Caspe y el origen del victimismo catalán

Caspe y el origen del victimismo catalán

Ensayo

Caspe y el origen del victimismo catalán

La elección de Fernando de Antequera como sucesor de Martín I ha sido utilizada por el nacionalismo como el inicio de supuestos agravios históricos

14 enero, 2018 00:00

El 31 de mayo de 1410 moría sin descendencia Martín I, rey de Aragón y conde de Barcelona, y un año antes había muerto también su hijo Martín el Joven, rey de Sicilia, sin hijos legítimos. Poco días antes de morir, el rey nombró como heredero al conde de Urgell, Jaume II; sin embargo, tuvo que revocarlo al oponerse la Diputación de Aragón y el Arzobispo de Zaragoza. Ante ese vacío, y mientras agonizaba Martín I, el conseller barcelonés Ferrer de Gualbes le preguntó: "¿Señor, le place a usted que la sucesión de los dichos reinos y tierras, después de su muerte, sean heredados por aquel que, por justicia, deba, y que se haga carta pública?". Y el rey moribundo contestó: "Hoc".

Durante dos años el trono tuvo seis pretendientes, y hubo diversos conflictos que allanaron el camino a uno de los candidatos. Al final, la solución a la sucesión fue consensuada por nueve compromisarios: tres valencianos, tres aragoneses y tres catalanes, entre estos Guillem de Vallseca, letrado general de las Cortes Catalanas. El 28 de junio de 1412 acordaron elegir como nuevo rey a Fernando de Antequera, segundo hijo de Leonor de Aragón, hermana de Martín I, y del rey castellano Juan I.

La tesis más extendida entre los historiadores catalanes es que con la Sentencia de Caspe se terminó la llamada dinastía de Barcelona y comenzó la dinastía castellana de los Trastámara. Antonio Bofarull y Víctor Balaguer calificaron este Compromiso de "criminal injusticia" y acusaron al dominico valenciano Vicente Ferrer, futuro santo, de ser el hacedor y el culpable de las decisiones tomadas en Caspe, además de haberse dejado manipular por el Papa Benedicto XIII (el cismático Papa Luna) que tanto esperaba de los apoyos del nuevo rey y del monarca castellano en su lucha por recuperar el control de Roma. Las palabras que le atribuyen a Ferrer condicionaron la decisión tomada: "Porque de lo alto procede y no de la tierra". La versión de Balaguer no pudo ser más tendenciosa: "El inspirado del cielo solo trajo a estos reinos a un conculcador de las libertades nacionales, que vino a Aragón [...] para pisar los fueros tan santos y venerados de este reino, y a Cataluña a dar muestras de la tiranía que se usaba en Castilla y acá era enteramente desconocida". Comenzaba el mito romántico del victimismo catalán.

La historiografía españolista ha interpretado el Compromiso totalmente al revés, como un episodio clave en el sueño unitarista político que culminaría en los Reyes Católicos. En Caspe se dio el primer paso hacia la dinastía común (el trastamarismo) y la construcción nacional se vio respaldada, nada más y nada menos, que por el designio providencialista. Dios puso a Fernando de Antequera en el camino de la unidad de España, y San Vicente lo comunicó.

Utilización nacionalista

Hoy día, los historiadores admiten más factores que influyeron en el resultado del Compromiso. Para la historiografía catalanista no hay duda que la clase dirigente catalana se comportó ante el conflicto como en tantas otras ocasiones, priorizando sus razones frente a las del país. Jaume Vicens Vives ya adelantó que fueron los intereses de la nobleza menor --afectados por las reivindicaciones campesinas-- y del patriciado urbano --contrario al ascenso de mercaderes y artesanos-- los que rechazaron la elección del candidato catalán Jaume d'Urgell. La oligarquía catalana se equivocó, según la historiografía nacionalista, porque optó por seguir erosionando el poder monárquico antes que ceder en algunos de sus intereses en la ciudad y en el campo, pensando que la elección debilitaba por sí la legitimidad de la Corona. Sin embargo, como ya apuntase Vicens, se sigue subrayando que fue en este cambio por una dinastía castellana donde radica el origen del "desequilibrio en el desarrollo constitucional" de Cataluña y el inicio de los problemas que desembocaron en la guerra civil (1462-1472), entre el rey Juan II y la Generalitat por el control del Principado. Fue una crisis definitiva para el modelo pactista.

No es de la misma opinión el historiador aragonés José Ángel Sesma, para quien no se puede hablar de un cambio de dinastía, puesto que la legítima Casa Real de Aragón siguió en el trono hasta la muerte de Fernando el Católico en 1516. Niega que hubiese discrepancias en las votaciones como siempre ha defendido la historiografía nacionalista (tres votos afirmativos aragoneses, dos valencianos y uno catalán), y concluye que la elección fue consensuada y unánime. En su opinión fue un procedimiento inédito e incuestionable, tomado mediante medios parlamentarios y pacíficos.

Pese a todo, el Compromiso de Caspe y Fernando de Antequera se siguen asociando con la quiebra del idílico y añorado pactismo catalán entre la monarquía y la oligarquía, y con el final de la preponderancia de Cataluña en la Corona de Aragón. La tesis es bien sencilla y conocida: de Castilla vino el mal y Cataluña fue la víctima.