Julián Casanova: “Los pasados fracturados están presentes en toda Europa"
El historiador, que acaba de publicar un ensayo sobre la violencia desde el colonialismo hasta los Balcanes, aboga por hacer una lectura crítica del pasado desde la enseñanza
18 enero, 2021 00:10Converso por teléfono con Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y autor de Violencia indómita (Crítica), un ensayo donde, a través de un riguroso análisis de las manifestaciones de la violencia en Europa, repasa un siglo XX convulso y lleno de conflictos cuyo origen sitúa en el colonialismo del XIX y cuyo punto final es la guerra de la antigua Yugoslavia.
–Comienza su ensayo con Luigi Lucheni, que el 10 de septiembre de 1898 asesinó a Isabel de Baviera. ¿Empieza entonces un siglo XX en el que la violencia ya no es un fenómeno individual, sino colectivo?
–Este es uno de los hilos conductores del libro, puesto que es evidente que, sobre todo a partir del siglo XX, se produce un salto del terrorismo individual al terror de masas, algo que vemos a través de la violencia colonial y en los conflictos bélicos posteriores, empezando por la Primera Guerra Mundial hasta llegar a la Guerra de los Balcanes. Por eso empiezo con Lucheni, un anarquista italiano cuya acción recuerda a los populistas rusos, que cuando mataban les decían a los demás que el poder era vulnerable y que ellos, con sus actos, podían animar a la revolución. En lugar de huir o esconderse, se entregaban y buscaban convertirse en mártires. Lucheni confesó su crimen y se vanaglorió de él. Nada tiene que ver esta actitud, o la de los populistas rusos, con lo que vino después, a partir de la industrialización y la tecnologización de la guerra y de las armas. Tampoco tienen nada que ver estos actos individuales con las limpiezas étnicas y los genocidios que se han producido a lo largo del XX.
–Hace hincapié en el papel crucial que tuvo el desarrollo armamentístico en la redefinición de violencia. ¿El colonialismo fue un campo de prueba?
–Del imperialismo se destacó durante mucho tiempo su carácter civilizatorio, pero en los últimos años se ha revisado –y cuando digo revisado me refiero desde un punto de vista historiográfico, y no en el sentido político que implica la lógica de la actualidad– la experiencia colonial. Se observa que aquella supuesta misión civilizatoria utilizaba armas para hacer frente a la resistencia que encontraba. Y se trata de armas nuevas, consecuencia de la industrialización de todo lo armamentístico. Europa y los grandes imperios estaban orgullosos de ser el centro del mundo. No solo eran un poder político, sino militar, como demostraron en sus colonias, donde la violencia se ejerció de forma tan generalizada que se rompió con la división clásica entre los que luchan y los que están en la retaguardia, entre militares y civiles. Ahí se atacaba a todos, no importaba que fueran mujeres o niños.
Julián Casanova / JOSÉ ESCRIBANO
–Usted desmiente la idea de Hobsbawn de que el siglo XX fue un siglo corto.
–Ese famoso corto del que tanto se ha hablado, y esa idea de Hobsbawn y muchos otros según la cual la Historia del XX empezaba con la Primera Guerra Mundial no es válida. Basta ir a las carreteras secundarias, profundizar en otras fuentes e indagar en la historia diplomática y militar para descubrir que todo aquello que, relacionado con la violencia y el uso de las armas, creíamos que comenzaba en 1914 estaba ya vigente en la época colonial. De hecho, se puede hablar de un rebote en la Europa de 1914 de lógicas que habían tenido lugar antes en las colonias. Incluso se puede hablar, como hacen algunos historiadores, de una fase pregenocida que no tuvo lugar en el Viejo Continente, sino en las colonias, y que anticipó lo que vino después.
Este es uno de los motivos por el cual Violencia indómita puede ser definido como un libro original: a través de un telescopio observo con detalle cómo se desarrolla la violencia y sus distintas lógicas desde la etapa colonial de finales del XIX hasta los momentos de la guerra en la antigua Yugoslavia construyendo así un siglo XX que, lejos de ser corto, es más bien largo. No solo extiendo su duración desde un punto de vista temporal, sino también geográfico: voy de Norte a Sur y de Este a Oeste. Rompo con la idea de que la violencia del XX fue solamente ideológica o racial. Tuvo un carácter bastante más complejo; de ahí que fuera incontrolable, es decir, indómita.
–Su libro pone el foco sobre Europa del Este. ¿Se ha pecado de una visión excesivamente occidental al estudiar la historia europea?
