Innerarity: "Hay que conseguir un acuerdo que haga innecesario un referéndum"
El autor de 'Política para perplejos' defiende una solución acordada para Cataluña, que después pueda ser ratificada, antes que una consulta de autodeterminación
11 febrero, 2018 00:00Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) no cae en un renuncio. Catedrático de filosofía política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y profesor invitado en la Universidad de Georgetown, ha decidido que lo complejo no puede despacharse con dos sentencias inapelables. Está determinado a presentar una extensa obra que pueda teorizar la democracia contemporánea, compleja, incierta, extraña, desbordada por las peticiones que recibe. Su último libro, La política en tiempos de indignación, lo completa ahora con Política para perplejos (Galaxia Gutenberg), en el que analiza por qué suceden las cosas imprevistas y cómo la política debe reorientarse para que los malos gobernantes no hagan demasiado daño. Innerarity mantiene una actividad frenética. En Barcelona, invitado por Agenda Pública y el CIDOB, exhibe su ventaja competitiva. Es filósofo y plantea más preguntas que respuestas, pero ha estado siempre en contacto con los políticos, muy cerca del PNV, y, recientemente, de Geroa Bai, porque ejerce de navarro, tras ser el cabeza de lista por Navarra en las elecciones generales de 2016. No obtuvo el acta de diputado, pero asegura que disfrutó de lo lindo. Ya lo sabía de antemano, pero comprobó directamente esa dicotomía que se ha establecido entre las emociones y las razones, entre el sentimiento y el mensaje frío de los datos y la razón.
Ese es, precisamente, el dilema de la política. En una entrevista con Crónica Global, Innerarity --el apellido es de su tatarabuelo escocés, después de que se lo cambiaran cuando emigró a Estados Unidos, de Inverarity a Innerarity-- asegura que las élites “no han entendido los cambios”, porque, aunque en la teoría conocen lo que pasa, no viven nada de lo que sucede, constreñidos por sus entornos firmes y seguros. El filósofo, que fue incluido por Le Nouvel Observateur como uno de los 25 grandes pensadores del mundo, reclama que la democracia “sea más ágil, más eficaz e incluya la complejidad” si no quiere que el populismo acabe siendo, realmente, el gran protagonista del siglo XXI. Y sobre Cataluña huye de las simplificaciones, y reivindica que se pueda llegar a un acuerdo “que haga innecesario un referéndum”. Eso significa que se pueda “votar un acuerdo, en vez de acordar una votación”.
-Los sistemas democráticos reciben una mayor presión por parte de la ciudadanía, con la exigencia de la transparencia. ¿No dificulta, sin embargo, la posibilidad de acuerdos entre los actores políticos, esa constante fiscalización? ¿Se debe dar un margen para la discreción en aras del bien común?
-La exigencia de transparencia es ambivalente ya que, si bien es necesaria, no siempre garantiza que la ciudadanía comprenda la política. A este asunto le dediqué un espacio muy amplio en mi libro La política en tiempos de indignación. Baste un ejemplo: los políticos, al sentirse observados continuamente tienden a acartonar su lenguaje. No es tanto que no digan la verdad como que muchas veces no dicen nada interesante. Por supuesto que se debe permitir un espacio de discreción e incluso el poder tiene un elemento de delegación, no podemos estar continuamente monitorizando la política como si esta tuviera que realizarse siempre on line. Pero al final viene siempre la sentencia ciudadana, que aprueba o sanciona esa delegación.
-La complejidad en las respuestas, ante la complejidad de los nuevos asuntos en las democracias, como apunta en sus trabajos, ¿implicaría incorporar más votaciones sobre grandes asuntos, como referentes para los decisores políticos? ¿Y la incorporación de la agenda internacional, para asumir la interrelación de los problemas? ¿Cómo?
El Brexit no se hubiera producido si se hubiera rebajado la edad de voto como pidió Alex Salmond para el referéndum de Escocia
-Llevo muchos años pensando cómo compatibilizar democracia y complejidad. Mi respuesta es que la voluntad popular no se construye agregando las voluntades individuales a base de sondeos o referendos. Una democracia madura combina, según los casos y el momento, procedimientos directos y otros más representativos. No hay una solución universal. Y por supuesto que cuando nos movemos en un plano global la democracia no tiene otro remedio que ser más indirecta: a escala global hay menos espacio para la democracia y más para la legitimidad.
-¿Pero, se puede optar, realmente, por ponderar el voto en función de la edad, por ejemplo? ¿Se debería haber aplicado en el Brexit, por el que apostó, principalmente, la población de mayor edad en el Reino Unido?
-Desde luego que no habría habido Brexit si se hubiera aceptado la propuesta de rebajar la edad de voto, como pidió Alex Salmond para el referéndum de Escocia. De todas maneras, me parece que más urgente que eso es cómo introducimos una mayor responsabilidad de nuestras democracias por los derechos de las generaciones futuras, lo que no se corrige bajando la edad de votar un par de años.
-¿Cómo pueden gestionar la realidad los sistemas democráticos cuando se pretende regular a mundos con reglas propias como el financiero, sin conocer sus mecanismos internos?
