba irreal el mundo de las ideas, ese universo inmutable, porque no tenía en cuenta un factor capital de la vida: la noción de cambio o deterioro. Esta mirada es la que permite al autor de El nacimiento de la tragedia cuestionar la moral heredada y situar el conocimiento en el ámbito sensorial. Para Nietzsche no existen dos planos de realidad, sino únicamente uno. Las apariencias, según su perspectiva, son el único camino válido para encontrar la verdad, al contrario de lo que durante siglos ha sostenido –y todavía sostiene– la teología cristiana. 

La confusión entre realidad y apariencia que vivimos, visible sobre todo cuando se altera la convención de normalidad, como sucede con la crisis del coronavirus, se produce porque unos hechos (aparentes) alteran nuestro diccionario de conceptos. Entonces las definiciones que nos permiten clasificar –que es una forma de entender– lo que ocurre a nuestro alrededor mutan o se desdibujan, plateándonos dilemas morales, como sucede cuando un médico, ante el probable riesgo a contraer una enfermedad, se plantea hasta qué punto debe atender a un paciente o cómo debería administrar los recursos –siempre escasos– del sistema sanitario. Muchas de estas preguntas se concretan estos días aciagos en el triaje de los hospitales. 

Luigi Pirandello

El dramaturgo italiano Luigi Pirandello

No es la única sacudida que el coronavirus está provocando en las sociedades occidentales. La confusión inherente a cualquier crisis cultural profunda afecta también al orden político: desde el funcionamiento de las instituciones a la idea de democracia. Muchos ciudadanos están preguntándose si el relato del Gobierno sobre el COVID-19 responde a la realidad. Incluso se cuestionan si la narrativa oficial del coronavirus no está siendo construida para eludir las responsabilidades de nuestros gobernantes. Estos interrogantes, cuyo impacto político se percibirá con el tiempo, se despejarán en función de la concordancia o disonancia entre el discurso de los políticos, el ruido provocado por las redes sociales –esa sociedad aparente que finge hablarse a sí misma– y los valores culturales. 

Las democracias occidentales, ante el extraordinario impacto de la pandemia, han abolido en quince días, y por decreto, casi todas las libertades que hasta ahora las definían. ¿Siguen siendo lo que aparentan? El mundo digital multiplica las imágenes hasta el inifinito y difunde opiniones en segundos, pero no distingue los simulacros de las verdades. La manipulación aspira a sustituir a los procesos intelectuales, construyendo una realidad paralela basada en la proliferación de las fake news –ese oxímoron– y la dictadura de los argumentarios, que no son –ni de lejos– lo mismo que los argumentos. Las redes cobijan a un ejército de bots mentirosos y trolls que juegan a ser los sofistas de nuestra época. La avalancha de estadísticas y datos nos confunden. Vivimos el mito de la caverna de Platón en su versión 5.0. Todo nos conduce al mundo que Luigi Pirandello muestra en Así es (si así os parece), una farsa filosófica cuyos personajes, encerrados en la jaula invisible de los valores pequeñoburgueses, víctimas y al mismo tiempo carceleros de sí mismos, no entienden que las apariencias que los gobiernan son su propia creación.