'Cataluña. El pescado' (1915) / JOAQUIN SOROLLA

'Cataluña. El pescado' (1915) / JOAQUIN SOROLLA

Ensayo

Los regionalismos y las guerras culturales

Jaume Claret y Joan Fuster analizan en un libro colectivo, publicado por Comares, las diferentes formulaciones culturales que los discursos localistas han tenido en España

16 julio, 2021 00:00

La palabra regionalismo ha quedado postrada, tal vez víctima del apropiacionismo de aquellos que la utilizaron como muleta de un nacionalismo excluyente y la arrumbaron junto a los bailes y costumbres populares que atesoraban la legiones folclóricas de la sección femenina. Y, sin embargo, no se puede entender la tensión territorial española, esa otra guerra cultural, sin conocer en profundidad los orígenes del regionalismo y sus diferentes formulaciones en los discursos políticos de los siglos XIX y XX. Los profesores de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC) Jaume Claret y Joan Fuster han editado un libro coral, amplio y diverso, que aborda las ambigüedades y los límites del regionalismo en la España franquista. Con una obsesiva preocupación por las palabras, su etimología y su uso político y social, este estudio arranca de esa visión regional nacida en el contraste con la construcción de la Europa de las naciones, la mirada regeneracionista del cambio de milenio y el uso que el franquismo hizo de esa manera de entender el Estado que soñaban –uno (grande y libre)– y del que aceptaban sólo algunas peculiaridades. 

Como ni la Historia ni la vida suelen transcurrir por carriles ordenados, al regionalismo nacional-católico le salieron hijos bastardos o, al menos, lecturas apócrifas de un relato que pretendía ser único y unívoco. Tanto Jordi Sabater como Jordi Amat desgranan, en los últimos artículos del libro, la interrelación entre regionalistas y catalanistas o la conexión entre ambas corrientes, cuando la pertenencia a una misma forma de mirar. Mientras Sabater incide en el uso del regionalismo catalán, hijo de la burguesía, por parte de los nuevos poderes nacidos de la victoria de Franco y la dictadura, Amat analiza las transformaciones del viejo regionalismo hasta cristalizar, en plena Transición, en un catalanismo nacionalista que se encajó en el flamante Estado de las autonomías. De fondo y a veces como un hermano molesto –no siempre bienvenido– el federalismo, fuente de tantas posiciones regionalista del siglo XIX en Cataluña, sin duda, pero también en Galicia o en Andalucía con las Juntas Regionalistas. 

El regionalismo bien entendido

Especialmente singular resulta la aportación de la profesora Dolores Jiménez Blanco sobre el paralelismo entre cubismo y regionalismo, una visión tan brillante como sorprendente. Según Jiménez, el régimen franquista aplicó a las corrientes regionalistas la misma medicina que a esta corriente artística. De considerarlo un arte degenerado –un término usado por los nazis– al cubismo atemperado –según Valeriano Bozal– que permitió a la dictadura asumir como pintura española la obra de creadores como Salvador Dalí –el moderno asimilado– o Benjamín Palencia, aligerándose de los elementos que lo vinculaban a los perdedores de la Segunda Guerra Mundial.

Una maniobra del franquismo para parecer “aproximadamente moderno” –según el término de Luis Buñuel– que es idéntico al que encierra la noción del regionalismo. En este caso, mediante “su codificación desactivadora, su homogeneización y reducción a cuestiones puramente formales y anecdóticas”. Así, se asimiló la aceptación de un folclore diverso con la organización administrativa del Estado sin que se vulnerara la idea monolítica que el régimen militar tenía de España. Desde los años sesenta se habla de un regionalismo funcional que propicia una estructura burocrática y administrativa que, sin embargo, quedó a medias. La idea de la patria asumía el tipismo pero sus costuras no toleraban mucho más. 

El catalanismo en tiempos de Napoleón

El catalanismo en tiempos de Napoleón

Peculiaridades hispanas aparte, Claret y Fuster trazan en la introducción del libro un panorama general de la historiografía de los llamados regionalismos en el contexto de Europa, con especial referencia a dos casos en apariencia antagónicos: Francia y Alemania. Inciden los autores en el hecho central de que la idea del Estado parte de la manera en que se contemple la Historia, cuyo discurso actúa como factor legitimador de cualquier propuesta política posterior. 

En este sentido, los investigadores describen las corrientes que, según las opciones políticas, han abordado el asunto regional, tratándolo desde diferentes puntos de vista que, por acumulación, aportan un completo palimpsesto sobre el estado de esta cuestión. Aunque hoy parezca desfasada la palabra regional –orillada en la Transición y sustituida por la idea de Estado de las Autonomías, e incluso por la expresión nación de naciones–, el libro muestra la verdadera raíz de un problema que podría no haber derivado en conflicto sino en fortaleza.

Manifestación independentista organizada por el nacionalismo catalán. Imagen del artículo 'La verdadera patria'

Manifestación independentista organizada por el nacionalismo catalán

Recuerdan ambos académicos que el regeneracionismo, decisivo hasta los años ochenta del pasado siglo, contagió con su pesimismo intelectual la idea de “la nación española”. Un término que quedó lastrado por la dictadura y su poso ideológico tradicional sobre la naturaleza de España. La Transición, lejos de desactivar esa herencia, terminaría contribuyendo a “una elusión historiográfica” que evitaba palabras como nación o región, a excepción de cuando se las relacionaba con la tradición republicana o la idea de una España modernizada, hija de los constitucionalistas del  siglo XIX. 

Esta elipsis favoreció el fortalecimiento de los nacionalismos periféricos y su particular visión de las historiografías locales –influyó la proliferación de departamentos de Historia Contemporánea– con precedentes como Jaume Vicens Vives  y su libro Noticias de Cataluña, al que seguirían Joan Fuster en Valencia con “Nosaltres les valencians”  o Josep Meliá en Els Mallorquins. Los autores de este trabajo resaltan que el relato de la identidad catalana hasta los años ochenta bebió del estudio de las relaciones entre Cataluña y España y los orígenes del movimiento catalanista. Como si la construcción de ambas identidades estuvieran condenadas a reforzarse. 

Francesc Pi i Margall y las buenas intenciones

Francesc Pi i Margall

No solamente Cataluña y sus élites intelectuales, económicas y políticas articularon discursos en contra el nacionalismo centrípeto. En este ensayo se analizan otras experiencias ajenas a los nacionalismos históricos, marcados sobre todo por la identidad lingüística. Es el caso de Andalucía o de Aragón. En el primer caso, se aborda el efímero episodio de la Constitución de Antequera de 1883 y su contribución al “constitucionalismo contrahegemónico” inspirado por Pi i Margall. También se describe el caso de los fueros navarros, que han ido acomodándose a los sucesivos regímenes políticos, incluida la dictadura, y a los que se opuso –sin excesivo éxito– Primo de Rivera, el dictador tolerado por Alfonso XIII

Foralidad y tradicionalismo son planteamientos estrechos. Desde el nacionalcatolicismo franquista, lejos de considerarse una amenaza a la idea de la patria unida, ungida por Dios, tal relación formó parte del ideario más conservador de quienes ganaron la Guerra Civil. “Regionalismo y nacionalismo no son fenómenos idénticos o equivalentes, pero a menudo riman porque se superponen, sintonizan y coexisten y, sin dejar de diferir y discrepar, se vinculan”, escriben los autores en su lúcida reflexión que, sin embargo, podría completarse con una frase del escritor y periodista norteamericano Mark Twain: “Un hombre con una idea nueva es un loco hasta que su idea triunfa”.