–Desde hace tiempo, algunos historiadores, entre los que me cuento, nos interesamos por una Historia social, más allá de la política, diplomática y militar; por aspectos y episodios a los que se no les ha prestado suficiente atención. Cuando se habla de Europa del Este lo que se está haciendo es proyectar una determinada visión del Viejo Continente, no describiéndolo como es. Se consideran países del Este a muchos que están en el centro del continente, como Polonia o Hungría, debido su pertenencia al bloque soviético.
Recorrer esa otra Europa es hacer un viaje por las carreteras secundarias de la Historia y visitar sitios recónditos que a los historiadores tradicionales les costaba reconocer. Hemos incorporado muy tarde a los libros de texto estos lugares de la historia que nadie había estudiado. En mi ensayo se refleja mi interés para que esta Historia secundaria llegue a un público más amplio, no solo a los especialistas o a los aficionados. También cuenta mi preocupación por la enseñanza. Nada de lo que escribo es ajeno a mi profunda convicción de que la enseñanza es el campo de batalla en el que la Historia, como disciplina, tiene que ayudar al ciudadano a realizar una lectura crítica y libre de esos pasados tan complicados.
–¿Tiene España pendiente la tarea de enfrentarse a su pasado colonial?
–Sin duda, pero le ocurre a otras muchas naciones. El pasado colonial español está muy ligado a la Edad Moderna, no tanto a la Edad Contemporánea. No podemos decir que no se haya estudiado la violencia colonial en África o el rebrote que, a través del militarismo africanista, culmina en el golpe de Estado de 1936. Yo creo que el gran tema de España es que pierde sus colonias en el momento en que las grandes potencias se reparten África, un hecho que provoca la crisis del regeneracionismo. Es por entonces cuando Lord Salisbury dice que el mundo se divide entre países fuertes y débiles, y España, inevitablemente, forma parte del grupo de los débiles.
Esta visión triunfante, basada en el dominio del continente sobre las colonias, se va a la basura en 1914 en toda Europa. A partir de ahí, los pasados coloniales se han convertido en un tema muy complejo; para España, sin duda, pero también para Francia y su conflicto con Argelia en la década de los años sesenta, o para Reino Unido. Una vez que a finales de 2019 terminé de escribir Violencia indómita fue cuando comenzaron las protestas contra determinadas estatuas y el debate sobre la necesidad de revisar políticamente el papel de grandes personajes en los imperios. Actualmente asistimos a una confrontación entre el deber del historiador –enfrentarse y confrontarse con el pasado con sosiego, a través del análisis– y los usos políticos que se proyecta sobre ese pasado, que no respetan los lugares de la memoria o se inventan el pretérito. Los historiadores vivimos en medio de la tensión entre aquello que investigamos y los usos políticos que se hacen de nuestras averiguaciones.
–¿Un historiador debe mantenerse al margen de la agenda política?
–Siempre es problemático que un historiador se salga del nivel de la investigación y el conocimiento. El hecho de que opine de mira con sospecha. Si perdemos el respeto al conocimiento y al estudio lo que nos quedarán serán memorias enfrentadas, cruzadas y divididas.
–En su obra reflexiona sobre el enfrentamiento entre lo que es la memoria y el uso propagandístico del pasado.
–Quería cerrar el libro con esta reflexión porque, tras vivir en España y Hungría y conocer de primera mano otros países, me interesaba decirle a la gente que los pasados fracturados están presentes en toda Europa, no es algo propio de España. Basta viajar a Polonia para darse cuenta de cómo les han marcado las distintas ocupaciones o su papel en el exterminio de los judíos. Estos pasados fracturados solo pueden ser abordados con investigación, estudio y a través de las fuentes historiográficas. El problema es que, como están fracturados, se componen de memorias distintas y opuestas: memorias de derecha e izquierda, de víctimas y verdugos, de raza y de género.
Todas estas memorias cruzadas son difíciles de gestionar. No porque la gente quiera revitalizar el pasado, sino porque en ellas se entremezclan recuerdos familiares, afectos, emociones y también muchísima propaganda. A todo esto, hay que sumar que existen países en los que los políticos tienen un enorme interés en revisar constantemente la Historia. Desde la caída del bloque soviético, muchos antiguos anticomunistas han pasado del liberalismo a la ultraderecha, como vemos en Polonia o Hungría, donde se está llevando a cabo un revisionismo histórico desde posiciones ultranacionalistas. Lo que quería señalar en el epílogo del libro es que todo lo que cuento se sustenta en tres patas: pasado fracturado, memorias cruzadas y presentes divididos.
–¿En Polonia y Hungría la extrema derecha está blanqueando a personajes fascistas al presentarlos como luchadores anticomunistas?
