Filosofía

Cristina de Galicia

14 octubre, 2016 00:00

Cristina Losada es una mujer interesante. Es licenciada en Ciencias Políticas y Sociología, y ha ejercido el periodismo durante gran parte de su vida. Este año ha publicado el libro, Un sombrero cargado de nieve (Stella Maris), donde narra siete años de su vida fuera de España, una aventura. En 1980 y al poco de arrancar la movida madrileña, esta gallega que había estudiado en Madrid y militado durante años en filas trotskistas, abandonó la política revolucionaria que había absorbido su existencia durante un puñado de años. Tras la Transición, se sentía decepcionada, burlada y vacía. Buscaba otra pasión que la engrescara; sí, engrescar es palabra recogida por la RAE, de origen catalán, supone "incitar a la riña" pero también "meter a otros en broma, juego u otra diversión". Aquel año partió hacia el este, pasó por París y tomó el tren transiberiano. "Con dolorosa claridad" veía ya que aquel viaje, de duración indeterminada, sólo le serviría para escapar por un tiempo de su malestar anímico. ¿Cómo salir del antagonismo entre trabajo y vida? ¿Encontraría respuestas claras y concluyentes a su desasosiego? No es que se buscara a sí misma, como era la moda, una pose que se le antojaba como "una de las vaciedades más gloriosas del narcisismo contemporáneo".

Fuera de Europa, se hizo cargo de que era irremediablemente europea

Cristina anduvo por los cinco continentes, una existencia errante por Nueva Zelanda, el Japón y Filipinas (donde a los tres meses estaba como en casa, conociendo "al dedillo aquellas calles" y llegando a ser "una extranjera, pero no una turista"). Cruzó el Sáhara en un viejo todoterreno. Estuvo por Cuba, Jamaica, Perú, Colombia y Ecuador. Trabajó de casi todo: de camarera, vendedora de bisutería, dando clases de ballet, como mujer de hacer faenas. Un tipo de vida en los antípodas del aburguesamiento: "No quería un empleo, algo que uno hace para ganarse la vida y con lo que mantiene toda la distancia posible".

Al hacer cuentas de aquellos años, Cristina Losada vio que no podía decir qué había aprendido, sino sólo contar lo que había visto. Unos treinta años después lo ha contado por escrito, pero siempre consciente de haber traído de vuelta a casa un cargamento inútil, aunque bello y delicado: un sombrero cargado de nieve, según reza un haiku (poema japonés). Fuera de Europa, se hizo cargo de que era irremediablemente europea. Observó que no pocos viajeros occidentales, acostumbrados a vivir en su burbuja, no se percataban de que salían de ella: "Se movían por el mundo dando por sentado que en todas partes disponían de seguridad, garantías y derechos. Y algunos, de vez en cuando, se encontraban con un horror que nunca creyeron que existiera". Otro argumento de su eurofilia eran los cafés: "Mis lugares predilectos para leer, tomar notas o pensar en las musarañas sin interferencias. Siempre que no hubiera música ambiental o televisores, el bullicio del café, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de tazas y cucharillas, el siseo del vapor de la cafetera, me inducían a concentrarme. En los cafés me sentía segura y en mi sitio, y solía buscarlos en cada ciudad, pero fuera de Europa encontraba a lo sumo malas copias y sucedáneos". Llegó el momento en que barruntó que era hora de poner fin a aquella "vida flotante que se montaba y desmontaba como una tienda de campaña". Volvió a España y sintió que iba a ser una extranjera en su propio país. Y comprobó que el gregarismo no había menguado nada. Acaso tampoco la "tontería colectiva".

La tropa del PP, gente que se llena la boca con la palabra España para apropiársela, la caricaturizó como foránea y madrileña

Creo que fue en las últimas elecciones a las que se presentó Adolfo Suárez que Aznar lo tachó de "aventurero" con su CDS. El Duque se rebotó diciendo que no admitía ese calificativo, que él veía como un insulto y que, en efecto, era un menosprecio rotundo del presidente y de su proyecto liberal progresista. Adolfo podría haber respondido: "Sí, soy un caballero andante. Y a mucha honra". Pero no lo hizo.

Para las recientes elecciones gallegas, Cristina Losada aceptó ser cabeza de lista de C’s, desde una perspectiva liberal igualitaria. La tropa del PP, gente que se llena la boca con la palabra España para apropiársela, la caricaturizó como foránea y madrileña. Esta actitud de los amos del lugar evidencia un modo españolísimo de contradecirse sin vergüenza. Lo que de veras les importa es tener domada a la ciudadanía con clichés y sambenitos. No salió elegida. Yo querría confiar, no obstante, en que su sombrero cargado de nieve no tarde demasiado en transformarse en votos, votos para una dama aventurera, Cristina de Galicia.