El cambista y su mujer (1514) / QUENTIN MASSYS

El cambista y su mujer (1514) / QUENTIN MASSYS

Filosofía

Stiglitz y el velo de la ignorancia para tiempos desiguales

El economista defiende en 'Capitalismo Progresista', la capacidad de los gobiernos para ofrecer oportunidades, las que ya no tienen muchos jóvenes en Occidente

19 enero, 2020 00:00

Hay un bebé a punto de nacer. No sabe nada. Pero crecerá en una familia y en un contexto definido. ¿Qué le pasará? La imagen que propuso el filósofo político John Rawls es de una enorme potencia. Se trata de colocar, en todos nosotros, un velo de la ignorancia, para, sin conocer en qué familia podríamos nacer, pensar y construir una sociedad que nos pudiera garantizar unas mínimas oportunidades compartidas. Sin tener la certidumbre sobre qué pasará con nuestro futuro, ¿querríamos de verdad una sociedad donde buena parte de nuestra vida ya estuviera definida o en la que esa igualdad de oportunidades fuera por completo ficticia? El economista Joseph Stiglitz refleja siempre esa máxima en su obra, y lo refleja con detalle en Capitalismo Progresista (Taurus), al señalar que, sin una mayor igualdad, los populismos se adueñaran de las democracias liberales.

Ese nervio socialdemócrata existe en Estados Unidos. Es una lucha abierta, desde el llamado liberalismo –en Europa esa etiqueta tiene otra connotación, conectada con la derecha económica—frente al conservadurismo de los republicanos. Lo que aporta Stiglitz, Premio Nobel de Economía, es que no se trata de contraponer teorías económicas, o entrar en cuestiones técnicas sobre cómo puede mejorar el mercado. La cuestión tiene un componente moral, y parte de una premisa: es la política, no la economía. Nunca es la economía. Es el punto político de partida, el objetivo que se considere moralmente aceptable. O una sociedad menos desigual, o una sociedad en la que prime el azar, la ley del más fuerte, o del más atrevido, o de quien no tenga remordimientos morales, precisamente, para acumular poder y riqueza.

Batalla con Rawls en el centro del debate

Esa es una batalla que se vive en buena parte del mundo Occidental, y con crudeza en Estados Unidos. John Rawls en ese debate sigue siendo vigente. Lo plasmó en su Teoría de la Justicia, en un lejano 1971. Tras las críticas que recibió, al entender que su visión filosófica era una defensa del mundo ilustrado occidental, y que su idea del estado neutro que debía garantizar la igualdad de oportunidades, a partir del velo de la ignorancia, aportó su defensa en Liberalismo político, en 1993, asumiendo que sí, que no pasaba nada, que por qué no ese liberalismo político occidental podía trascender, y ser acogido como algo que podía funcionar para muchas otras sociedades.

Joseph E. Stiglitz / JÉRÉMY BARANDE

Joseph E. Stiglitz / JÉRÉMY BARANDE

En buena medida se ha querido seguir ese modelo, pero en el último decenio, y tras la crisis económica de 2008, la evolución ha sido muy distinta. Lo que tenemos, a juicio de Stiglitz, es una sociedad que camina en contra de nuestros propios valores, de los que defendemos cada vez más únicamente desde una posición teórica. Al Premio Nobel, sus críticos le tachan de “socialista”, con propuestas casi extravagantes, como su apuesta por nuevos impuestos, después de comprobar que “la reforma de 2017 –de Trump en Estados Unidos—y su aumento de los impuestos a una mayoría de las capas medias para financiar los recortes impositivos a las corporaciones y los multimillonarios, se ha convertido quizá en la peor legislación tributaria aplicada hasta ahora”.

Porque, ¿qué impide todo eso, esa inclinación del tablero hacia la pequeña parte de la sociedad que ya acumula las mayores rentas? Para conocerlo viajamos al estado de Indiana, a la ciudad de Gary. Podríamos aplicar ese ejercicio en distintas ciudades españolas, e, incluso, en algunos barrios de Barcelona, Madrid o Sevilla. Pero vamos a acompañar a Stiglitz. El economista creció en aquella ciudad, que se fundó en 1906 para construir la mayor siderurgia del mundo. No se quiso escoger otro nombre que el de Gary, que correspondía al presidente de US Steel, Elbert H. Gary.