–Hay una revisión política de la Historia por parte de la ultraderecha. Viene a decir que se ha impuesto un relato antifascista que la margina a pesar de sufrir, más que otros, el comunismo. Esta revisión llega a España de la mano de Vox. Cuando la política quiere llevar hasta sus últimos términos este revisionismo lo que hace es reescribir la Historia que se enseña en la escuela ya los más jóvenes. Esto es peligrosísimo. Nos remite a tiempos pasados, cuando los libros de texto eran catecismos. Es una forma sibilina de reescribir Historia es sibilina porque no requiere de gobiernos autoritarios ni de dictaduras. A todo esto, más de uno –esto se ve bien en España– no entiende el interés por el pasado y la recuperación de los restos de la guerra.
Lo paradójico es que esta misma gente no duda en visitar un parque temático dedicado a los dinosaurios mientras desconoce o no quiere conocer el pasado de sus abuelos. Por todo esto, es muy difícil poner orden. La Historia no está hecha de grandes personajes ni de hazañas importantes. Puede ser enfocada de manera distinta. Esto, obviamente, no quiere decir que todo sea relativo ni que estemos delante de una ficción. La Historia tiene sus códigos y es necesario comprenderlos. El conocimiento siempre está por encima de la opinión. El análisis historiográfico se impone a la interpretación y, por tanto, los libros de Historia no deben pensarse en función de la actualidad. Deben ofrecer un poso de conocimiento.
–En su ensayo también reflexiona sobre las memorias personales y sus límites.
–Es un tema recurrente. Siempre he tenido mucho respeto a las personas que piensan que sus memorias tienen que ser difundidas, así como hacia las memorias vencidas o anuladas. No se trata de ponerlas en duda. Lo que sucede es que hay que ser consciente de que la Historia y las memorias personales no funcionan de la misma manera. Con esto no pretendo decir que la primera sea superior a las segundas, que los historiadores consideramos fuentes de interés, solo que nos acercamos a ellas con las prevenciones que exige nuestro oficio. Lo que yo quiero señalar en el ensayo es que hay que tomar con precaución los testimonios más o menos directos de un determinado hecho, y no considerar de antemano que son más veraces de un análisis historiográfico.
–Usted menciona la jerarquización que se hizo con las víctimas, sobre todo en la Europa del Este, enfrentando a las del Holocausto con las de la represión soviética. ¿Sucede lo mismo en España?
–El concepto de víctima no nace solamente de la percepción de la persona que ha sufrido determinadas circunstancias, sino que es un concepto que se inserta en un contexto histórico y que evoluciona. Es tan importante escuchar la voz de las víctimas siempre y cuanto no silencien otras. Es un tema complicado precisamente por esto, porque las víctimas de hoy pueden ser los verdugos del mañana. En la historia hay muchos ejemplos. Se matan a mujeres cristianas en Armenia y se violan a las musulmanas en Bosnia. Se asesinaban a mujeres judías en los campos de concentración al mismo tiempo que se violaban a la alemanas consideradas colaboracionistas por las tropas soviéticas. Es muy importante no sacar de contexto las grandes enseñanzas de la Historia.
El historiador Julián Casanova / PEP PARER
–Tras la caída del muro, la Europa de paz que muchos habían imaginado se vio perturbada por la guerra en la antigua Yugoslavia, un conflicto que parece estar olvidado.
–En este olvido intervienen muchos elementos: el gran desconocimiento de la Europa occidental por parte de la central y la del Este; los tópicos en torno a este mundo balcánico, que nada tienen que ver con la historia; la indiferencia de países que viven muy bien y que no quieren preocuparse por determinados conflictos, aunque estos se produzcan en la parte trasera de su casa. Con la quiebra de Yugoslavia volvieron los ecos del pasado más cruel del siglo XX. Y esto hizo que la historiografía tardara mucho en interesarse por este conflicto, pero cuando lo hizo se convirtió en un elemento clave a la hora de denunciar la violencia sexual sobre las mujeres musulmanas. También fue una herramienta indispensable para condenar por crímenes de guerra a un criminal como Milosevic.
Dicho esto, desde el punto de vista internacional, que en Europa tuviera lugar un conflicto como aquel, con gran parte de la ciudadanía europea dándole la espalda refleja –desgraciadamente– como somos. Ya habíamos visto algo parecido en la Guerra Civil española, cuando la diplomacia británica pensó que se trataba de un problema entre españoles que se mataban entre sí y que, por tanto, no había que intervenir. Gestos así se han repetido a lo largo de la Historia y no es necesario buscar razones excesivamente complejas para explicar dichas actitudes. Al fin y al cabo, la política internacional siempre tiene triples o cuádruples morales. Yugoslavia nos permite observar de qué manera la segunda mitad del siglo XX fue pacífica en un inicio para Londres o París, pero la situación era muy distinta en Madrid, Lisboa o en los países de la Europa central y del Este. La guerra de Yugoslavia es la que pone fin al siglo pasado.