Churchill, Adenauer, Mandela... y Cimrman
Los checos han elegido como su figura favorita de la historia a un personaje de ficción teatral, lo que dice mucho de su personalidad colectiva
15 febrero, 2020 23:55La BBC convoca por todas partes un sondeo para que la gente decida cuál, entre los personajes de la historia de sus respectivos países, es el más importante y representativo.
Algunos de los resultados de esa encuesta son de cajón: para los ingleses el espejo en que mirarse es Churchill, que en tiempos de enorme precariedad resistió el empuje avasallador de los ejércitos alemanes.
Para los ciudadanos alemanes, el gran personaje es Adenauer, que después de la derrota en la segunda guerra mundial supo dirigir la reconstrucción exitosa del país.
Para los surafricanos, el gran hombre es Mandela, que les libró del yugo racista y colonial.
Las preferencias de algunas otras poblaciones son menos evidentes e incluso chocantes; como los rusos, que tienen en gran consideración a Stalin. Ciertamente le ganó a Hitler la Gran Guerra Patriótica, pero fue un personaje detestable, como sabe todo el mundo; todo el mundo salvo los rusos, precisamente.
¿Y para los checos? ¿Quién es el personaje más representativo e importante de su historia, quién es la proyección de su psique colectiva? ¿Kafka? ¿Havel? ¿Masaryk, que fundó Checoslovaquia con los despojos del imperio austrohúngaro? Pues no, ninguno de esos. El personaje de la historia que los checos prefieren es Jaroslav Zimmerman o, en su coloquial abreviatura, Jara Cimrman.
Lo cual ha dejado perplejos a los técnicos en estadística de la BBC porque Cimrman, el héroe de los checos, no es un guerrero ni un gran estadista ni un escritor fundamental... No ha existido nunca, es solo un personaje de ficción teatral.
¿Cómo es Jara Cimrman? Un personaje creado en los años sesenta por Zdeněk Svěrák y Jiří Šebánek para un teatro del barrio praguense de Zizkov, que representa a un genio incomprendido y desconocido. Su primera aparición fue en el programa de radio semanal Nealkoholická vinárna U Pavouka (o sea, El bar no-alcohólico La Araña, que nos recuerda el Partido del Progreso Moderado dentro de los Límites de la Ley de Jaroslav Hasek, el creador del buen soldado Schvejk).
Cimrman fue un gran sabio, uno de los mayores dramaturgos, poetas, compositores, profesores, viajeros, filósofos, inventores, detectives y deportistas del siglo XIX y principios del XX. Se le atribuyen inventos como el teléfono, la dinamita y la bombilla, entre otros muchos. Científico, explorador, escritor, estuvo siempre al lado de los hombres más importantes y famosos de la historia y les inspiró decisivamente; hizo cosas importantísimas pero no figura en los libros de historia porque otros se le adelantaron por unos minutos; otros, por envidia o codicia, ocultaron su decisiva colaboración; otros se llevaron la fama.
Anton Chejov estaba escribiendo una obra teatral sobre dos hermanas, pero estaba empantanado sin saber por dónde tirar, y fue él quien, llegando casualmente a su casa y viéndole atascado en la escritura, le convenció de que las hermanas no debían ser dos, sino tres. Gracias a eso existe esa obra maestra de Chejov.
A Gustave Eiffel, por mucho que se esforzaba, no le salían los planos de una torre de metal que le había encargado el ayuntamiento de París; por suerte llegó Cimrman y en un periquete corrigió los planos, resolviendo todos los endiablados problemas de ingeniería, y gracias a él ahora la torre se alza majestuosa, cosa que nunca le ha sido reconocida --salvo en los escenarios teatrales checos--.
Cimrman inventó el zepelín, Cimrman diseñó el canal de Panamá, pero le robaron la autoría.
Escarmentado por estos timos, fue a la oficina de patentes para registrar su nuevo invento: la bombilla eléctrica... pero dos minutos antes había pasado por allí Thomas Edison.
O sea que casi todo el progreso de la humanidad en la época moderna se debe a ese desconocido genio checo.
Parte de la gracia singular de Cimrman es que los actores que lo representaban en el escenario eran aficionados, sobreactuaban de una manera exagerada propia de aficionados, lo cual era un ingrediente cómico añadido, como reiterando la impostura del inexistente genio.
Desde luego la predilección autodeprecatoria de los ciudadanos checos por este personaje cómico por encima de los verdaderos talentos que, como todos los pueblos, también ellos han tenido a lo largo de la historia, es interesante en términos de psicología social.
¿Y los españoles? ¿En qué personaje carismático se ven reflejados? A lo mejor ni siquiera en un Cimrman local. Acaso en nadie.