Que "coman crédito"

El autor de Capitalismo Progresista se reunió con antiguos estudiantes de la escuela, en 2015, y constató la desolación que se vivía, con una ciudad desindustrializada y con sólo la mitad de la población que él había conocido en su niñez. El problema que advirtió Stiglitz tenía un componente moral, además de reflejar una peor situación económica, con excompañeros sin trabajo o con muy bajos salarios, o fallecidos por un deterioro constante de la salud. “Leer el listado de aquellos compañeros que habían fallecido y verificar, a la par de ello, la condición física de muchos de los que aún vivían fue un recordatorio adicional de las desigualdades existentes en el país en cuanto a la esperanza de vida y la salud. Incluso estalló una discusión entre dos de mis compañeros, un antiguo policía que criticó de manera virulenta al Gobierno y un exmaestro de escuela que le señaló que la protección social y los pagos por discapacidad de los que hoy dependía él mismo como expolicía provenían de ese Gobierno”.

Eso es lo que ha provocado un malestar generalizado: la propia pugna entre los perdedores, cuando lo que señala Stiglitz es que ha perdido “el conjunto de la sociedad”, que ya no ofrece una igualdad de oportunidades que tiene su mejor base en el sistema educativo.

Capitalismo progresista, Joseph E. Stiglitz / TAURUS

Capitalismo progresista, Joseph E. Stiglitz / TAURUS

Los datos que aporta el economista no dejan duda sobre cómo se ha transformado el mundo desde la auténtica revolución conservadora que supuso el acceso al poder de Reagan en Estados Unidos y Thatcher en el Reino Unido, en los años ochenta del pasado siglo. No fue una apuesta “técnica”, sino ideológica, política. Eso se recuerda en todo momento: sólo hay política, y la economía se pone al servicio de esas directrices, y luego siempre se puede justificar todo, con convencidos en un lado y en otro.

En los últimos cuarenta años en Estados Unidos el ingreso medio del 90% de los estadounidenses en la base de la pirámide prácticamente no ha cambiado. Pero el del 1% en la cúpula se ha disparado hasta romper los gráficos. Los crecimientos anteriores a la crisis de 2008 mostraron que, precisamente porque existía un estancamiento desde los años ochenta para esas clases medias y medias-bajas, todo se debía a una cuestión ficticia que Raghuram Rajan, el que fuera economista jefe del FMI y posteriormente presidente del Banco Central de India, ilustró con la frase: “Que coman crédito”.

Con ello, como dejaría constancia en el mejor libro para entender la crisis financiera que estalló en 2008, Grietas del sistema (Deusto), Rajan explicaba que ese sistema había ideado un modo de ofrecer créditos para comprar todo tipo de productos, vivienda y servicios que aportaban, en realidad, una falsa prosperidad.

El conservadurismo y el Gobierno

Stiglitz, de hecho, propone algo muy sencillo, pero que ha acabado siendo revolucionario. Plantea que la humanidad se gobierne, o, por lo menos, Estados Unidos. No es algo tan obvio. Se lo pregunta el catedrático de filosofía política Daniel Innerarity en su último libro, Una teoría de la democracia compleja, (Galaxia Gutenberg):  “Nos hemos acostumbrado tanto a hablar de gobierno, a sentirnos confortados porque las sociedades están gobernadas e incluso a padecerlo ocasionalmente, que hemos perdido de vista una realidad más radical: que lo normal es su ausencia. La mayor parte de las cosas han discurrido a lo largo de la historia de la humanidad y acontecen todavía hoy sin una mano, visible o invisible, que las gobierne”.

Michael Oakeshott / BIBLIOTECA LONDON SCHOOL ECONOMICS

Michael Oakeshott / BIBLIOTECA LONDON SCHOOL ECONOMICS

Eso es lo crucial. Volvemos a la perspectiva moral, a la batalla entre el ideario progresista y el conservador. A una línea que nos lleva a recuperar a un filósofo político extraordinario que no podría darle la razón a Stiglitz. Se trata de Michael Oakeshott, que fue catedrático de ciencia política en la London School of Economics. Conservador, su idea de gobernar era particular, pero, de hecho, se aproxima bastante a lo que se practica ahora en diferentes países, como Estados Unidos.

En Ser conservador y otros ensayos escépticos (Alianza) señala: “La tarea del gobierno no es la imposición de otras creencias y actividades a sus súbditos, ni la de tutelarlos o educarlos, ni la de hacerlos mejores o más felices de otra manera, ni la de dirigirlos, ni la de incitarlos a la acción, ni la de conducirlos o coordinar sus actividades para que no surja ninguna ocasión de conflicto; la tarea del gobierno es solo la de gobernar”. Pero, ¿y la transformación de la realidad?

Esa tensión se encuentra ahora en las democracias occidentales, con el fantasma de la desigualdad. Stiglitz tiene propuestas, entiende que un Gobierno sí debe actuar, y recuerda a sus compañeros de pupitre en Gary. Y piensa también en ese niño que va a nacer, y en si, realmente, sería mejor que todos nosotros hubiéramos llevado el velo de la ignorancia.