Filosofía

Universitarios, acomodados y viajados. Y menores de edad

28 octubre, 2018 00:00

Hace pocos días leía una noticia sorprendente: ¡se había alcanzado la unanimidad en el Congreso de los Diputados! La propuesta de Podemos de recuperar la filosofía en la enseñanza secundaria había sido secundada por todos los grupos políticos. En su exposición de motivos se señalaba que recuperar la materia contribuiría a desarrollar el razonamiento crítico, a superar aquella minoría de edad, esa incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección del otro, que señala Immanuel Kant en su ensayo ¿Qué es la Ilustración?

Me sorprendió la unanimidad política, a la vez que me extrañó la frialdad con la que, personalmente, recibí la noticia. Después de muchos años defendiendo el valor de las humanidades; la conveniencia de acabar con este malentendido conocimiento útil que lleva a muchísimos universitarios a estudiar administración de empresas o derecho; la necesidad de dejar de considerar a las business schools como expresión máxima del saber; o la virtud de recuperar la importancia del pensamiento abstracto, resulta que recibo con indiferencia la recuperación de la filosofía.

Me sucede que he dejado de creer que estudiar y viajar nos dota de capacidad crítica, de disposición para decidir por uno mismo. Una convicción arraigada en mi generación y, aún más, en las precedentes. Personas que creían que el estudio y el viaje eran la mejor garantía para una sociedad avanzada, para que sus hijos no vivieran los dramas que habían marcado a su generación. Ya no confío en que una ciudadanía formada y cosmopolita sea garantía para una sociedad cuando llegan tiempos de desconcierto. No es elucubración, es mera observación de lo vivido en los últimos años, ya sea en la crisis financiera global o, más cerca de nosotros, en el denominado procés, al que me referiré.

Desde hace años, en este mismo medio, he manifestado mi respeto por la opción independentista, tan legítima como cualquier otra. Mi reconocimiento a quienes, conscientes de las dificultades de un proceso de independencia, están dispuestos a asumir sus enormes costes. Por contra, no entiendo la negación sistemática de la realidad objetiva, o la elucubración no fundamentada. Negar las consecuencias, de todo tipo, que conllevaba la dinámica soberanista me sigue resultando incomprensible. Como tampoco concibo el animar a la ciudadanía a la opción independentista, asegurando, sin base alguna,  el mejor de los mundos el día después.

Me pregunto cómo economistas de brillante trayectoria académica pueden explicar la relación económica a partir de una lectura, simplista, del déficit fiscal, obviando tantas otras variables relevantes; cómo políticos con experiencia en Europa pueden sugerir que la Unión nos espera con los brazos abiertos; cómo analistas reconocidos puede negar la fractura social; o cómo empresarios de éxito pueden estimular el procés y, posteriormente, ser de los primeros en cambiar de sede.

Han sido muchas las personas con gran formación y trayectoria internacional que, de manera acrítica, han hecho suyos todos los tópicos que acompañan al procés, y a cualquier proceso de similar naturaleza. Su formación y su experiencia no les han servido para escuchar al otro, han preferido la comodidad de conversar con quienes piensan similar, y de informarse en los medios proclives a su posición.

Todo ello, y lo que sucede en la mayoría de países occidentales, me lleva a considerar que la democracia es muy frágil y la convivencia muy quebradiza. Que ante una avalancha, no hay élites que sirvan de dique de contención. Que cuando se despiertan ciertos resortes de la psique, no hay antídoto que valga. Que la única diferencia entre nuestro mundo y el que, hace un siglo, se precipitaba por el abismo es que hoy la gran mayoría tenemos algo que perder, y el miedo nos frena.

Retornando a Kant, éste decía que uno mismo es culpable de la minoría de edad cuando la causa de ella no yace en una falta de entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él. Al leerlo, pienso en todas aquellas personas que, desde posiciones relevantes, se dejaron llevar por la comodidad de la corriente dominante, alimentaron acríticamente el procés, y hoy miran para otro lado. Serán universitarias, acomodadas, y viajadas, pero su minoría de edad es perpetua.