-El gran desafío que tiene la política es cómo regular, intervenir o modificar sistemas que no comprende, que son más inteligentes que el propio sistema político. Hace falta llevar a cabo una enorme movilización cognitiva para realizar esa tarea porque el mundo ya no se puede gobernar a base de poder y dinero. Esos procedimientos son inadecuados en una sociedad del conocimiento, con una ciudadanía más exigente, etc. Nuestros sistemas políticos tienen que mejorar mucho sus recursos cognitivos: su capacidad estratégica, de anticipación y prevención, la gestión de las crisis... Especialmente cuando lo que se tiene enfrente son sistemas como el mundo financiero, la ciencia o la universidad.
-En la cuestión que atañe a las soberanías nacionales, y en el caso ahora de Cataluña, ¿la única solución es la conllevancia, que tanto se había criticado, desdeñando la idea de Ortega frente a Azaña en aquel famoso duelo dialéctico en la República?
-La cuestión de las identificaciones nacionales puede articularse de manera que las cosas no sean tan dicotómicas, los conflictos se encaucen de manera razonable y se llegue a pactos. No será fácil, pero todavía es peor el desacuerdo.
El problema surge cuando la legalidad no contempla su propia modificación
-Encuentro o confrontación, defiende usted como las dos posibilidades. ¿Qué ve más cerca y posible?
-La democracia es un sistema político que permite equilibrar acuerdos y desacuerdos. El problema cuando los desacuerdos son persistentes es que favorecen el statu quo. Los desacuerdos son más conservadores que los acuerdos, por mucho que estos --cuando son buenos-- resultan decepcionantes para todos.
-La legalidad sin legitimidad no tiene recorrido, pero, ¿quién debería dar el primer caso en Cataluña?
-Como principio general estoy de acuerdo. El problema surge cuando la legalidad o bien no contempla y permite su propia modificación (cuando tenemos legalidades rígidas o constituciones inamovibles) o los procedimientos vigentes dan sistemáticamente la razón a unos. No hay verdadera democracia allí donde no es posible abrir procedimientos cuyo resultado sea incierto.
-¿Cómo se puede solucionar políticamente una cuestión cuando dos comunidades, casi empatadas, interpretan lo que ha sucedido de forma totalmente distante, cuando el propio término democracia se entiende en sentidos contrarios? ¿No hay una verdad que pueda ser compartida?
-Donde existe un conflicto territorial lo que ocurre es que hay un amplio grupo de ciudadanos que se consideran nación y otro no menos amplio que se identifican también en el marco de España, es decir, unos quisieran en principio poder decidir ellos mismos y otros quieren que sus decisiones sean integradas en un marco español de decisión. No hay ningún argumento convincente para declarar ninguna de las posiciones ilegítimas: la aspiración a decidir independientemente y la de codecidir con el resto de los habitantes del Estado español son igualmente democráticas. Lo que no sería en absoluto razonable es considerar una de ellas como menos democrática. Nuestro punto de partida tendría que ser el reconocimiento de que ambas aspiraciones son democráticas y legítimas con independencia de lo que cada uno considere mejor.
-Apuesta usted, como salidas imaginativas, por ejemplo, un referéndum en toda España sobre la pregunta de la aceptación de la autodeterminación en Cataluña. No le da mucho recorrido, pero, ¿algo en ese sentido acabará siendo completamente necesario?
-Podemos conseguir un acuerdo que haga innecesario un referéndum, es decir, votar un acuerdo en vez de acordar una votación. En cualquier caso, con o sin referéndum, el principio de autogobierno debe entenderse de una manera más radical que el puntual derecho a decidir en un momento mágico: debería ser un concepto que permitiera expresar la continuidad con la que la sociedad se autogobierna, la legitimidad que sostiene sus instituciones y el método en el que puedan de verdad encontrarse los diversos modos de identificación nacional en los que se expresa el pluralismo de la sociedad. Debería poner en marcha una discusión más en torno al estar que al ser, que recogiera e integrara matices, en vez de jugárselo todo a una carta, al duro juego de las mayorías, de los vetos y las exclusiones.
Es inaceptable que unos gobernantes estén en la cárcel y es absurdo dejar en manos de la justicia un asunto político
-Considera que lo mejor sería votar un acuerdo, pero ¿cómo se aproximan las posiciones, con qué métodos?
-Creo que una profunda renovación conceptual de nuestros conceptos ayudaría mucho a explorar zonas de acuerdo más allá de las soberanías absolutas y las patrias indivisibles. El pacto y la no-imposición es el procedimiento por el que se constituyen las reglas de juego de las sociedades avanzadas. La multilateralidad que las posiciones más progresistas exigen para la nueva configuración del mundo es exigible también como principio organizador de nuestras sociedades. Se trataría de participar, en igualdad de condiciones, en el juego de las soberanías compartidas y recíprocamente limitadas.
-Cómo se le puede dar una salida, por ejemplo, a Carles Puigdemont?
-Es absolutamente inaceptable que unos gobernantes estén en la cárcel o hayan tenido que irse cuando este conflicto podría haberse resuelto pacíficamente. Y los autos recientes de ciertos jueces ponen de manifiesto que dejar en manos de la justicia un asunto eminentemente político es tan absurdo como confiarlo a la discreción de la policía, por mucho que la legalidad o el orden público sean temas muy serios.